Por Redacción Religión
La
Santa Sede abre "la posibilidad de bendecir a las parejas en
situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo, sin convalidar
oficialmente su status ni alterar en modo alguno la enseñanza perenne de
la Iglesia sobre el Matrimonio”. Así lo ha explicado en el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández, que ha publicado este 18 de diciembre un documento sobre las bendiciones a parejas en situaciones irregulares y parejas del mismo sexo.
La
doctrina tradicional sobre el matrimonio se mantiene inalterable, pero
podrán ser bendecidas otras uniones de parejas "en situaciones
irregulares y a las parejas del mismo sexo". No existirá ningún rito
específico que pueda provocar una confusión con el matrimonio. Por eso,
"siguiendo la enseñanza autorizada del Santo Padre Francisco, este
Dicasterio quiere finalmente recordar que este mundo necesita bendición y
nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. De
este modo, cada hermano y hermana podrán sentirse en la Iglesia siempre
peregrinos, siempre suplicantes, siempre amados y, a pesar de todo,
siempre bendecidos”.
Firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio
No obstante, el documento asegura seguir “firme
en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no
permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito
litúrgico que pueda causar confusión”.
Lo que se pretende
es “ofrecer una contribución específica e innovadora al significado
pastoral de las bendiciones, que permite ampliar y enriquecer la
comprensión clásica de las bendiciones estrechamente vinculada a una
perspectiva litúrgica”. Tal reflexión teológica, basada en la visión
pastoral del Papa Francisco, “implica un verdadero desarrollo de
lo que se ha dicho sobre las bendiciones en el Magisterio y en los
textos oficiales de la Iglesia”. Esto explica que el texto haya adoptado la forma de una “declaración”.
Es precisamente en este contexto, explica el texto, “en el que se puede
entender la posibilidad de bendecir a las parejas en situaciones
irregulares y a las parejas del mismo sexo”.
El texto,
que reproducimos en su integridad, “quiere ser también un homenaje al
Pueblo fiel de Dios, que adora al Señor con tantos gestos de profunda
confianza en su misericordia y que, con esta actitud, viene
constantemente a pedir a la madre Iglesia una bendición”.
Declaración Fiducia supplicans sobre el sentido pastoral de las bendiciones
Presentación
La
presente Declaración ha tomado en consideración varias cuestiones que
han llegado a este Dicasterio tanto en años pasados como más
recientemente. Para su redacción, como es práctica habitual, se consultó
a expertos, se llevó a cabo un amplio proceso de elaboración y el
borrador se debatió en el Congreso de la Sección Doctrinal del
Dicasterio. Durante este tiempo de elaboración del documento, no
faltaron las conversaciones con el Santo Padre. Finalmente, la
Declaración fue presentada al Santo Padre, que la aprobó con su firma.
Durante el estudio de la materia objeto de este documento, se dio a conocer la respuesta del Santo Padre a los Dubia
de algunos Cardenales, que aportó importantes precisiones para la
reflexión que ahora se ofrece aquí, y que representa un elemento
decisivo para el trabajo del Dicasterio. Dado que «la Curia Romana es,
en primer lugar, un instrumento de servicio para el sucesor de Pedro»
(Const. Ap. Praedicate Evangelium, II, 1), nuestro trabajo debe
favorecer, junto a la comprensión de la doctrina perenne de la Iglesia,
la recepción de la enseñanza del Santo Padre.
Como en la ya citada respuesta del Santo Padre a los Dubia
de dos Cardenales, la presente Declaración se mantiene firme en la
doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo
ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico
que pueda causar confusión. No obstante, el valor de este documento es
ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones,
que permite ampliar y enriquecer la comprensión clásica de las
bendiciones estrechamente vinculada a una perspectiva litúrgica. Tal
reflexión teológica, basada en la visión pastoral del Papa Francisco,
implica un verdadero desarrollo de lo que se ha dicho sobre las
bendiciones en el Magisterio y en los textos oficiales de la Iglesia.
Esto explica que el texto haya adoptado la forma de una “Declaración”.
Y
es precisamente en este contexto en el que se puede entender la
posibilidad de bendecir a las parejas en situaciones irregulares y a las
parejas del mismo sexo, sin convalidar oficialmente su status ni alterar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el Matrimonio.
