Todos
llegaron puntuales a la habitación donde Pedro, Juan y Santiago se
hospedaban. Dispusieron con apuro algunas viandas alrededor del tablón
central y ocuparon sus lugares.
—El
primer problema es el cuerpo — dijo Tomás apenas se hizo un poco de
silencio — si queremos predicar que resucitó debemos desaparecer el
cuerpo. En el sepulcro hay dos guardias que vigilan día y noche, sin
contar la piedra de 200 kilos que cubre la entrada. Suponiendo que
lográsemos asesinar o amarrar a los guardias, remover la piedra y luego
extraer el cuerpo, Pilato y el Sanedrín iniciarían una persecución
implacable contra nosotros y todos los discípulos… y recuerden, saben
perfectamente quiénes somos.
Las palabras de Tomás impresionaron a los demás apóstoles. El cadáver de Jesús planteaba un problema aparentemente insalvable.
—Del
cuerpo no se preocupen—dijo Pedro — no les hubiera propuesto seguir
adelante si esto no estuviese resuelto. Imaginando que el contenido de
ese sepulcro desapareciese misteriosamente ¿qué otras dificultades
tendríamos?
Los
apóstoles se miraron unos a otros con sorpresa. ¿Cómo así Pedro podía
haber organizado el robo de los restos del maestro? La duda no obtuvo
respuesta porque Andrés, sin inmutarse, prosiguió:
—El
segundo problema sería explicar de qué modo supimos que Resucitó. Si el
cadaver desapareciese sin dejar rastros ni testigos, los romanos jamás
lo harían público.
—¡Yo
tengo una idea! — exclamó Juan — la Magdalena y su prima desean
tercamente ir al sepulcro para terminar el rito de ablución que no
pudieron terminar el viernes. ¿Qué tal si dijésemos que ellas
encontraron la piedra corrida, a los guardias durmiendo y repentinamente
se les apareció el maestro resucitado?
—Es
una idea estúpida— dijo tajante Mateo — ¿de verdad pondrías a dos
mujeres como las primeras testigos de la resurrección? ¿Quién nos
creería? No olvides, si es que lo sabes, que las mujeres no pueden
testificar en ningún tribunal de palestina. Los primeros testigos del
prodigio deben ser hombres, eso es un hecho.
A Juan no le cayó nada bien ni el tono ni el sarcasmo de Mateo, pero muy dentro de él sabía que tenía la razón.
—El tercer problema sería ante cuántos y ante quiénes se aparecería Jesús — dijo Tomás.
—Mientras
más sería mejor, ¿o no?— repuso Juan en un obvio intento por
recuperarse de la mala intervención anterior — Yo difundiría que Jesús
se apareció ante 500 discípulos.
¡Pues
no, demonios! — volvió a la carga Mateo — ese sería otro error. Si se
apareciese ante 500 personas existirían 489 personas a quienes se les
podría preguntar sobre el evento y rápidamente lo desmentirían. Las
apariciones deben realizarse en momentos como este, donde sólo estamos
nosotros y nadie más que nosotros, ¿entiendes?
¡Calma
Mateo! — interrumpió Pedro — . Es cierto lo que dices, pero cálmate — y
volviéndose al joven apóstol añadió — : no podemos arriesgarnos a ser
desacreditados, Juan. Los discípulos deben creer por nuestro testimonio.
Ellos confían en nosotros y creerán si les decimos que hemos recibido
una revelación privada del Señor.
—¿Y
cómo será esta aparición? — dijo Andrés pensativo — Ninguno aquí ha
visto a una persona resucitada, ¿o si? ¿Cómo narrarías esto tú, Juan?
Has sido siempre el más creativo entre nosotros…
La
condescendencia de Andrés lo había avergonzado. Juan dudó unos
instantes si debía hablar o quedarse callado pero finalmente su
naturaleza exuberante prevaleció:
—Diría
que se nos apareció a la luz del día, entró como un fantasma y atravesó
y el mismísimo muro. Al inicio no lo reconocimos y nos llenamos de
temor pero Él nos habló con dulzura y nos mostró sus manos y su costado
para que viéramos las heridas de los clavos y la lanza. Estaban ahí,
¡delante nuestro!… pero una mezcla de alegría y asombro nos hacia
vacilar. Por último, para convencernos, Jesús nos pidió pescado, se
sentó a la mesa con nosotros y comió. Nos dijo que anunciáramos la buena
nueva a todas las naciones y luego lo acompañamos a Betania, donde nos
dejaría. Las apariciones se sucederán esporádicamente durante 40 días
hasta que…
¡Basta,
por favor! — gritó Tomás fuera de sí — . ¡¿De dónde has sacado todas
esas ideas?! ¿Acaso no es más sencillo decir que se nos apareció una
sola vez, que nos confirmó en la misión de anunciar su mensaje a todos
los pueblos y que, para terminar, nos bendijo y partió al encuentro con
el Padre?
