Blog del Profesorado de Religión Católica: Si la Resurrección fuese un cuento… ¡pues nos lo ha contado un tarado!

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lunes, 17 de abril de 2017

Si la Resurrección fuese un cuento… ¡pues nos lo ha contado un tarado!

La resurrección de Cristo es el evento fundamental sobre el cual está construido el cristianismo. Sin resurrección no hay nada: ni Iglesia, ni Jesús, ni sacramentos, ni Papas, ni curas, ni monjas, etc.; nuestra fe sería una gran mentira y los católicos nada más que un puñado de embaucadores. La resurrección, además, es un evento histórico; no tratemos de disfrazarla con ropajes míticos ni simbólicos. Para ser más claro: si hoy día alguien confirmara al 100% que ha encontrado el cuerpo de Jesús, mañana mismo dejaría la vida consagrada y me dedicaría a volar parapente por el resto de mi vida. Así están las cosas.
Yo creo en la resurrección… es decir, ¡realmente creo! Cuando digo que Tomás metió sus manos en el costado de Cristo resucitado no estoy diciendo que la fe es una camino de búsqueda hacia el corazón de Dios… ¡patrañas! Estoy diciendo el tipo metió su manazo en la herida abierta del Señor y lo tocó. Cero poesía. Cero simbolismo. ¡Lo tocó, caracoles! Tocó el cuerpo glorioso de Dios como yo estoy tocando las teclas de esta computadora.
¿Cómo así llegué a esta convicción? Creo que de muchas maneras. La más fuerte sin dudarlo es mi propia vida espiritual, pero para explicarme tendría que escribir un libro y no un post (será en otro momento). Otra manera fue la razón, y entre las muchas posibilidades que esta ofrece para creer que Cristo resucitó, una que me llamó siempre la atención — y me ayudó a volver a la fe — es lo disparatado que resulta el nacimiento del cristianismo sin la resurrección al centro de la ecuación.
Permítanme que me explique mejor. Si Cristo murió pero no resucitó, y fueron los apóstoles quienes por alguna razón siguieron adelante con este fraude, entonces… yo digo que Pedro y compañía serían tan idiotas que si les diéramos una moneda por su inteligencia nos darían vuelto. Puesto de otro modo: si Jesús no resucito, los evangelios no serían el testimonio de un fraude exquisitamente elaborado — como creen muchos — ; sino todo lo contrario, serían el testimonio de una artimaña inocentona, poco sofisticada e irremediablemente destinada al fracaso.

Por esta razón, para rescatar de la ingenuidad el pensamiento de muchos ateos que piensan este disparate, he decidido escribir un relato de ficción donde apóstoles de verdad — es decir, judios con un mínimo de sentido común y no idiotas de pacotilla — enfrentan la muerte definitiva de su maestro y emprenden la titánica hazaña de encender el fuego del cristianismo sin la llama divina de la Resurrección.
Veamos qué sale.
 