La
presente Declaración quiere ser también un homenaje al Pueblo fiel de
Dios, que adora al Señor con tantos gestos de profunda confianza en su
misericordia y que, con esta actitud, viene constantemente a pedir a la
madre Iglesia una bendición.
Víctor Manuel Card. FERNÁNDEZ
Prefecto
Introducción
1.
La confianza suplicante del Pueblo fiel de Dios recibe el don de la
bendición que brota del corazón de cristo a través de su Iglesia. Como
recuerda puntualmente el Papa Francisco, «la gran bendición de Dios es
Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda
la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Él es la
Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido “siendo nosotros
todavía pecadores” (Rm 5,8) dice san Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz».[1]
2.
Sostenido por una verdad tan grande y consoladora, este Dicasterio ha
tomado en consideración algunas preguntas, tanto formales como
informales, sobre la posibilidad de bendecir parejas del mismo sexo y
sobre la posibilidad de ofrecer nuevas precisiones, a la luz de la
actitud paterna y pastoral del Papa Francisco, sobre el Responsum ad dubium[2]formulado por la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe y publicado el 22 de febrero de 2021.
3. Dicho Responsum
ha suscitado no pocas y diferentes reacciones: algunos han acogido con
beneplácito la claridad de este documento y su coherencia con la
constante enseñanza de la Iglesia; otros no han compartido la respuesta
negativa a la pregunta o no la han considerado suficientemente clara en
su formulación o en las motivaciones expuestas en la Nota explicativa
adjunta. Para salir al encuentro, con caridad fraterna, a estos
últimos, parece oportuno retomar el tema y ofrecer una visión que
componga con coherencia los aspectos doctrinales con aquellos
pastorales, porque «todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud
evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el
amor y el testimonio».[3]
I. La bendición en el sacramento del matrimonio
4. La reciente respuesta del Santo Padre Francisco a la segunda de las cinco preguntas propuestas por dos Cardenales[4]
ofrece la posibilidad de profundizar más en el tema, sobre todo en sus
consecuencias de orden pastoral. Se trata de evitar que «se reconoce
como matrimonio algo que no lo es».[5] Por lo tanto son
inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que
es constitutivo del matrimonio, como «unión exclusiva, estable e
indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar
hijos»,[6] y lo que lo contradice. Esta convicción está
fundada sobre la perenne doctrina católica del matrimonio. Solo en este
contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado
y plenamente humano. La doctrina de la Iglesia sobre este punto se
mantiene firme.
5. Esta es también la comprensión del matrimonio
ofrecida por el Evangelio. Por este motivo, a propósito de las
bendiciones, la Iglesia tiene el derecho y el deber de evitar cualquier
tipo de rito que pueda contradecir esta convicción o llevar a cualquier
confusión. Tal es también el sentido del Responsum de la
entonces Congregación para la Doctrina de la Fe donde se afirma que la
Iglesia no tiene el poder de impartir la bendición a uniones entre
personas del mismo sexo.
6. Hay que subrayar que, precisamente en
el caso del rito del sacramento del matrimonio, no se trata de una
bendición cualquiera, sino del gesto reservado al ministro ordenado. En
este caso, la bendición del ministro ordenado está directamente
conectada a la unión específica de un hombre y de una mujer que, con su
consentimiento establecen una alianza exclusiva e indisoluble. Esto nos
permite evidenciar mejor el riesgo de confundir una bendición, dada a
cualquier otra unión, con el rito propio del sacramento del matrimonio.
II. El sentido de las distintas bendiciones
7.
Por otra parte, la respuesta del Santo Padre, anteriormente mencionada,
nos invita a hacer el esfuerzo de ampliar y enriquecer el sentido de
las bendiciones.
8. Las bendiciones pueden considerarse entre los
sacramentales más difundidos y en continua evolución. Ellas, de hecho,
nos llevan a captar la presencia de Dios en todos los acontecimientos de
la vida y recuerdan que, incluso cuando utiliza las cosas creadas, el
ser humano está invitado a buscar a Dios, a amarle y a servirle
fielmente.[7] Por este motivo, las bendiciones tienen por
destinatarios las personas, los objetos de culto y de devoción, las
imágenes sagradas, los lugares de vida, de trabajo y de sufrimiento, los
frutos de la tierra y del trabajo humano, y todas las realidades
creadas que remiten al Creador y que, con su belleza, lo alaban y
bendicen.
El sentido litúrgico de los ritos de bendición
9.
