Desde 1531, la Ciudad de México cuenta con un objeto que ha sido, durante casi cinco siglos, herramienta para la difusión de la Religión católica. La tilma en la que está retratada la Virgen de Guadalupe podría definirse, en términos de la más reciente ley de educación española (LOMLOE), como una situación de aprendizaje muy peculiar, en la que un recurso multimedia puede ser utilizado para extraer buen número de enseñanzas.
Para la reflexión de profesores y alumnos, puede ser útil observar algunas de esas enseñanzas al hilo del documental Guadalupe, Madre de la Humanidad, dirigido por Andrés Garrigó (Goya Producciones) y estrenado el España el 1 de marzo de 2024.
- Duración: Si se hubiera querido buscar un soporte adecuado para un mensaje cultural o artístico, elegir una tilma o ayate elaborada a partir de telas de cactus hubiera sido la última opción, pues según afirma por ejemplo en este documental un conocido estudioso, monseñor Eduardo Chávez, expuesto al salitre de lago de México en esa época, y sometido como fue al contacto con el público, ese objeto difícilmente habría podido durar más de un año. Con todo, en la próxima década cumplirá 500. Entre sus muchas vicisitudes se cuenta también el haberse derramado sobre la tilma un ácido que debía haberla destruido, pero que solo ha dejado una mancha, y el de haber sufrido en 1921 un atentado con bomba que retorció el crucifijo de bronce que había delante de la tilma, pero no dañó a esta en absoluto. La tilma es, por tanto, en sí mismo un objeto imposible, cuya existencia es inexplicable, y lo mismo puede decirse de la imagen representada, al no existir en ella signos de pintura, de pigmentos, ni de base sobre la que poder pintarla.
- Autoridad: Entre los elementos que hacían creíble para los indígenas el mensaje expresado por la imagen de la tilma, había muchos que los españoles todavía no alcanzaban a comprender, ya que aún no conocían en profundidad la cultura de los pueblos nahuas de la Cuenca Central de México. El hecho de que la Virgen tuviera un manto azul turquesa (verdoso), color que solo se permitía emplear a los reyes (tlatoanis), implicaba que lo que decía era verdad (ya que solo los tlatoanis podían hablar en aquella sociedad: tlatoa significa hablar); pero además el contexto en que sucedió la aparición era también el más propicio para transmitir la verdad. En el idioma de los mexicas y sus aliados, el náhuatl, la palabra poesía se designaba mediante la unión de flores y canto; y precisamente el mensaje que recibió Juan Diego comenzó con cantos de pájaros en el monte y terminó con una imagen compuesta a partir de flores que igualmente recibió en el monte.
- Esperanza: La entrega de las flores, y con ellas de la imagen en la tilma, al obispo designado para México (fray Juan de Zumárraga) tuvo lugar en la madrugada del 12 de diciembre de 1531, al término de la noche más corta (solsticio de invierno) de un año que cerraba uno de los ciclos (siglos de 52 años) del calendario mexica. Puesto que la sucesión de años, y aún más de los siglos, consistía en una «transmisión del fuego» que se ejecutaba recurriendo a sacrificios humanos, y estos estaban prohibidos desde hacía 10 años (la conquista de Tenochtitlan por Hernán Cortés en 1521), la mayoría de los indígenas estaba convencido de que el mundo se terminaría con el fin de ese año (en febrero de 1532). El solsticio era el momento decisivo, pues si a partir de esa noche los días no volvían a alargarse, serían la confirmación de esos tristes augurios. Por ello, el que la aparición tuviera lugar precisamente en ese momento y aportara un mensaje de vida y esperanza la hacía más creíble… si, como sucedió, el sol no continuaba apagándose. El hecho de que la Virgen apareciera vestida de sol y que en el vientre se le dibujara el glifo o anagrama de la flor-cerro, que designaba al mundo en la época en que se vivía (el quinto sol, o sol-movimiento) reforzaba la idea de que esa mujer iba a dar a luz a alguien que traía vida al mundo.
- Inculturación de la fe: La expresión de mensajes con el formato audiovisual que los indígenas sabían leer y en el momento en que ellos esperaban una respuesta a sus angustias, representó una novedad fundamental respecto a la presentación de la fe cristiana que estaban desarrollando hasta el momento los españoles, que además con sus divisiones internas contribuían al descrédito de la fe (en 1531 la autoridad civil que Cortés había dejado al mando de México había sido excomulgada por el obispo a causa de las trabas que ponía a la autoridad religiosa). Sobre todo, la aparición, tras decir que era la Madre de Jesucristo, designó a Dios con cuatro denominaciones propias de la cultura nahua que dejaban claro que la religión cristiana no venía a destruir nada de lo verdadero que ellos habían alcanzado a conocer, ante todo el hecho de que, por encima de los diosecillos que los distintos pueblos se inventaran, había un Dios creador del mundo: Ipalnemohuani, «aquel por quien se vive».