Habiendo pasado más de tres días de penosa espera, y llegados todos a la amarga certeza de que el maestro no resucitaría… Pedro rompió el silencio y pidió la palabra:
picapostoles—Hermanos —dijo con solemnidad —sé que muchos creen que este es el fin de nuestro camino con Jesús, nos sentimos desilusionados y traicionados, y es justo que nos sintamos así. Nadie como yo esperaba tanto su resurrección y heme aquí… con el corazón hecho jirones pero dispuesto a proponerles un último acto de heroísmo.
Los apóstoles empezaron a murmurar entre ellos. Era obvio que alguno había previsto este momento. Pedro se aclaró la garganta y continuó:
— Quiero serles sincero, tenemos un deber con las personas a las que hemos dado esperanza. Aunque el maestro no haya resucitado, su mensaje ha traído paz y serenidad en un tiempo de mucho dolor y eso es innegable. ¿Qué les diremos a esas personas?, ¿¡Qué todo fue una mentira!?, ¿¡Qué siguen siendo esclavos de su pecado!?
—¿Qué propones, Pedro? — preguntó Santiago visiblemente agitado — ¿que pregonemos una mentira? ¿Que…
—¡Todo fue una mentira, Santiago! Al menos mentiríamos por compasión. La gente tendrá la esperanza que busca y cuando nuestro mensaje haya sido aceptado daremos un paso atrás.
—Todos sabemos que no será así — dijo Mateo con una desenvoltura que sorprendió a más de uno— si vamos a hacerlo por lo menos seamos sinceros con nosotros mismos. En estos años hemos ganado un nombre y un prestigio en toda Judea. ¿Quién de nosotros quiere renunciar a esto y volver a la insignificancia y al olvido? ¡¿Quién?!
Por algunos segundos un silencio vergonzoso se apoderó del ambiente. Todos tenían la cabeza baja menos Felipe, que miraba a cada uno mientras resoplaba con ironía:
—Veo que esta propuesta no es extraña para algunos, ¿no? Esta es una cosa de la que habían hablado antes de que pasaran los tres días, o peor, ¡tal vez antes de que Jesús muriera!… — y dando un golpe sobre la mesa, añadió — :¡Pues me alegro que el maestro no haya resucitado! Somos unas sabandijas. Judas ha sido el único con el coraje para hacer lo justo: ¡matarse!
—¡Basta, Felipe! — interrumpió Pedro — que cada uno luche con su conciencia por no haber amado a un charlatán. No nos reprochemos algo que no podemos juzgar. Lo único que queda claro es que no es posible llevar a cabo este plan si no estamos todos de acuerdo. ¿Quién está a favor de continuar?
Con resistencia afectada algunos, con auténtico dolor otros, los 11 aceptaron el plan de Pedro y se dieron cita para la mañana siguiente. Ahí prepararían la mayor mentira jamás contada: el relato de la resurrección.
Todos llegaron puntuales a la habitación donde Pedro, Juan y Santiago se hospedaban. Dispusieron con apuro algunas viandas alrededor del tablón central y ocuparon sus lugares.
—El primer problema es el cuerpo — dijo Tomás apenas se hizo un poco de silencio — si queremos predicar que resucitó debemos desaparecer el cuerpo. En el sepulcro hay dos guardias que vigilan día y noche, sin contar la piedra de 200 kilos que cubre la entrada. Suponiendo que lográsemos asesinar o amarrar a los guardias, remover la piedra y luego extraer el cuerpo, Pilato y el Sanedrín iniciarían una persecución implacable contra nosotros y todos los discípulos… y recuerden, saben perfectamente quiénes somos.
Las palabras de Tomás impresionaron a los demás apóstoles. El cadáver de Jesús planteaba un problema aparentemente insalvable.
—Del cuerpo no se preocupen—dijo Pedro — no les hubiera propuesto seguir adelante si esto no estuviese resuelto. Imaginando que el contenido de ese sepulcro desapareciese misteriosamente ¿qué otras dificultades tendríamos?
Los apóstoles se miraron unos a otros con sorpresa. ¿Cómo así Pedro podía haber organizado el robo de los restos del maestro? La duda no obtuvo respuesta porque Andrés, sin inmutarse, prosiguió:
—El segundo problema sería explicar de qué modo supimos que Resucitó. Si el cadaver desapareciese sin dejar rastros ni testigos, los romanos jamás lo harían público.
—¡Yo tengo una idea! — exclamó Juan — la Magdalena y su prima desean tercamente ir al sepulcro para terminar el rito de ablución que no pudieron terminar el viernes. ¿Qué tal si dijésemos que ellas encontraron la piedra corrida, a los guardias durmiendo y repentinamente se les apareció el maestro resucitado?
—Es una idea estúpida— dijo tajante Mateo — ¿de verdad pondrías a dos mujeres como las primeras testigos de la resurrección? ¿Quién nos creería? No olvides, si es que lo sabes, que las mujeres no pueden testificar en ningún tribunal de palestina. Los primeros testigos del prodigio deben ser hombres, eso es un hecho.
A Juan no le cayó nada bien ni el tono ni el sarcasmo de Mateo, pero muy dentro de él sabía que tenía la razón.
—El tercer problema sería ante cuántos y ante quiénes se aparecería Jesús — dijo Tomás.
—Mientras más sería mejor, ¿o no?— repuso Juan en un obvio intento por recuperarse de la mala intervención anterior — Yo difundiría que Jesús se apareció ante 500 discípulos.
¡Pues no, demonios! — volvió a la carga Mateo — ese sería otro error. Si se apareciese ante 500 personas existirían 489 personas a quienes se les podría preguntar sobre el evento y rápidamente lo desmentirían. Las apariciones deben realizarse en momentos como este, donde sólo estamos nosotros y nadie más que nosotros, ¿entiendes?
¡Calma Mateo! — interrumpió Pedro — . Es cierto lo que dices, pero cálmate — y volviéndose al joven apóstol añadió — : no podemos arriesgarnos a ser desacreditados, Juan. Los discípulos deben creer por nuestro testimonio. Ellos confían en nosotros y creerán si les decimos que hemos recibido una revelación privada del Señor.