Desde un punto de vista estrictamente litúrgico, la bendición requiere
que aquello que se bendice sea conforme a la voluntad de Dios
manifestada en las enseñanzas de la Iglesia.
10. Las bendiciones
se celebran, de hecho, en virtud de la fe y se ordenan a la alabanza de
Dios y al provecho espiritual de su pueblo. Como explica el Ritual
Romano, «para que esto se vea más claro, las fórmulas de bendición,
según la antigua tradición, tienden como objetivo principal a glorificar
a Dios por sus dones, impetrar sus beneficios y alejar del mundo el
poder del maligno».[8] Por ello, se invita a quienes invocan
la bendición de Dios a través de la Iglesia a intensificar «sus
disposiciones internas en aquella fe para la cual nada hay imposible» y a
confiar en «aquella caridad que apremia a guardar los mandamientos de
Dios». [9] Por eso, mientras que por un lado «siempre y en
todo lugar se nos ofrece la ocasión de alabar a Dios por Cristo en el
Espíritu Santo, de invocarlo y darle gracias», por otra parte la
preocupación es «que se trate de cosas, lugares o circunstancias que no
contradigan la norma o el espíritu del Evangelio».[10] Esta es una comprensión litúrgica de las bendiciones, en cuanto se convierten en ritos propuestos oficialmente por la Iglesia.
11. Basándose en estas consideraciones, la Nota explicativa del citado Responsum de
la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe recuerda que cuando,
con un rito litúrgico adecuado, se invoca una bendición sobre algunas
relaciones humanas, lo que se bendice debe poder corresponder a los
designios de Dios inscritos en la Creación y plenamente revelados por
Cristo el Señor. Por ello, dado que la Iglesia siempre ha considerado
moralmente lícitas sólo las relaciones sexuales que se viven dentro del
matrimonio, no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica
cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad
moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica
sexual extramatrimonial. La sustancia de este pronunciamiento fue
reiterada por el Santo Padre en su Respuestas a los Dubia de dos Cardenales.
12.
Se debe también evitar el riesgo de reducir el sentido de las
bendiciones solo a este punto de vista, porque nos llevaría a pretender,
para una simple bendición, las mismas condiciones morales que se piden
para la recepción de los sacramentos. Este riesgo exige que se amplíe
más esta perspectiva. De hecho, existe el peligro que un gesto pastoral,
tan querido y difundido, se someta a demasiados requisitos morales
previos que, bajo la pretensión de control, podrían eclipsar la fuerza
incondicional del amor de Dios en la que se basa el gesto de la
bendición.
13. Precisamente a este respecto, el Papa Francisco nos
instó a no «perder la caridad pastoral, que debe atravesar todas
nuestras decisiones y actitudes» y a evitar ser «jueces que sólo niegan,
rechazan, excluyen».[11] A continuación respondemos a su propuesta desarrollando una comprensión más amplia de las bendiciones.
Las bendiciones en la Sagrada Escritura
14.
Para reflexionar sobre las bendiciones, recogiendo distintos puntos de
vista, necesitamos dejarnos iluminar ante todo por la voz de la Sagrada
Escritura.
15. «El Señor te bendiga y te proteja,ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm
6, 24-26). Esta “bendición sacerdotal” que encontramos en el Antiguo
Testamento, precisamente en el libro de los Números, tiene un carácter
“descendente” porque representa la invocación de la bendición que desde
Dios desciende sobre el hombre: esta constituye uno de los textos más
antiguos de bendición divina. Existe además un segundo tipo de bendición
que encontramos en las páginas bíblicas, aquella que “sube” desde la
tierra al cielo, hacia Dios. Bendecir equivale a alabar, celebrar,
agradecer a Dios por su misericordia y fidelidad, por las maravillas que
ha creado y por todo aquello que sucedió por su voluntad: «Bendice,
alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre» (Sal 103, 1).
16. A Dios que bendice, también nosotros respondemos bendiciendo. Melquisedec, rey de Salem, bendice a Abrán (cfr. Gen 14, 19); Rebecca es bendecida por sus familiares, poco antes de convertirse en la esposa de Isaac (cfr. Gen 24, 60), el cuál, a su vez, bendice su hijo Jacob (cfr. Gen 27, 27). Jacob bendice al faraón (cfr. Gen 47, 10), a sus nietos Efraín y Manasés (cfr. Gen 48, 20) y a todos sus doce hijos (cfr. Gen 49, 28). Moisés y Aarón bendicen a la comunidad (cfr. Ex 39, 43; Lev
9, 22). Los cabeza de familia bendicen los hijos con ocasión de los
matrimonios, antes de emprender un viaje, en la cercanía de la muerte.