- Prueba de una presencia: Con el paso del tiempo, se han ido descubriendo en la tilma multitud de elementos inexplicables, que no pudieron ser fabricados hace cinco siglos (ni pueden serlo hoy día). Algunos de ellos no son fáciles de explicar, por ejemplo las imágenes de tamaño microscópico contenidas en los ojos de la imagen; otros fueron constatados desde el principio, como la viveza del color permanente (y el hecho de que la imagen carezca de grietas debidas al secado de la pintura, ya que no tiene pigmentos). En este punto se dan también exageraciones que pretenden ver milagros donde no puede haberlos, por ejemplo en los añadidos que se hicieron a la imagen original (que era solo la figura de la Virgen): son añadidos tanto los rayos del sol, como las estrellas del manto, la media luna, el ángel que la sostiene y la bandera mexicana, y en ellos obviamente sí se manifiestan grietas. Los colores de la imagen, en cambio, son iridiscentes, lo que significa que cambian al refractar de forma diferente la luz desde distintos ángulos y distancias, como sucede con las plumas de ave y otros materiales.
Este último bloque de indicios que apuntan a lo extraordinario de la imagen aparecida sobre la túnica de Juan Diego en 1531, puede resumirse en la experiencia que muchas personas que lo han contemplado han tenido de que sigue en ella viva una presencia que no sería otra que la de la Virgen, que de esa forma estaría refrendando las palabras con que animó al indígena al decirle: «¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» Esta última reflexión se aplica de modo particular al citado documental Guadalupe, Madre de la Humanidad, en el que existe un triple equilibrio entre la recreación de la aparición -dirigida por un maestro del cine histórico religioso, que es Pablo Moreno-, los testimonios culturales y científicos sobre la tilma y los testimonios sobre la influencia que, en Guadalupe y a partir de allí, ejerce la Virgen en multitud de personas. Dejar hablar a la gente, es algo más allá de una mera «situación de aprendizaje», y muy característico de las películas de Andrés Garrigó, quien afirma desde la web de esta que su meta es «recrear en los corazones de las personas de hoy el maravilloso efecto que tuvieron las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el México de 1531».
Situación de desaprendizaje
Para terminar, y para mostrar que esta puede ser también una situación de desaprendizaje, se puede mencionar un dato que hasta hace dos siglos era fácilmente conocido y verificable para todos -en el comienzo de esta historia, para los españoles y los indígenas recién conquistados- y que hoy resulta ininteligible porque el nacionalismo ha provocado su olvido: por qué la Virgen retratada en la tilma de Juan Diego se llama Guadalupe.
Hernán Cortés no estaba en México en 1531, cuando tuvo lugar el Acontecimiento Guadalupano, ya que había tenido que regresar a la Península para defenderse de las acusaciones vertidas contra él. Pero todos por entonces conocían el Pendón que el conquistador había adquirido en el Monasterio de Guadalupe antes de marchar a América: una tela de seda con bordado de oro nada menos que de tres por dos metros y medio. El pendón llevaba por un lado las armas de Castilla y León y por otro lado una Virgen, que no es una copia de la talla que se venera en la Guadalupe cacereña (una pequeña estatua con el Niño en brazos), sino una Purísima, es decir, una copia de la imagen de la Asunción de la Virgen que se venera en el coro del Monasterio.
Esa imagen que Cortés paseó por México salía en procesión cada 13 de agosto para conmemorar el aniversario de la rendición de Tenochtitlán. Todos -y eso incluía a Juan Diego, que llevaba siete años bautizado cuando tuvo lugar la Aparición- conocían la imagen de ese pendón y todos pudieron comprobar la semejanza que presentaba con ella en el aspecto, el gesto y hasta la vestimenta, la Virgen que apareció estampada en la tilma de Juan Diego.
Por tanto, que aquella a la que había visto Juan Diego y todos podían ver en la tilma era la Virgen de Guadalupe, era algo de por sí evidente para quien pudiera observar a la vez las dos imágenes. Puesto que la de Cortés era solo una magnífica obra de arte y la segunda una pieza milagrosa, era lógico que con el tiempo la segunda desplazara a la primera en importancia y se volviera titular del nombre.
No es fácil perder la memoria del origen de un nombre y de la semejanza entre ambas imágenes: y eso lo ha logrado el nacionalismo o el odio de algunos políticos a su propio origen y al conquistador de México, que ha provocado que el Pendón de Cortés se encuentre hoy olvidado en algún rincón del Museo de Historia del castillo de Chapultepec, sin que ni siquiera esté expuesto al público, a pesar de su indudable valor histórico.
Quede pues aquí constancia de cómo es posible hacer olvidar un hecho tan sencillo, y para no vulnerar el derecho del citado Museo a no exponer el Pendón de Cortés, queda aquí retratado solo tal como aparece en la portada de un libro que sí fue editado con permiso del Museo.
Santiago Mata es profesor de Religión en Secundaria y Bachillerato, y autor de la novela El secreto de la Virgen de Guadalupe.