—¿Y cómo será esta aparición? — dijo Andrés pensativo — Ninguno aquí ha visto a una persona resucitada, ¿o si? ¿Cómo narrarías esto tú, Juan? Has sido siempre el más creativo entre nosotros…
La condescendencia de Andrés lo había avergonzado. Juan dudó unos instantes si debía hablar o quedarse callado pero finalmente su naturaleza exuberante prevaleció:
—Diría que se nos apareció a la luz del día, entró como un fantasma y atravesó y el mismísimo muro. Al inicio no lo reconocimos y nos llenamos de temor pero Él nos habló con dulzura y nos mostró sus manos y su costado para que viéramos las heridas de los clavos y la lanza. Estaban ahí, ¡delante nuestro!… pero una mezcla de alegría y asombro nos hacia vacilar. Por último, para convencernos, Jesús nos pidió pescado, se sentó a la mesa con nosotros y comió. Nos dijo que anunciáramos la buena nueva a todas las naciones y luego lo acompañamos a Betania, donde nos dejaría. Las apariciones se sucederán esporádicamente durante 40 días hasta que…
¡Basta, por favor! — gritó Tomás fuera de sí — . ¡¿De dónde has sacado todas esas ideas?! ¿Acaso no es más sencillo decir que se nos apareció una sola vez, que nos confirmó en la misión de anunciar su mensaje a todos los pueblos y que, para terminar, nos bendijo y partió al encuentro con el Padre?
—Es cierto — agregó Andrés — . Si no armamos una versión sencilla y contundente de los hechos corremos el riesgo de que el Evangelio se fraccione y aparezcan versiones diferentes de una misma narración. Además, Juan… eso de que Jesús come pescado y nos permite tocar sus heridas supondría un grave obstáculo para que cualquier judio abrazase nuestras ideas… Si Jesús es… perdón… si predicaremos que Jesús es el hijo de Dios, ¿qué tipo de Dios tiene un cuerpo físico? Esta sería una equivocación imperdonable si queremos anunciar el Evangelio en Judea.
—¿Y si empezamos en otro lugar? — contestó Mateo—. Se me ocurre Grecia, por ejemplo. ¿Acaso su mitología no está llena de seres mitad dioses y mitad hombres? Jesús no sería aceptado con mayor facilidad en un contexto más heleno y menos judio…
Esta propuesta pareció complacer a Pedro, quien hizo una mueca de aprobación. Juan estuvo a punto de preguntarle la razón de su gesto pero Bartolomé se adelantó y tomó la palabra:
—Yo les pido cordura a todos, hermanos. Sé que ayer tomamos la decisión de continuar con la predicación a pesar de la muerte de Jesús pero creo que no hemos considerado atentamente los peligros a los que nos enfrentamos. El maestro murió de la manera más terrible y ahora tanto fariseos como romanos descansan en paz pensando que nuestra amenaza ha desaparecido. ¿Qué creen ustedes que nos harán cuando sepan que robamos el cuerpo y que hemos empezado a predicar una resurrección jamás ocurrida? ¡Reaccionen! Nos perseguirán y azotarán sin descanso, podrían incluso llegar a extremos más sádicos de los que alcanzaron con Jesús. ¿Valen nuestro prestigio y nuestro buen nombre un sacrificio tan grande? ¿Quién está dispuesto a morir por una mentira por más honra y adulación que nos traiga?
—¡Exactamente, Bartolomé! — dijo Pedro profundamente satisfecho — . Han llegado a mi misma conclusión sin necesidad de que yo intervenga. Esto parece una obra del Espíritu Santo… perdón… si existiera sería algo como del Espíritu Santo…
—¿Qué dices, Pedro? Habla con claridad, por favor.
—Digo que debemos partir, Andrés. A eso me refiero. Es imposible tener éxito en Palestina. Imaginando la locura de que un judio creyese que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, ¿quién podría concebir que resucitó con un cuerpo humano? o peor aún, ¿quién podría aceptar que murió desnudo en una cruz como un criminal cualquiera? ¿Entienden? Si alguna esperanza teníamos esa estaba puesta en la asistencia del Paráclito que Jesús nos había prometido, pero ahora que sabemos que todo es una farsa debemos pensar con sentido común, hermanos.
»Por otro lado — continuó —, Bartolomé tiene razón. Los romanos y el sanedrín mataron a Jesús porque este dijo ser el Hijo de Dios. Si saliésemos a predicar lo mismo, nuestra suerte no sería distinta. Claro, podríamos decir que fue solo un profeta pero los discípulos dirían que hemos traicionado el mensaje de Jesús con lo que desaparecería el prestigio y la autoridad que queremos conservar. ¿Qué nos queda entonces? ¡Piensen hermanos!
»No tenemos opciones. Debemos hacer un pequeño éxodo con los discípulos que creerán en el relato de la resurrección. Yo había pensado en Roma pero Atenas no es un mal destino…
—¿Y el cuerpo Pedro? ¿Qué haremos con el cuerpo? ¿Qué querías decir con que habías resuelto lo del cuerpo?
—¡El cuerpo no importa, Juan! Eso digo. Por eso lo tengo resuelto. Una vez en Atenas o en Roma, ¿qué importancia tiene el cuerpo? ¿Quién podrá negar la resurrección a cientos de miles de kilómetros de aquí? La verdad será nuestra y podremos decorarla a nuestro antojo. Jesús puede reposar tranquilo en su tumba porque seremos nosotros quienes lo llevaremos a la gloria… piensen, por favor, abran sus mentes, dada nuestra situación: ¿no es esto lo más sensato?
La seguridad con la que Pedro había hablado generó una visible confianza en los demás. Incluso Felipe y Bartolomé ahora vislumbraban una posibilidad real de tener éxito y se mostraban entusiasmados. Pedro, por su parte, tomó asiento.
—¿Quién está conmigo? — dijo.
A partir de este momento no hay necesidad de continuar esta historia. Todos sabemos que ese día nació el cristianismo.
FIN