Estas bendiciones aparecen como un don sobreabundante e incondicionado.
17.
La bendición presente en el Nuevo Testamento conserva, sustancialmente,
el mismo significado veterotestamentario. Encontramos el don divino que
“desciende”, el agradecimiento del hombre que “asciende” y la bendición
impartida del hombre que “se extiende” hacia sus iguales. Zacarías,
tras haber recuperado el uso de la palabra, bendice al Señor por sus
admirables obras (cfr. Lc 1, 64). El anciano Simeón, mientras
tiene entre los brazos a Jesús recién nacido, bendice a Dios por haberle
concedido la gracia de contemplar al Mesías salvador y luego bendice a
sus padres María y José (cfr. Lc 2, 34). Jesús bendice al
Padre, en el celebre himno de alabanza y de júbilo a Él dirigido: «Te
doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11, 25).
18.
En continuidad con el Antiguo Testamento, la bendición en Jesús no es
solo ascendente, en referencia al Padre, sino también descendente,
vertida sobre los otros como gesto de gracia, protección y bondad. El
propio Jesús llevó a cabo y promovió esta práctica. Por ejemplo, bendice
a los niños: «Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las
manos» (Mc 10, 16). Y la historia terrenal de Jesús terminará
precisamente con una bendición final reservada a los Once, poco antes de
subir al Padre: «y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los
bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo». La última
imagen de Jesús en la tierra son sus manos alzadas, en el acto de
bendecir.
19. En su misterio de amor, a través de Cristo, Dios
comunica a su Iglesia el poder de bendecir. Concedida por Dios al ser
humano y otorgada por estos al prójimo, la bendición se transforma en
inclusión, solidaridad y pacificación. Es un mensaje positivo de
consuelo, atención y aliento. La bendición expresa el abrazo
misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia que invita al fiel a
tener los mismos sentimientos de Dios hacia sus propios hermanos y
hermanas.
Una comprensión teológico-pastoral de las bendiciones
20.
Quien pide una bendición se muestra necesitado de la presencia
salvífica de Dios en su historia, y quien pide una bendición a la
Iglesia reconoce a esta última como sacramento de la salvación que Dios
ofrece. Buscar la bendición en la Iglesia es admitir que la vida
eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a
seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor.
21.
Para ayudarnos a comprender el valor de un enfoque mayormente pastoral
de las bendiciones, el Papa Francisco nos instó a contemplar, con
actitud de fe y paternal misericordia, el hecho que «cuando se pide una
bendición se está expresando un pedido de auxilio a Dios, un ruego para
poder vivir mejor, una confianza en un Padre que puede ayudarnos a vivir
mejor».[12] Esta petición debe ser, en todos los sentidos,
valorada, acompañada y recibida con gratitud. Las personas que vienen
espontáneamente a pedir una bendición muestran con esta petición su
sincera apertura a la trascendencia, la confianza de su corazón que no
se fía solo de sus propias fuerzas, su necesidad de Dios y el deseo de
salir de las estrechas medidas de este mundo encerrado en sus límites.
22.
Como nos enseña santa Teresa del Niño Jesús, más allá de esta confianza
«no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo
lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras
vidas […]. La actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón
fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que
ama sin límites […]. El pecado del mundo es inmenso, pero no es
infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es
infinito».[13]
23. Cuando estas expresiones de fe
vienen consideradas fuera de un marco litúrgico, uno se encuentra en un
ámbito de mayor espontaneidad y libertad, pero «la libertad frente a los
ejercicios de piedad, no debe significar, por lo tanto, escasa
consideración ni desprecio de los mismos. La vía a seguir es la de
valorar correcta y sabiamente las no escasas riquezas de la piedad
popular, las potencialidades que encierra».[14] Las bendiciones se convierten así en un recurso pastoral a valorar en lugar de un riesgo o un problema.
24.