—Es
cierto — agregó Andrés — . Si no armamos una versión sencilla y
contundente de los hechos corremos el riesgo de que el Evangelio se
fraccione y aparezcan versiones diferentes de una misma narración.
Además, Juan… eso de que Jesús come pescado y nos permite tocar sus
heridas supondría un grave obstáculo para que cualquier judio abrazase
nuestras ideas… Si Jesús es… perdón… si predicaremos que Jesús es el
hijo de Dios, ¿qué tipo de Dios tiene un cuerpo físico? Esta sería una
equivocación imperdonable si queremos anunciar el Evangelio en Judea.
—¿Y
si empezamos en otro lugar? — contestó Mateo—. Se me ocurre Grecia, por
ejemplo. ¿Acaso su mitología no está llena de seres mitad dioses y
mitad hombres? Jesús no sería aceptado con mayor facilidad en un
contexto más heleno y menos judio…
Esta
propuesta pareció complacer a Pedro, quien hizo una mueca de
aprobación. Juan estuvo a punto de preguntarle la razón de su gesto pero
Bartolomé se adelantó y tomó la palabra:
—Yo
les pido cordura a todos, hermanos. Sé que ayer tomamos la decisión de
continuar con la predicación a pesar de la muerte de Jesús pero creo que
no hemos considerado atentamente los peligros a los que nos
enfrentamos. El maestro murió de la manera más terrible y ahora tanto
fariseos como romanos descansan en paz pensando que nuestra amenaza ha
desaparecido. ¿Qué creen ustedes que nos harán cuando sepan que robamos
el cuerpo y que hemos empezado a predicar una resurrección jamás
ocurrida? ¡Reaccionen! Nos perseguirán y azotarán sin descanso, podrían
incluso llegar a extremos más sádicos de los que alcanzaron con Jesús.
¿Valen nuestro prestigio y nuestro buen nombre un sacrificio tan grande?
¿Quién está dispuesto a morir por una mentira por más honra y adulación
que nos traiga?
—¡Exactamente,
Bartolomé! — dijo Pedro profundamente satisfecho — . Han llegado a mi
misma conclusión sin necesidad de que yo intervenga. Esto parece una
obra del Espíritu Santo… perdón… si existiera sería algo como del
Espíritu Santo…
—¿Qué dices, Pedro? Habla con claridad, por favor.
—Digo
que debemos partir, Andrés. A eso me refiero. Es imposible tener éxito
en Palestina. Imaginando la locura de que un judio creyese que Dios se
hizo hombre y habitó entre nosotros, ¿quién podría concebir que resucitó
con un cuerpo humano? o peor aún, ¿quién podría aceptar que murió
desnudo en una cruz como un criminal cualquiera? ¿Entienden? Si alguna
esperanza teníamos esa estaba puesta en la asistencia del Paráclito que
Jesús nos había prometido, pero ahora que sabemos que todo es una farsa
debemos pensar con sentido común, hermanos.
»Por
otro lado — continuó —, Bartolomé tiene razón. Los romanos y el
sanedrín mataron a Jesús porque este dijo ser el Hijo de Dios. Si
saliésemos a predicar lo mismo, nuestra suerte no sería distinta. Claro,
podríamos decir que fue solo un profeta pero los discípulos dirían que
hemos traicionado el mensaje de Jesús con lo que desaparecería el
prestigio y la autoridad que queremos conservar. ¿Qué nos queda
entonces? ¡Piensen hermanos!
»No
tenemos opciones. Debemos hacer un pequeño éxodo con los discípulos que
creerán en el relato de la resurrección. Yo había pensado en Roma pero
Atenas no es un mal destino…
—¿Y el cuerpo Pedro? ¿Qué haremos con el cuerpo? ¿Qué querías decir con que habías resuelto lo del cuerpo?
—¡El
cuerpo no importa, Juan! Eso digo. Por eso lo tengo resuelto. Una vez
en Atenas o en Roma, ¿qué importancia tiene el cuerpo? ¿Quién podrá
negar la resurrección a cientos de miles de kilómetros de aquí? La
verdad será nuestra y podremos decorarla a nuestro antojo. Jesús puede
reposar tranquilo en su tumba porque seremos nosotros quienes lo
llevaremos a la gloria… piensen, por favor, abran sus mentes, dada
nuestra situación: ¿no es esto lo más sensato?
La
seguridad con la que Pedro había hablado generó una visible confianza
en los demás. Incluso Felipe y Bartolomé ahora vislumbraban una
posibilidad real de tener éxito y se mostraban entusiasmados. Pedro, por
su parte, tomó asiento.
—¿Quién está conmigo? — dijo.
A partir de este momento no hay necesidad de continuar esta historia. Todos sabemos que ese día nació el cristianismo.
FIN