En España se debate sobre el velo, mientras los sacerdotes evitan la túnica en el país africano para no «provocar»
Cristianos perseguidos en Marruecos
El padre Manuel se ha acostumbrado. Aunque haya perdido naturalidad en las relaciones con personas que no son de confianza y aunque algunas rutinas, tan habituales en otras circunstancias, las haya olvidado colgadas en la percha. Por ejemplo, el hábito: «Llevarlo mientras paseas por la calle está fuera de lugar, podría ser considerado una provocación», cuenta Manuel, un franciscano que vive feliz y entregado a los pobres en Rabat.
Manuel es cristiano y católico en Marruecos, un país donde «la religión es un elemento muy importante, algo– añade a modo de queja, quizá de nostalgia– que no sucede en España». Pero para su mala suerte, los países donde la religión es un elemento muy importante y oficial, como Marruecos, no son cristianos.
El padre Manuel se ha acostumbrado a vivir en un país extranjero, pero sobre todo en una religión extranjera, donde más del 93 por ciento de la población es musulmana. El padre Manuel, en Rabat, como elpadre Simeón en Larache, cuenta que a su iglesia van «españoles, filipinos, franceses, también creyentes de muchos países de África».
¿Ha dicho gente de El Salvador? «Sí». ¿Ha dicho de Marruecos? «No, imposible».
«Como las leyes de Marruecos no lo permiten, la Iglesia católica lo respeta».
Y si alguien de ese país se convierte al cristianismo, si cambia de fe, ¿dónde va, qué hace?
«Que emigre».
«Los cristianos marroquíes somos fantasmas, somos invisibles», explica Y., que emigró a España, que no dice sus apellidos y que no quiere que se publique su nombre. Es cristiano evangelista e hijo de padres cristianos. Vivió en Marruecos, cumpliendo con los rituales a los que obliga la religión musulmana, con la tensión de pasarse biblias clandestinas y organizar reuniones secretas, pero también con la sensación de que antes era mucho peor: a su padre, hace más de 30 años, lo acusaron de haber comido en el Ramadán.
Fue a juicio: como no encontraron pruebas, le iban a absolver. Entonces lo acusaron de abandonar el islam y le anunciaron que había tres sentencias para un hecho así: a) pena de muerte; b) divorciarse de su mujer y obligarla a casarse con un musulmán y c) seis meses de cárcel. Le cayó la última.
Ahora las leyes son más leves y son muy pocas las personas que van a la cárcel; sin embargo, como antes, tampoco pueden encontrarte hablando de religión con otras personas y el miedo es una compañía inevitable. «No sabes quién te va a hacer daño y esto te roba la paz», dice Y. Los cristianos reciben llamadas de la Policía Secreta, y últimamente también de la Judicial. Se presentan como amigos y piden quedar en un café. «Quieren información», relata Y., «te preguntan con quién andas y te reúnes».
Esas reuniones están prohibidas. Los cristianos no tienen un lugar de culto, oficial y protegido para citarse con tranquilidad. Las iglesias o la catedral, como son para los ciudadanos extranjeros, se convierten en una frontera para la que casi hace falta pasaporte y en las que los vigilantes evitan que ningún marroquí se haga el despistado o pretenda equivocarse. «La iglesia está abierta a todos, pero nadie que haya nacido en Marruecos entra. A veces los guías que llevan a los turistas sí que lo hacen», reconoce un sacerdote franciscano.
Nadie se atreve a entrar porque la ley es más poderosa que cualquier creencia y en Marruecos la religión del estado es el islam. La semana pasada el país africano echó a 70 cristianos, casi todos evangelistas, pero uno es franciscano. Es el primer católico expulsado. En su orden, donde todavía no saben la razón, no lo entienden. Si en algo exageran los padres es en la prudencia, ya que conocen a la perfección que un paso en falso en Marruecos también puede ser el último. No por nada hasta 7.000 ulemas celebraron la expulsión de los cristianos con un efusivo comunicado en el que se alegraban de las decisiones «tomadas por los poderes públicos para abortar el plan hipócrita de un grupo de cristianos que hacían proselitismo».
Ante la presión, los marroquíes se han especializado en moverse con tanta discreción que parecen sombras. «Se puede vivir», dice Y., aunque a veces haya que soportar preguntas indiscretas y en los pueblos pequeños, donde todo el mundo se conoce, se sufra con la curiosidad del vecino. Se vive, pero se podía estar mejor y ser más libre. Ante la misma presión, los sacerdotes católicos se han acostumbrado con naturalidad a las incomodidades. La religión de los marroquíes no es asunto suyo: «A mí me toca una religión, a ellos otra, ¿de qué vamos a hablar?», dice uno, que reconoce que ellos, los sacerdotes, no viven con miedo, porque están más o menos protegidos. Aunque sí son muy conscientes de que tienen que tener cuidado y ser, ante todo, prudentes.
La frase la repiten los curas católicos de Marruecos, porque la han aprendido por necesidad. Es la primera regla para poder seguir caminando. La Iglesia católica, tan exuberante en Europa, vive la otra cara en otros lugares del mundo donde sobrevive frente a la sospecha constante. El mensaje desde el poder eclesiástico no presenta matices: «Eviten toda provocación innecesaria», dicen. «La idea de que alguien pudiera infringir las leyes marroquíes no debe ni tan siquiera contemplarse», repiten. En Marruecos, pese a que la Iglesia católica está reconocida oficialmente, no puede ni intentar alguna acción evangelizadora.