Consideradas desde el punto de vista de la pastoral popular, las
bendiciones son valoradas como actos de devoción que «encuentran su
lugar propio fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros
sacramentos […]. El lenguaje, el ritmo, el desarrollo y los acentos
teológicos de la piedad popular se diferencian de los correspondientes
de las acciones litúrgicas». Por ésa misma razón «hay que evitar añadir
modos propios de la “celebración litúrgica” a los ejercicios de piedad,
que deben conservar su estilo, su simplicidad y su lenguaje
característico».[15]
25. La Iglesia, también, debe
evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas
doctrinales o disciplinares, sobre todo cuando dan «lugar a un elitismo
narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace
es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a
la gracia se gastan las energías en controlar».[16] Por lo
tanto, cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a
un análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla
conferir. No se les debe pedir una perfección moral previa.
26. En esta perspectiva, la Respuestas
del Santo Padre ayudan a profundizar mejor, desde el punto de vista
pastoral, el pronunciamiento formulado por la entonces Congregación para
la Doctrina de la Fe en el 2021, porqué invitan de hecho a un
discernimiento en relación con la posibilidad de «formas de bendición,
solicitadas por una o por varias personas, que no transmitan una
concepción equivocada del matrimonio»[17] y que también
tengan en cuenta el hecho que en situaciones moralmente inaceptables
desde un punto de vista objetivo, «la misma caridad pastoral nos exige
no tratar sin más de “pecadores” a otras personas cuya culpabilidad o
responsabilidad pueden estar atenuadas por diversos factores que
influyen en la imputabilidad subjetiva».[18]
27. En la
catequesis citada al inicio de esta Declaración, el Papa Francisco
propuso una descripción de este tipo de bendiciones que se ofrecen a
todos, sin pedir nada. Vale la pena leer con corazón abierto estas
palabras que nos ayudan a acoger el sentido pastoral de las bendiciones
ofrecidas sin condiciones: «Es Dios que bendice. En las primeras páginas
de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios bendice,
pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición
posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la
recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios […].
Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que
nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él
nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos. Una
experiencia intensa es la de leer estos textos bíblicos de bendición en
una prisión, o en un centro de desintoxicación. Hacer sentir a esas
personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que
el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran
finalmente al bien. Si incluso sus parientes más cercanos les han
abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para Dios son
siempre hijos».[19]
28. Existen diversas ocasiones en
las cuales las personas se acercan espontáneamente a pedir una
bendición, tanto en las peregrinaciones, en los santuarios y también en
la calle cuando se encuentran con un sacerdote. Como ejemplo, podemos
recurrir al libro litúrgico De Benedictionibus que prevé una
serie de ritos de bendición para las personas: ancianos, enfermos,
participantes en la catequesis o en un encuentro de oración, peregrinos,
aquellos que inician un camino, grupos y asociaciones de voluntarios,
etc. Tales bendiciones se dirigen a todos, ninguno puede ser excluido.
En los preámbulos del Rito de bendición de los ancianos, por
ejemplo, se afirma que el objetivo de esta bendición es «que los
ancianos reciban de los hermanos un testimonio de respeto y de
agradecimiento. Al mismo tiempo nosotros, junto con ellos, damos gracias
a Dios por los beneficios que de e?l han recibido y por las buenas
obras que han realizado con su ayuda».[20] En este caso, el
objeto de la bendición es la persona del anciano, por quien y con quien
se da gracias a Dios por el bien por él realizado y por los beneficios
recibidos. A ninguno se puede impedir esta acción de gracias y cada uno,
incluso si vive en situaciones no ordenadas al designio del Creador,
posee elementos positivos por los cuales alabar al Señor.
29.
Desde la perspectiva de la dimensión ascendente, cuando se toma
conciencia de los dones del Señor y de su amor incondicional, incluso en
situaciones de pecado, sobre todo cuando se escucha una oración, el
corazón creyente eleva su alabanza y bendición a Dios. Esta forma de
bendición no se impide a nadie. Todos – individualmente o en unión con
otros – pueden elevar a Dios su alabanza y su gratitud.
30. Pero
el sentido popular de las bendiciones incluye también el valor de la
bendición descendente. Si «no es conveniente que una Diócesis, una
Conferencia Episcopal o cualquier otra estructura eclesial habiliten
constantemente y de modo oficial procedimientos o ritos para todo tipo
de asuntos»,[21] la prudencia y la sabiduría pastoral pueden
sugerir que, evitando formas graves de escándalo o confusión entre los
fieles, el ministro ordenado se una a la oración de aquellas personas
que, aunque estén en una unión que en modo alguno puede parangonarse al
matrimonio, desean encomendarse al Señor y a su misericordia, invocar su
ayuda, dejarse guiar hacia una mayor comprensión de su designio de amor
y de vida.
