Gregorio Delgado del Río
catedrático
Sin duda alguna,
las grandes religiones constituyen una referencia necesaria para
comprender el mundo, la cultura actual, el pensamiento de todos los
tiempos, a nosotros mismos. Con diferente intensidad, pero
todas ellas son claves indispensables para entender y abarcar las
diferentes civilizaciones. En todo caso, Occidente no puede explicarse,
de ninguna manera, al margen del legado del cristianismo. Es una
obviedad, ignorada, hasta ahora, en nuestro sistema educativo.
“La
catedral cristiana, la sinagoga hebrea, la mezquita musulmana, los
partenones paganos, la pagoda budista o el templo hindú forman parte de
la cultura universal. Basta pasearse por las calles de Praga, de
Jerusalén, de Estambul, de Atenas, de Saigón o Delhi para darse cuenta
de que es necesario el conocimiento de las religiones si se quiere
entender y disfrutar de lo que se ve en las calles, se contempla en los
museos, se lee en novelas y poemas o se escucha en el teatro”, ha
recordado, con pleno acierto,
Luis Mª Anson a la ministra Celaá.
El otro día (RD) subrayé algo que me temo que no gusta a nuestros obispos:
es absurdo explicar el catecismo en la enseñanza pública, cuando la Constitución española es laica.
Una evidencia, que, más allá de puntuales formulaciones doctrinales, no
se quiere admitir de hecho en sus efectos y consecuencias. Ya se sabe.
La Iglesia católica no se lleva muy bien con la laicidad del Estado.
Pues bien,
“igualmente absurdo es que no se imparta, como asignatura obligatoria, la Historia de las Religiones”
(Ibidem). Otra evidencia, que no se ha abordado como hubiese sido
imperioso realizar hace ya mucho tiempo. Ahora, en el contexto de la
reforma del sistema educativo y de las negaciones con la Iglesia
católica y otras confesiones religiosas, debería aprovecharse la ocasión
para introducir su contenido, al margen de cómo se denomine.
Para comprender Occidente, por poner un ejemplo que nos es más
cercano, no se puede prescindir del conocimiento de los héroes y dioses
paganos que vertebró la poesía, la filosofía, el pensamiento todo, la
pintura y hasta la arquitectura (entre otros, el mundo de los griegos y
los romanos). Con el advenimiento del cristianismo, cualquier
manifestación de la actividad creativa humana anterior fue impregnada de
su espíritu, que trascendió y sublimó la aportación clásica en todos
los órdenes. No hay más que pasearse por cualquier parte de Europa, por
cualquier ciudad o pueblo, y se apreciará de inmediato que,
para entenderla y disfrutarla, es necesario un conocimiento, aunque sea somero, del cristianismo.
Para
poder recrearse en plenitud de la Europa monumental y arquitectónica,
para poder gozar y esponjar el espíritu con Notre Dame en París, con el
monasterio de El Escorial, con la basílica de San Pedro en Roma, con la
catedral de Colonia, de Milán, de Reims, de Amiens, de Cartres, de
Sevilla, etc., etc.,
es imprescindible conocer el pensamiento cristiano que las hizo posibles.
Igualmente se podría hablar de la impronta que dejó movimiento monástico
(centro y norte europeo), los misioneros cristianos, las
peregrinaciones a los grandes santuarios religiosos, las cruzadas, el
feudalismo, la ciudad medieval, el nacimiento de la universidad, la
Reforma y la Contrarreforma, la conquista de América, la lucha contra la
esclavitud, la amenaza totalitaria. En estos aspectos, y otros muchos
más a los que se podría aludir, el cristianismo tuvo un protagonismo
esencial. Podríamos, en este mismo orden de cosas, mencionar la historia
de las ideas y del pensamiento humano, así como de su progresiva
evolución. El cristianismo tuvo mucho que ver en su configuración
progresiva hasta llegar a nuestros días.
No se pueden visitar
ciertas ciudades del mundo, no se puede contemplar el complejo funerario
de Angkor Wat de Camboya, el templo búdico de Borobudur de Indonesia,
el templo del Cielo de Pekín, la mezquita azul de Estambul, la gran
sinagoga de Jerusalén, el Taj Mahal de la India, la Alhambra de Granada,
la Gran Mezquita de Córdoba, etc., etc., sin referirse a las religiones
que los explican. En este orden de cosas,
no se puede asomarse a
la literatura universal con provecho sin saber quien es Brahma, Shiva,
Vishnú, o el zen, sin conocer el Antiguo Testamento, sin saber lo que significan Moisés o Cristo, sin tener una idea de lo que representan Mahoma y el Corán, Buda y Confucio.
Es una cuestión de elemental cultura general, como subraya el citado
Ansón, cuyo planteamiento comparto y sigo. Sobra, desde la perspectiva
referida, manejar para oponerse la vieja idea marxista según la cual la
religión es el opio del pueblo. Diría que el verdadero opio del pueblo,
como atestigua la experiencia de la vida, es la ignorancia.
Si
lo que se busca es concertar un sistema educativo eficaz, no podemos,
por un mal entendido sectarismo, marginar un elemento tan influyente en
la creación del espíritu humano a través de la historia. La
clase política gobernante debería aparcar sus posiciones ideológicas,
buscar el acuerdo con otras fuerza políticas y sociales, y propiciar
-¡ya es hora!- el conocimiento de aquello que, a través de la historia,
ha hecho posible la cultura actual.
Si lo anterior es innegable,
no
se entiende que, en la escuela pública y privada, no exista, hasta
ahora, una asignatura, con carácter obligatorio y evaluable, como las
matemáticas y la literatura, que comprenda el estudio de la Historia de
las religiones. Se trata de una asignatura fundamental,
esencial para la formación integral del ser humano, del ciudadano del
futuro. Es, simplemente, una cuestión de cultura general, que cualquier
Estado responsable debería garantizar (integrar en el sistema
educativo). Por supuesto, nada tiene que ver con la enseñanza del
catecismo o de la religión católica en la enseñanza pública, que
impartan profesores designados por la Iglesia católica. Ni mucho menos.
Su profesorado sería competencia exclusiva del Estado como lo son el
resto de profesores que imparten otras asignaturas, como literatura,
historia o física.
Nuestros obispos, que dicen estar preocupados e interesados por ‘el desarrollo integral de las personas’,
tienen
una oportunidad magnífica de sorprender, a propios y extraños, mediante
el apoyo a una asignatura, de cultura elemental, que tanto ha tenido
que ver en la conformación del pensamiento de los diferentes pueblos.
Muchos valores y principios, que se reclaman como inspiradores de la
educación del futuro, podrían aprenderse también en el marco de esta
nueva asignatura. Es más, su proposición y apoyo, por parte de los
obispos, les otorgaría gran credibilidad en relación con otras
propuestas y exigencias en materia educativa.
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