Película: El marqués del grillo (1981)
La Iglesia y los grandes poderes nunca se han llevado bien. Los Estados Pontificios siempre fueron un lugar de conflicto. En 1797 Pío VI fue detenido y deportado a Francia por revolucionarios franceses. Allí moriría tres años más tarde y Napoleón también tuvo sus idas y venidas, sus conflictos con el Sucesor de Pedro.
Napoleón quiso extenderse por toda Europa, quiso crear un imperio que no tuviera fin y se vio como el gran emperador todopoderoso de Europa. Todo tenía que estar bajo su control y bajo su mando. Y entre ellos el nuevo Papa: Pío VII.
Al comienzo quiso ser un aliado de Roma. No quería actuar como los revolucionarios sino llegar a un acuerdo con los Estados Pontificios. Se firmó un concordato y con él se pensaba que se apaciguarían los ánimos. Napoleón no obstante siguió con sus planes y para él el Pontificado era un simple peón en su estrategia militar.
Quiso humillar al Papa Pío VII. Lo primero que hizo fue obligarle a acudir a París a su coronación. Aquí se constatan dos versiones: la primera habla de cómo Napoleón tenía una sorpresa preparada para el Papa: Se coronaría a sí mismo. La segunda que fue el Papa quien en un acto de dignidad se negó y sólo hizo una bendición «a desgana».
En 1808 las tensiones irían en aumento. Las tropas del emperador entraron en la Ciudad Eterna y el Papa se retiró al Quirinal. Napoleón consiguió anexionarse parte del territorio. Pero Napoleón querías más.
En 1809 decretó la anexión del resto de territorios y dejaba al Pontífice quedarse en su residencia en Roma. Pío VII realizó la mayor condena que puede realizar la Iglesia: Excomulgó al emperador. Algunos dirán que no fue directamente una excomunión porque no citaba el nombre del Pontífice. No hacía falta. La bula Quam memorandum, era muy clara: “excomulgaba a los ladrones del patrimonio de San Pedro”.
Las tensiones y las relaciones terminaron por romperse y Napoleón decidió arrestar al Papa. Entraron en el Quirinal y Pío VII no opuso resistencia. En ese momento el Papa diría las más famosa frase de su Pontificado. Le preguntaron si renunciaba a los Estados Pontificios y retiraba la excomunión. La respuesta fue tajante: “Non possiamo, non dobbiamo, non vogliamo” (No podemos, no debemos, no queremos).
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