III. Las bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo
31.
En el horizonte aquí delineado se coloca la posibilidad de bendiciones
de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo, cuya
forma no debe encontrar ninguna fijación ritual por parte de las
autoridades eclesiásticas, para no producir confusión con la bendición
propia del sacramento del matrimonio. En estos casos, se imparte una
bendición que no sólo tiene un valor ascendente, sino que es también la
invocación de una bendición descendente del mismo Dios sobre aquellos
que, reconociéndose desamparados y necesitados de su ayuda, no pretenden
la legitimidad de su propio status, sino que ruegan que todo
lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y
relaciones, sea investido, santificado y elevado por la presencia del
Espíritu Santo. Estas formas de bendición expresan una súplica a Dios
para que conceda aquellas ayudas que provienen de los impulsos de su
Espíritu – que la teología clásica llama “gracias actuales” – para que
las relaciones humanas puedan madurar y crecer en la fidelidad al
mensaje del Evangelio, liberarse de sus imperfecciones y fragilidades y
expresarse en la dimensión siempre más grande del amor divino.
32.
La gracia de Dios, de hecho, actúa en la vida de aquellos que no se
consideran justos, sino que se reconocen humildemente pecadores como
todos. Es capaz de dirigirlo todo según los designios misteriosos e
imprevisibles de Dios. Por eso, con incansable sabiduría y maternidad,
la Iglesia acoge a todos los que se acercan a Dios con corazón humilde,
acompañándolos con aquellos auxilios espirituales que permiten a todos
comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su existencia.[22]
33. Es esta una bendición que, aunque no se incluya en un rito litúrgico,[23]
une la oración de intercesión a la invocación de ayuda de Dios de
aquellos que se dirigen humildemente a Él. ¡Dios no aleja nunca al que
se acerca a Él! Al fin y al cabo, la bendición ofrece a las personas un
medio para acrecentar su confianza en Dios. La petición de una bendición
expresa y alimenta la apertura a la trascendencia, la piedad y la
cercanía a Dios en mil circunstancias concretas de la vida, y esto no es
poca cosa en el mundo en el que vivimos. Es una semilla del Espíritu
Santo que hay que cuidar, no obstaculizar.
34. La misma liturgia
de la Iglesia nos invita a esta actitud confiada, también en medio de
nuestros pecados, falta de méritos, debilidades y confusiones como da
testimonio esta bellísima oración colecta tomada del Misal Romano: «Dios
todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y
deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia,
para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun
aquello que no nos atrevemos a pedir» (XXVII Domingo del Tiempo
Ordinario). Cuantas veces, de hecho, a través de una simple bendición
del pastor, que en este gesto no pretende sancionar ni legitimar nada,
las personas pueden experimentar la cercanía del Padre que desborda “los
méritos y deseos”.
35. Por lo tanto, la sensibilidad pastoral de
los ministros ordenados debería educarse, también, para realizar
espontáneamente bendiciones que no se encuentran en el Bendicional.
36.
En este sentido, es esencial acoger la preocupación del Papa, para que
estas bendiciones no ritualizadas no dejen de ser un simple gesto que
proporciona un medio eficaz para hacer crecer la confianza en Dios en
las personas que la piden, evitando que se conviertan en un acto
litúrgico o semi-litúrgico, semejante a un sacramento. Esto constituiría
un grave empobrecimiento, porque sometería un gesto de gran valor en la
piedad popular a un control excesivo, que privaría a los ministros de
libertad y espontaneidad en el acompañamiento de la vida de las
personas.
37. A este respecto, vienen a la mente las siguientes
palabras, en parte ya citadas, del Santo Padre: «Las decisiones que, en
determinadas circunstancias, pueden formar parte de la prudencia
pastoral, no necesariamente deben convertirse en una norma. Es decir, no
es conveniente que una Diócesis, una Conferencia Episcopal o cualquier
otra estructura eclesial habiliten constantemente y de modo oficial
procedimientos o ritos para todo tipo de asuntos […] El Derecho Canónico
no debe ni puede abarcarlo todo, y tampoco deben pretenderlo las
Conferencias Episcopales con sus documentos y protocolos variados,
porque la vida de la Iglesia corre por muchos cauces además de los
normativos».[24] Así el Papa Francisco ha recordado que «todo
aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una
situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma»,
porque esto «daría lugar a una casuística insoportable».[25]
38.
