La sociedad civil del Campo de Gibraltar, y
dentro de ella cristianos de a pie, se rebela contra el imperio sin ley y
sin futuro que intenta implantar el narcotráfico, aprovechándose del
empobrecimiento de la zona para contar con el apoyo necesario de algunos
vecinos
José Chamizo, sacerdote, fue Defensor del Pueblo Andaluz durante 17
años entre 1996 y 2013 y ahora dirige una ONG, Voluntarios por otro
mundo, que intenta cambiar la vida de menores e indigentes en prisión.
Pero, antes de casi todo, puso en pie a la sociedad civil del Campo de
Gibraltar –allí nació y desempeñó su labor pastoral– contra el
narcotráfico entre los años 80 y 90 del siglo pasado, que dejó a mucha
gente en el camino. Estuvieron en la calle un año entero, la mayoría
mujeres y pensionistas, exigiendo a los traficantes que se marcharan. No
les importaban las amenazas de muerte, el futuro estaba en juego. Eran
tiempos de contrabando de tabaco, pero también de hachís, cannabis o
heroína.
Otros tiempos que parecen reproducirse hoy. Basta echar un vistazo a
los periódicos de las últimas semanas o hurgar en la hemeroteca año y
medio atrás. Lo más reciente: la liberación de un narco detenido en el
Hospital de La Línea de la Concepción a cargo de un grupo de
encapuchados; agresiones agentes; o la detención en Algeciras de uno de
los narcos más famosos de la península, Sito Miñanco, que ahora sondeaba
el sur después de mercadear con la
fariña (cocaína) en
Galicia. A mayor distancia temporal se encuentran el ataque a pedradas
de un grupo de vecinos de La Línea cuando la Policía y la Guardia Civil
trataban de interceptar un alijo de hachís o la muerte de un policía,
aunque de manera fortuita, en una persecución… A los hechos habría que
sumar las cifras, pues se estima que las personas que colaboran
directamente con el narco ascienden a más de 3.000 solo en esta
localidad gaditana para decenas de organizaciones. En total, más de 300
millones de euros de fraude a las arcas del Estado.
Chamizo vuelve a levantar la voz en este semanario. Y lo hace si cabe
con más preocupación que hace 30 años, pues dice que hay diferencias
entre los narcos de entonces y los de ahora. «Cuando yo estaba en
aquella zona, claro que me amenazaron de muerte, pero era gente –tenían
hijos toxicómanos– con la que se podía hablar. Los de hoy son jóvenes,
inexpertos, que se defienden con destrozos y con armas, aunque todavía
no las han utilizado, con el atrevimiento para liberar a un detenido que
estaba convaleciente en el hospital. Es un problema muy serio que debe
ser abordado como tal, porque aunque luchamos durante muchos años no se
nos hizo caso». Jóvenes que portan con orgullo camisetas de Pablo
Escobar, sanguinario narcotraficante al que alguna serie de televisión
ha dado un halo de atractivo lejano a la realidad y que hoy su hijo,
Juan Pablo Escobar, trata de refutar allá por dónde va. La última, hace
unos días en La Coruña.
Como Chamizo, Paco Mena, presidente de la Coordinadora Alternativas,
vivió los peores años del narcotráfico del siglo pasado en la zona.
Lleva toda su vida luchando. Y sigue. Fue una de las cabezas visibles de
la respuesta civil contra la droga del pasado mes de febrero y, hace
casi una semana, de una manifestación en el barrio de las Tres Torres de
Cádiz, donde proliferan últimamente los narcopisos. En su opinión, se
está volviendo a una situación del pasado, porque aunque el contrabando
nunca se haya ido y haya tenido más o menos gente implicada, desde hace
año y medio se están dando pasos inéditos con el uso de la violencia en
ataques contra la Guardia Civil, la quema de embarcaciones o la
intimidación al fiscal jefe antidroga al que rajaron, hace unos días,
las ruedas de su coche. «Así, se pierde el principio de autoridad, que
da lugar a la impunidad», explica.
Factores de riesgo
Son muchos los factores que afectan a la expansión del narco en la
zona. Detrás está la falta de expectativas de futuro, el paro, la
marginación, el fracaso escolar, pero también la ausencia de valores, la
percepción de que el hachís es inocuo. Todo ello hace que el
narcotráfico encuentre comprensión social y colaboradores necesarios que
consiguen un nivel de vida más que aceptable con el mínimo esfuerzo. En
realidad, no es muy diferente a la situación que se vivió en Galicia
años atrás y que ahora se recuerda gracias al libro
Fariña, del
periodista Nacho Carretero, y que ha saltado a la televisión con una
serie del mismo nombre. Una situación que no dista mucho en algunos
aspectos de comportamientos de la mafia siciliana o el narco colombiano.
Una vez se entra en el círculo, ya es muy complicado salir de él. En
los colegios, tal y como cuenta a
Alfa y Omega el escritor y periodista Juan José Téllez, se produce de vez en cuando la siguiente conversación:
—¿Cuánto cobras?— se dirige un alumno a su profesor.
—Pues unos 1.500 euros— responde.
—Eso es lo que gana mi padre en una noche— replica el primero.