Hablar con naturalidad
Suena raro, pero la religión para los sacerdotes católicos de Marruecos es un asunto del que hablan midiendo las palabras. Más que lo que dicen son los silencios los que delatan el país en el que viven. Para el Marruecos oficial no hay ningún problema: los cristianos tienen catedrales, iglesias, se respetan sus derechos y las mujeres cristianas mantiene su religión cuando se casan con un musulmán; quizá no puedan repicar sus campanas ni se vendan Biblias en árabe, pero no tienen problemas para practicar su religión, tampoco para enterrar a sus muertos. Son respetados, siempre que no den un paso más y, sobre todo, ni una palabra de más.
Proselitismo es un sustantivo maldito; hablar de religión con naturalidad con alguien desconocido es una imprudencia que sólo cometen los inconscientes o los que llevan poco tiempo. «Si alguien te pregunta o te dice que quiere informarse sobre el catolicismo, tienes que ser prudente, escuchar lo que te quiera contar. Tú le dices que se busque por sus propios medios el modo de informarse. Que intente conocer no es malo, que se cambie de religión, sí», dice un sacerdote. «Nosotros –añade Y.– , como no contamos con los lugares oficiales de la religión para informarnos o para pedir ayuda, lo hacemos a través de la radio o de las revistas.
Lo hacemos como podemos».
En cuanto llegan a Marruecos los sacerdotes van acompañados de otro para que aprendan a moverse, a tener paciencia en un mundo cerrado y a no hablar más de lo necesario en las reuniones. Quien calla no se equivoca. «Hablar de religión sí es un tema delicado –cuenta un sacerdote polaco–, que es mejor no tocar». La Iglesia católica, que conoce sus límites, se convierte en una ONG sin ánimo de lucro. Hace un servicio socio-cultural, trabaja con los jóvenes, ayuda a los necesitados e incluso da clases de español a la Policía marroquí. En palabras eclesiásticas, han renunciado a la proclamación explícita a través de la palabra. En lego: cuidado.
Cuando llevan una temporada en Marruecos nadie tiene que explicarles que, a diferencia de lo que sucede en Europa, allí hablando es como se confunde a la gente. El diálogo lleva la expulsión. Pese a que «los musulmanes creen que Dios puede llegar bajo el rostro de un extranjero», como explica el padre Rosich, están convencidos de que lo que va a llegar bajo el rostro de un extranjero cristiano sólo puede ser un dios también extranjero.
Guerrillas africanas
Lo que sucede en Marruecos es grave, pero no llega a la tragedia. El país ha imitado las leyes francesas, vive bajo una cierta libertad, con respeto a los derechos humanos. Los cristianos marroquíes o los curas podían haber vivido hace unos treinta años, cuando vivía el padre de Y; o Marruecos podía ser un país más cerrado y en conflicto religioso abierto. Podían, en fin, llegar unos guerrilleros, ponerte la metralleta en la tripa y llevarte a la plaza del pueblo. Podías estar un día entero bajo el sol, escuchando preguntas en un idioma incomprensible que traducían a otro idioma incomprensible que traducían a otro idioma incomprensible hasta que por fin en un lenguaje inteligible, bajo el calor, con la metralleta, en una plaza vacía de miedo, podías entender la pregunta.
Le pasó al padre Enrique Rosich, en la guerra de Chad entre musulmanes y cristianos. Él era cristiano, o sea enemigo. «Hay tantos idiomas tribales que tienen que traducirte varias veces hasta llegar al tuyo». Rosich echa de menos Chad, por esa extraña razón de que el lugar donde más te la has jugado es el más inolvidable. Continúa: «Un cristiano en un país de mayoría musulmana es un ciudadano de segunda. Hay un nivel al que ya no puedes acceder, los puestos de decisión y de poder son imposibles». Acaba con la lección que tienen grabada en la piel los cristianos en Marruecos: «Hay que ir de humilde, a compartir situación, a que te expliquen».
Y con cuidado, con mucho cuidado. Aunque Marruecos no sea Sudán por ejemplo: «En alguna ocasión, sobre todo cuando la guerra estaba más viva, llegaba gente que te preguntaba qué había que hacer para hacerse cristiano. Tú escuchas, te parece raro, les explicas cómo es y que no puede hacerse de un día para otro porque se tienen que pasar varias fases. A lo mejor vienen otro día. Luego lo dejan. Está claro que son espías», cuenta el padre Arteche de la guerra en Jartum.
¿Qué hubiera pasado si enseguida hubiera aceptado esa conversión? «Pues me habrían expulsado del país», responde como quien recuerda un hecho trágico que el tiempo ha transformado en una batallita agradable. En realidad, vivir pendiente de lo que dices ocultando lo que crees produce una tensión que puede explotar en cualquier momento inesperado. «Es verdad que es complicado ser cristiano y sacerdote en algunos países», explica el padre Justo, que fue rector del Instituto de Estudios Árabes Islámicos en Roma. «Yo no quiero estar protegido por miles de soldados y vivir preocupado por las amenazas –continúa–. El espacio de la Tierra es común para todas las personas. Yo quiero que un cristiano sea libre para practicar su religión en cualquier país».
Son las mismas palabras que podía decir un musulmán cuando se refiere al caso del velo que ha estado de actualidad en Madrid estos días, con la diferencia de que el debate de aquí no es posible en Marruecos ni en otro países. Oficialmente no ocurre nada, la gente vive su fe con libertad. «Pero –dice el padre Rosich– cuando en un país así alguien se convierte al cristianismo, le recuerdas que Jesucristo también cargó con la cruz».
Vía:
http://www.larazon.es/noticia/5015-cristianos-perseguidos-en-marruecos
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