Ya habrá tiempo de profundizar – la experiencia de los próximos años
será la que dicte sentencia- en cuanto hay de valioso o fallido en la
solución LOMLOE para los retos educativos a los que debe hacer frente la
sociedad española.
Ya habrá tiempo de reprochar a los políticos que hayan dejado que la
ley de educación se construyese más condicionada por las exigencias
particulares, casi coacciones, que no tienen que ver con la educación
-presupuestos, elecciones catalanas, ley de eutanasia…- de los partidos
que soportan al gobierno que por la búsqueda del máximo acuerdo posible.
Parece una broma presumir de que una ley es progresista en lo
educativo porque, por ejemplo, ha conseguido que la calificación de la
enseñanza de las religiones no compute en el expediente o porque no ha
querido buscar una solución en la ley para las reclamaciones de los
filósofos que reclaman más ética y pensamiento, o porque ha
desconsiderado a la escuela concertada que reclamaba un espacio para
sentirse integrada y reconocida en la Ley como una parte legítima y
necesaria de la educación como servicio público a la sociedad o porque
no ha escuchado las aportaciones, propositivas, novedosas y generosas de
la Conferencia Episcopal para construir un marco escolar que, desde la
conciencia de una ciudadanía global, habilite en el sistema educativo
español un nuevo modelo de Enseñanza Religiosa Escolar.
Ya habrá tiempo de hacer ver a los políticos que, una vez más, la
sociedad es más generosa y tiene más voluntad de acuerdo que sus
representantes a los que, sobre todo, les entusiasma exhibir y hacernos
sentir que tienen el poder.
Mal aliada es la lógica del poder aplicada a la educación.
En una demostración de su poder el PP aprobó una LOMCE que enarbolaba
la bandera de la rendición de “conocimientos” como razón superior de
los sistemas escolares. La escuela le dijo que así no (el propio PP se
dio cuenta del asunto y dejó sin aplicar algunos aspectos, muchos, de la
LOMCE). Ciertamente, pudiera tener sentido derogar la LOMCE, lo que no
funcionaba, y curarla de la prepotencia de su pecado original que ignoró
a todos los que no fueran del PP. Pero la reclamación de la escuela no
era, exclusivamente, derogar la LOMCE y construir una nueva ley desde
evidencias pedagógicas o de psicología de la educación o de
recomendaciones de organismos internacionales (como quiere la LOMLOE).
La sociedad, la escuela, principalmente, lo que viene pidiendo es que
los políticos construyan el mayor consenso posible y sobre ese
presupuesto, no conseguido, se va a juzgar esta ley. La exigua mayoría
176 votos es consecuencia de un apoyo que está ligado a razones que nada
tienen que ver con el consenso educativo. Haber permitido que, por
otros intereses, las minorías políticas hayan ido a la Ley de Educación a
buscar otros objetivos políticos, ha debilitado, como en su momento
ocurrió a la LOMCE, la razón educativa original. ¡Esta ley cómo se
parece a la anterior en el modo político de gestionarla! Enhorabuena, ya
han perdido todos los partidos superioridad moral para darnos lecciones
de los modos y las maneras.
¿Qué razones hay para obviar, por primera vez en una ley orgánica, el
dictamen del consejo de Estado? ¿Qué razones justifican que, por
primera vez, no haya habido comparecencias en el Congreso? ¿Por qué se
resuelve, por primera vez en una ley de educación, el trámite del Senado
a esta velocidad, sin comparecencias, sin enmiendas? ¿por qué no se ha
querido esperar a superar esta prueba de estrés para las escuelas que ha
supuesto la crisis de la COVID y así extraer aprendizajes que nos
ayuden a mejorar? La ley, larga en su gestación, ha tenido el dinamismo
del agua estancada durante muchos meses en los que pareció languidecer.
Súbitamente, por una urgencia incomprensible, se precipitan los plazos
ignorando la elegancia y la altura moral del respeto a las formas. Una
pena.
Los políticos se han retratado, una vez más, y el Ministerio ha
tenido que jugar en un campo de juego determinado por las líneas y los
tiempos que otros le han marcado.
Todo legal, sin duda; todo democrático, sin duda; todo condicionado
por quienes no han querido construir bien común y han ido a lo suyo, sin
duda. Han escuchado a todos, argumentan, pero solo se han dejado
condicionar por quien les daba votos. Una vez más, da igual quien
gobierne, política de vencedores y vencidos. Una pena.
Así, sin la trascendencia que tendría un asunto como este, parece que
la LOMLOE se aprobará, con otros asuntos tan menores como los
Presupuestos, un 23 de diciembre. Después de la lotería y antes del
pavo, entre nostalgias familiares por los que no están, el Parlamento
como si se tratase de un asunto menor, despachará una nueva reforma
educativa. Desde ese día, como hemos hecho en cada una de las leyes
anteriores, nos tocará trabajar y dar lo mejor de nosotros. La
Conferencia Episcopal ha dado señales de entender, mejor que los
políticos, los retos que tenemos por delante. No hay tiempo para más
nostalgias de lo que pudo haber sido. Con estos mimbres, los que los
políticos -tan en lo suyo- han querido legítimamente darse a sí mismos,
tenemos la obligación de ser fieles a nuestra razón de ser en la
escuela. A trabajar. ¡Venga la esperanza!
Fuente: https://www.religionyescuela.com/actualidad/otra-vez-sera/