El debate sobre si la enseñanza de la Religión debe ser
parte del currículum educativo, y cuál ha de ser su anclaje legal y
práctico, se plantea cíclicamente, sobre todo al comienzo del curso
académico. Con este motivo, y al hilo de recientes sentencias y
pronunciamientos políticos, Carlos Esteban Garcés explica cuál es el
estado de la cuestión en España y responde a las principales polémicas
que suscita.
Carlos Esteban Garcés es director de Formación del Profesorado en la
Delegación de Enseñanza de la Archidiócesis de Madrid. Especialista en
la enseñanza de las religiones, ha publicado varios libros sobre el
tema, tanto desde el punto de vista legislativo como de la innovación
docente. Es profesor de Pedagogía de la Religión en el Instituto
Pontificio San Pío X del Centro Universitario La Salle, donde dirige el
Área de Ciencias de la Religión. Su último libro, de 2016, se titula
Alumnos competentes en Religión.
“Si suprimimos el ámbito religioso en la
formación de los ciudadanos, estamos reprimiendo parte de sus
capacidades y mutilando el futuro de las sociedades”
—
Desde hace ya décadas, en España, la asignatura de Religión es fuente de constantes polémicas... ¿qué pasa?
— Aún pesa demasiado lo que fue la enseñanza religiosa en los 40 años
de la dictadura franquista, aunque ya han pasado otros 40 años de
democracia. En aquel régimen, la asignatura de Religión era obligatoria y
consistía básicamente en una forma de catequesis. En 1979 la Iglesia
modificó aquella metodología por un renovado enfoque netamente escolar.
La clase de Religión pasó a ser opcional, al igual que la asignatura
correspondiente para las demás confesiones, como es coherente en una
sociedad plural.
Sin embargo, dado que persiste la imagen antigua en el imaginario
colectivo de hoy, debemos asumir que no hemos sido capaces de explicar
bien los cambios que convierten la enseñanza de las religiones en una
cuestión cívica y democrática, compatible con la diversidad cultural y
religiosa. Hasta que no aprendamos a hacerlo, la clase de Religión se
seguirá viendo más como un privilegio de las Iglesias que como una
realidad educativa.
—
¿España es una excepción entre los países del entorno por tener clases de Religión?
— ¡No; rotundamente, no! En los sistemas educativos europeos la clase
de Religión es una realidad. Aunque en cada uno la situación es
diversa, en todos ellos se tiene en cuenta la aportación de los saberes
religiosos a la formación de la ciudadanía. En Francia, que suele
mencionarse como ejemplo de país laico, la presencia del hecho religioso
en la escuela está ganando consideración bajo un nuevo modelo
interdisciplinar, con una formación del profesorado en un Instituto de
Altos Estudios en Ciencias Religiosas creado al efecto en la Sorbona. En
Alemania, como en Centroeuropa, la clase de Religión existe con
normalidad en la escuela, y también la Teología en las universidades
públicas. En los países nórdicos la atención a la cultura religiosa
nunca falta. En los países del Este es una realidad más nueva, tras
superar el ateísmo oficial de la antigua URSS, pero también creciente. Y
en Italia, cuya realidad es más parecida a la nuestra, los profesores
de Religión católica pasaron, por oposición, a ser funcionarios hace
algo más de una década.
Derecho de las personas, antes que de la Iglesia
—
¿Cuál es el anclaje legal de la asignatura de Religión en el sistema educativo español?
— Estamos demasiado acostumbrados a fundamentar la enseñanza de la
Religión en los acuerdos que el Estado español tiene con la Iglesia
católica (1979) o con otras confesiones (1992). Sin embargo, se trata de
un asunto de derechos fundamentales de las personas, reconocido en la
jurisprudencia internacional. Un país democrático puede regularlo a
través de acuerdos con las religiones o de otra manera, pero en todo
caso deberá siempre reconocer esos derechos. No hacerlo nos situaría en
modelos totalitarios.
Sin embargo, mi opinión sobre este anclaje se basa más en fundamentos
pedagógicos que jurídicos. Me refiero a que la educación integral
reclama necesariamente las contribuciones educativas de los saberes
religiosos, sus valores esenciales, su capacidad de dar sentido a la
vida, su papel en la historia de las civilizaciones y las culturas de
nuestro tiempo, su aportación en términos éticos a la construcción
social. Si suprimimos ese ámbito en la formación de los futuros
ciudadanos, estamos reprimiendo parte de sus capacidades y mutilando el
futuro de las sociedades. En términos de inteligencias múltiples, si la
escuela no atiende al desarrollo de la inteligencia intrapersonal,
existencial o espiritual, más allá de la interpersonal o cultural, no
podremos desplegar todas las posibilidades de las personas.