Téllez es natural de Algeciras. Él fue el encargado de poner voz a
las más de 3.000 personas que el pasado mes de febrero se reunieron en
la plaza de la Iglesia de La Línea de la Concepción para gritar basta
ya, hartas de la impunidad y la violencia creciente que muestran estas
bandas. Un mes después de esta movilización, Téllez atiende a
Alfa y Omega.
Primero, reconoce que el contrabando ha sido una tónica general en la
zona desde hace casi dos siglos por dos motivos fundamentales: las
fronteras vulnerables y el empobrecimiento. Pero lo que hoy sucede en
las costas del Campo de Gibraltar, dice, no tiene nada que ver ni con el
fenómeno casi romántico del siglo XIX ni con lo que sucedió entre los
años 80 y 90. «Las redes están más organizadas, hay más competencia y
también más armas. Este último aspecto es lo que está desatando las
alarmas, porque es un factor de peligrosidad muy importante. En
realidad, solo las usan para aterrorizar o disuadir a sus rivales, pero
podemos encontrarnos en un futuro con balas perdidas que maten inocentes
o ajustes de cuentas», explica.
Y se ha llegado a esta situación porque los problemas que asolan hoy a
la zona siguen –desempleo, marginación– siendo los mismos que hace casi
50 años, cuando el entonces obispo Añoveros encargó a sus curas un
estudio de la zona. Desde entonces se han ido lanzando proyectos que, a
la larga, han resultado fallidos y de ello se han aprovechado los
narcotraficantes, que han conseguido, por una parte, proteger a mucha
gente que se ha sentido abandonada por el Estado y con ello crear una
red clientelar entre población de a pie que se pone de manifiesto en
narcopisos, garajes que se alquilan para guardar droga… «Si un narco te
ofrece la oportunidad de llevar a tu casa dinero cuando no encuentras
otra opción, terminas besando la mano que te da de comer», añade.
Para Paco Mena, hay dos factores fundamentales que fomentan el
tráfico y que, en su opinión, se deberían atajar: la oferta y la
demanda. Oferta hay y está en Marruecos; la demanda, en Europa. «La
nuestra es la primera frontera en la lucha contra la droga en Europa.
Esta droga es la que consumen nuestros hijos por toda Europa».
¿Y las soluciones?
Paco Mena cree que lo primero que hay que hacer es recuperar el
principio de autoridad y eso se hace con más efectivos de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado, tal y como ha promovido el Ministerio
del Interior que también ha escuchado a los vecinos y asociaciones
contra la droga al anunciar la prohibición por ley del tipo de
embarcación que se usan para introducir estas sustancias prohibidas en
España. Así acabó Gibraltar con el contrabando de tabaco. Reclaman
también más medios judiciales y, en concreto, la creación de un juzgado
de investigación especializado. Y, cómo no, medidas en el ámbito social y
económico, que ya están anunciadas por parte de la Junta de Andalucía.
Para Juan José Téllez, esto es muy importante: «Se trata de poner sobre
la mesa más maestros, más intermediarios sociales, más oportunidades,
más valores». Aunque ve complicado ofrecer algo atractivo que pueda
sacar de los suburbios de la legalidad a muchos chicos que crecen a la
sombra de los narcos, insiste en que no se puede tirar la toalla.
Fran Otero @franoterof
Manifestación en la Línea de la Concepción, bajo el lema Por la Línea, por tu seguridad, por tu futuro, el 27 de febrero de 2018. Foto: EFE/A. Carrasco Rage
La Iglesia sobre el narcotráfico
La Iglesia siempre ha mantenido una postura firme contra las drogas.
Condena a los «traficantes de la muerte» y acogida a aquellas personas
que por las primeras y por circunstancias especiales acabaron en la
adicción. Basta echar un vistazo a la extensión del Proyecto Hombre o a
las numerosas iniciativas de congregaciones religiosas en este sentido.
En concreto, en la zona del Campo de Gibraltar se encuentran las Hijas
de la Caridad, en cuya residencia atienden a personas con sida, la mayor
parte procedentes de la droga. Allí la sociedad civil se organizó,
además, para denunciar la situación y la iniciativa partió de un
sacerdote, acompañado por cristianos de a pie.
Atendidas las personas, los Papas y la Iglesia en general siempre han
denunciado las graves consecuencias del narcotráfico, con la corrupción
de políticos, Policía y sociedad en general, con la pérdida de vidas
humanas… En concreto, el Papa Francisco está muy preocupado por esta
cuestión y son ya varios los encuentros celebrados en el Vaticano que
han abordado esta realidad –donde incluso se planteó la excomunión de
los narcos–, además de sus recurrentes manifestaciones tanto desde la
Sede de Pedro en el Vaticano como en sus viajes, especialmente a países
golpeados más intensamente por la droga como México, su Argentina natal o
Colombia. En este último país, a donde viajó hace seis meses, dijo:
«Condeno con firmeza esta lacra que ha puesto fin a tantas vidas y que
es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos. No se puede jugar
con la vida de nuestro hermano ni manipular su dignidad. Hago un
llamamiento para que se busquen los modos para terminar con el
narcotráfico que lo único que hace es sembrar muerte por doquier,
truncando tantas esperanzas y destruyendo tantas familias».
Y dio pistas del papel que debe jugar la comunidad cristiana: A
nosotros, cristianos, «se nos exige generar desde abajo un cambio
cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la
cultura de la vida y del encuentro».