Por esta razón, no se debe ni promover ni prever un ritual para las
bendiciones de parejas en una situación irregular, pero no se debe
tampoco impedir o prohibir la cercanía de la Iglesia a cada situación en
la que se pida la ayuda de Dios a través de una simple bendición. En la
oración breve que puede preceder esta bendición espontanea, el ministro
ordenado podría pedir para ellos la paz, la salud, un espíritu de
paciencia, diálogo y ayuda mutuos, pero también la luz y la fuerza de
Dios para poder cumplir plenamente su voluntad.
39. De todos
modos, precisamente para evitar cualquier forma de confusión o de
escándalo, cuando la oración de bendición la solicite una pareja en
situación irregular, aunque se confiera al margen de los ritos previstos
por los libros litúrgicos, esta bendición nunca se realizará al mismo
tiempo que los ritos civiles de unión, ni tampoco en conexión con ellos.
Ni siquiera con las vestimentas, gestos o palabras propias de un
matrimonio. Esto mismo se aplica cuando la bendición es solicitada por
una pareja del mismo sexo.
40. En cambio, tal bendición puede
encontrar su lugar en otros contextos, como la visita a un santuario, el
encuentro con un sacerdote, la oración recitada en un grupo o durante
una peregrinación. De hecho, mediante estas bendiciones, que se imparten
no a través de las formas rituales propias de la liturgia, sino como
expresión del corazón materno de la Iglesia, análogas a las que emanan
del fondo de las entrañas de la piedad popular, no se pretende legitimar
nada, sino sólo abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir
mejor e invocar también al Espíritu Santo para que se vivan con mayor
fidelidad los valores del Evangelio.
41. Lo que se ha dicho en la
presente Declaración sobre las bendiciones de parejas del mismo sexo, es
suficiente para orientar el discernimiento prudente y paterno de los
ministros ordenados a este respecto. Por tanto, además de las
indicaciones anteriores, no cabe esperar otras respuestas sobre cómo
regular los detalles o los aspectos prácticos relativos a este tipo de
bendiciones.[26]
IV. La Iglesia es el sacramento del amor infinito de Dios
42.
La Iglesia continúa elevando aquellas oraciones y suplicas que Cristo
mismo, con grandes gritos y lágrimas, ofreció en los días de su vida
terrena (cfr. Heb 5, 7) y que por esto mismo gozan de una
eficacia particular. De este modo, «la comunidad eclesial ejerce su
verdadera función de conducir las almas a Cristo no sólo con la caridad,
el ejemplo y los actos de penitencia, sino también con la oración».[27]
43.
Así, la Iglesia es el sacramento del amor infinito de Dios. Por eso,
cuando la relación con Dios está enturbiada por el pecado, siempre se
puede pedir una bendición, acudiendo a Él, como hizo Pedro en la
tormenta cuando clamó a Jesús: «Señor, sálvame» (Mt 14, 30). En
algunas situaciones, desear y recibir una bendición puede ser el bien
posible. El Papa Francisco nos recuerda que «un pequeño paso, en medio
de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar
importantes dificultades».[28] De este modo, «lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado».[29]
44. Toda bendición será la ocasión para un renovado anuncio del kerygma,
una invitación a acercarse siempre más al amor de Cristo. El Papa
Benedicto XVI enseñaba: «La Iglesia, al igual que María, es mediadora de
la bendición de Dios para el mundo: la recibe acogiendo a Jesús y la
transmite llevando a Jesús. Él es la misericordia y la paz que el mundo
por sí mismo no se puede dar y que necesita tanto o más que el pan».[30]
45.
Teniendo en cuenta todo lo afirmado anteriormente, siguiendo la
enseñanza autorizada del Santo Padre Francisco, este Dicasterio quiere
finalmente recordar que «esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la
capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir […]. Este
mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir
la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la
alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él
a no maldecir, sino bendecir».[31] De este modo, cada
hermano y hermana podrán sentirse en la Iglesia siempre peregrinos,
siempre suplicantes, siempre amados y, a pesar de todo, siempre
bendecidos.
Fuente: https://www.cope.es/religion/hoy-en-dia/vaticano/noticias/vaticano-contempla-bendecir-parejas-homosexuales-irregulares-sin-equipararlas-matrimonio-20231218_3055505