“Hoy, sinceramente, una sana
enseñanza sobre lo religioso previene fundamentalismos, a los que no son
inmunes ni los creyentes ni los ateos”
Aunque en este tiempo de decadencia de las humanidades, entiendo que
reclamar la educación de lo interior de las personas puede sonar a
lírica. Y como decía la canción, son malos tiempos para la lírica…
—
Muchas personas reconocen el derecho de los padres a que sus
hijos reciban formación religiosa, pero piensan que esto es catequesis, y
por tanto se oponen a que ocurra en colegios públicos. ¿Qué hay de
cierto en este argumento?
— La enseñanza de la Religión en centros públicos no es ni una
catequesis ni tiene el objetivo de ser una iniciación religiosa: eso
pertenece al ámbito propio de las Iglesias. La enseñanza de la religión
no se dirige a los creyentes, sino a todos y todas, es una formación
netamente escolar, que no conduce automáticamente a la fe. La
intencionalidad de la religión en la escuela es la formación sobre lo
religioso, para que los alumnos puedan comprender qué lugar ocupa esta
realidad en lo personal, en la cultura, en la sociedad, en la historia,
en el arte o en la literatura. El conocimiento de lo religioso, como
cualquier otro conocimiento, nos hace más libres. La ignorancia nunca
puede ser mejor que la sabiduría.
Los alumnos que cursan Religión y luego van a catequesis verán
complementada su formación con la experiencia creyente y la iniciación
religiosa; para los que no eligen este complemento catequético, la sola
formación sobre lo religioso tiene sentido y les ayudará a ser más
autónomos en su identidad personal y más preparados en su formación
académica.
Educar para la convivencia
—
También hay quien no quiere que se imparta Religión en los
centros públicos porque entiende que algunos contenidos “incitan al
odio” (valoración de la homosexualidad), o contradicen “lo que dice la
ciencia” (desde la creación hasta el uso de preservativos). ¿Qué le
parece esta opinión?
— Entiendo que algunos tengan esa opinión, quizás por malas
experiencias o porque en tiempos anteriores pudo hacerse así. Pero, hoy,
sinceramente, no puede mantenerse esa valoración en sus términos
generales. Hoy ya no se incita al odio en ningún caso, más bien al
contrario, se educa para la convivencia y la tolerancia; hoy no se
enseña nada que entre en contradicción con la ciencia, más bien se hace
un diálogo fe-ciencia en la que cada una responde desde su propio
ámbito; hoy, sinceramente, una sana enseñanza sobre lo religioso
previene fundamentalismos, a los que no son inmunes ni los creyentes ni
los ateos.
—
Todos los cursos escolares, las familias deben elegir
expresamente esta asignatura para sus hijos. ¿Cuáles son los porcentajes
de elección? ¿Se respeta la opinión de las familias en los centros de
enseñanza?
— En el curso 2016-17, eligió la asignatura el 63% de todos los
alumnos matriculados; es decir, casi cuatro millones de estudiantes. En
los centros públicos, teniendo en cuenta todas las etapas, desde
Infantil a Bachillerato, el porcentaje es del 53%.
Creo que en términos generales se respeta el derecho de las familias a
elegir la enseñanza de la religión, pero en los últimos años las
Administraciones educativas han optimizado tanto los recursos humanos,
ha sido un tiempo de tantos recortes, que las clases de Religión en
centros públicos agrupan alumnos en números superiores a otras materias,
incluso de diferentes cursos. En cualquier caso, entiendo que las
motivaciones son más económicas que ideológicas. Por tanto, no se puede
deducir que se estén incumpliendo los derechos fundamentales.
Profesores sin privilegios
— Hablemos de los profesores de Religión ¿Quiénes pueden impartir
esta asignatura? ¿Cuál es el papel de la Iglesia en la selección?
¿Implica esta intermediación algún tipo de ventaja de estos profesores
con respecto al resto, por ejemplo, menores exigencias académicas o
profesionales, menos inspección?
— A los profesores de Religión se les exige la misma titulación
universitaria que a sus colegas; no hay ninguna excepcionalidad en esto.