Ok. Fin. Acabé. ¿Cuál es el punto de este relato? — se preguntará alguien — . Pues muy simple: si Cristo no hubiese resucitado, los apóstoles, suponiendo la idea descabellada de que hubiesen querido crear un engaño, de ninguna manera hubieran hecho lo que hicieron. Los Evangelios serían distintos, el cristianismo no hubiese empezado en Jerusalén, a Pablo lo hubiesen agarrado a palos antes de que diga la pachotada de que Jesús resucitado se apareció delante de 500 personas, etc., etc., y una muy larga fila de etc., porque en mi relato yo he mencionado poquísimos ejemplos.
Me encantaría saber qué piensan. Comentarios super bienvenidos.
A mí solo me queda desearles una ¡Feliz Pascua de Resurrección! Dios está vivo, ¡abracémonos porque nuestra esperanza es real!

Fuente: http://catholic-link.com/2016/03/27/razones-creer-resurreccion-jesus/

1 comentario:

  1. En mi opinión, ésto parte del principio de contar sólo con el kerygma apostólico. Pero, gracias a Dios, tenemos más. Así, el kerygma mesiánico:
    "El Espíritu del Señor está sobre mí,
    porque me ha ungido,
    Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres,
    a anunciar la libertad a los presos,
    a dar la vista a los ciegos,
    a liberar a los oprimidos
    y a proclamar un año de gracia del Señor (Lc. 4,18-19 ya en el Antiguo Testamento en Is 61,2-2; 58,6)

    Y las bienaventuranzas: Kerigma del Reino:

    "Dichosos los pobres,
    porque vuestro es el Reino de Dios,
    dichosos los que ahora tenéis hambre,
    pues seréis saciados.
    Dichosos los que ahora lloráis,
    porque reiréis,
    Dichosos seréis si os odian los hombres,
    si os expulsan, os insultan
    y proscriben vuestro nombre como infame
    por causa del Hijo del Hombre.
    Alegraos aquel día y saltad de gozo,
    porque vuestra recompensa será grande en el cielo," (Lc, 6, 20-23)

    Y podemos añadir el kerygma de María, el Magnificat y el kerygma de Zacarías, el Benedictus.

    Todos estos anuncios configuran el proyecto de Jesús: el Reino de Dios. Y proyecto apasionante de vida para los cristianos: "Buscar el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura".

    Y, además, Jesús ha resucitado.

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