Además, deben tener la formación en pedagogía de la religión que las
confesiones religiosas les pidan. En el caso de la Iglesia católica, se
trata de un título académico que se imparte en las universidades y que
se llama DECA (Declaración Eclesiástica de Competencia Académica).
La Iglesia diseña y autoriza los contenidos de la DECA, y también los
estudios de ciencias religiosas o Teología necesarios para la docencia
en Secundaria. Además, la Iglesia selecciona y propone a los profesores
de Religión (
missio canonica). A partir de ese momento, sin que
la Iglesia pierda su competencia sobre la propuesta (que es anual
aunque se renueva automáticamente, siempre que no haya un impedimento
objetivo respecto a la idoneidad del docente), la relación laboral ya es
entre el trabajador y el empleador. En la privada y concertada
contratan las entidades titulares respetando en todo caso las exigencias
de titulación y la
missio canonica.
Cumplidos esos requisitos, los profesores de Religión forman parte
del claustro en igualdad de condiciones que el resto, y están sometidos
al mismo régimen de funcionamiento, lo que incluye la Inspección
Educativa y el régimen disciplinario de los trabajadores.
“La asignatura de Religión no pretende evaluar la fe: un ateo podría sacar un sobresaliente, y un creyente suspender”
En conclusión, los profesores de Religión no tienen menos exigencias
que el resto de sus compañeros; de hecho, a las propiamente docentes se
unen otras eclesiales. En el caso de los profesores de centros públicos,
el modo de acceso sí es diferente al de los funcionarios, pero eso no
lo deciden ellos. Creo que estarían encantados de acceder al trabajo,
cumpliendo los requisitos de titulación y los eclesiales, a través de
una oposición; en Italia pasaron de una situación como en España a
opositar, y lo que se ha conseguido ha sido prestigiar al profesorado y,
por tanto, a la asignatura.
Asignatura con notas
—
¿Debe ser Religión una asignatura evaluable? ¿Tiene la consideración académica que merece?
— En la situación actual, la asignatura de Religión es evaluable a
todos los efectos. Y así debe ser. En nuestra cultura educativa, que
quiere medir los resultados de forma objetiva, no tiene sentido una
asignatura que no lo sea. La formación que se imparte debe ser medible
en sus distintos ámbitos: conocimientos, procedimientos y destrezas,
etc. Lo que no es evaluable es la fe: un ateo podría sacar un
sobresaliente, y un creyente suspender…
Cuando en algunas reformas educativas se ha suprimido la evaluación
de esta asignatura, o se han recortado sus efectos, siempre ha sido con
la intención de erosionar su importancia académica, para hacer ver que
es menor a la de otras disciplinas. Esto no favorece la valoración de lo
religioso, que quedaría casi asociado a lo esotérico, sin consistencia
racional o científica.
—
¿Le parece bien que, en la actualidad, la alternativa a la
asignatura de Religión sea Valores? ¿Cómo debería enfocarse, desde un
punto de vista legal, la asignatura alternativa?
— Lo más positivo de la situación actual, en la que los alumnos
pueden elegir entre dos materias, Religión o Valores, es la simetría
académica de ambas situaciones. Sería injusto que quienes no elijan
Religión fueran “premiados” con una asignatura menos. El principio de no
discriminación debe estar presente en la organización académica del
sistema educativo y debe ser visible para familias y alumnado. De nada
sirve mencionarlo en el preámbulo de las leyes y luego incumplirlo en la
estructura académica.
Otra cuestión menos positiva es la dicotomía que se genera entre lo
religioso y la ética. Cuando se plantean de manera alternativa, puede
dar la impresión de que son dos órbitas yuxtapuestas pero incomunicadas:
que la religión no necesita de la ética, o que los valores éticos son
extraños a la religión. Ambas conclusiones son falsas.
Tanto la ética cívica, que tiende a ser la mínima para garantizar la
convivencia, como los valores o virtudes públicas, deben ser exigidos a
las religiones en una sociedad plural; pero, a la vez, está ética mínima
debe alimentarse de las tradiciones religiosas, cuya moral tiende a
máximos antropológicos y sociológicos. Por otra parte, las religiones
deben contribuir expresamente a la creación de una ética civil más allá
de su propia identidad. Por tanto, la escuela haría un enorme servicio a
la sociedad si asumiera esta responsabilidad de manera más visible y
servicial.
Fuente:
http://www.aceprensa.com/articles/asignatura-de-religion-conocer-no-hace-dano-nadie/