Nuestra compañera Isabel Álvarez comparte con todos esta magnífica experiencia didáctica para la celebración del Día del Libro.
Muchas gracias, Isabel.
LOS
MONJES COPISTAS MEDIEVALES OS ANUNCIAN EL DÍA DEL LIBRO. REZAD,
ESCRIBID, LEED, ARDUA TAREA ES, PERO OS LA OFRECEMOS, DESDE EL TÚNEL DEL
TIEMPO.
Desde el Área de Religión hemos querido rendir un pequeño homenaje a los monjes copistas medievales, que, antes del invento de la imprenta, por J.Gutenberg (Alemania, S.XV),
se preocuparon de transcribir y copiar las grandes obras literarias,
idénticas a los manuscritos originales, para que no se perdieran en la
historia. Con un esfuerzo enorme y con técnicas muy artesanales y
complicadas, durante años y siglos, copiaron con su mayor esmero y dedicación estas obras de arte.
Hoy nos acompañaron en nuestras clases estos monjes amanuenses, bajo
las alas de la imaginación, y recibieron el reconocimiento, admiración y
valoración de nuestro alumnado. Dejamos algunas fotos de este
encuentro.
Destacan, pues, estos monjes copistas, grandes artistas,
en la labor de difusión del libro hasta la aparición de la imprenta. Un
copista experimentado era capaz de escribir de dos a tres folios por
día. Escribir un manuscrito completo ocupaba varios meses de trabajo.
Esto solo en lo que se refiere a la escritura del libro, que
posteriormente habían de ilustrar los iluminadores, o encargados de
dibujar las miniaturas e iniciales miniadas (de minium, en
latín), sustancia que producía el color rojo de la tinta, el más
habitual en estas ilustraciones, en los espacios en blanco que dejaba.
Los utensilios más habituales que utilizaba el copista eran: penna (la pluma), cultellum (raspador) y atramentum (tinta).
Hasta el año 1200 la mayoría de los libros producidos en Europa tenían carácter religioso y eran principalmente Biblias y salterios (libros de salmos). Cada monasterio albergaba una biblioteca
que contenía cientos de volúmenes escritos a mano, en su mayoría copias
transcritas, línea a línea, a partir de un manuscrito original prestado
por otro monasterio. Los monjes se proponían preservar y transmitir los textos sagrados, de ahí que su trabajo debiese alcanzar el mayor nivel de perfección posible. Un buen amanuense pasaba por un largo y arduo proceso de formación hasta adquirir la confianza necesaria para dar a sus manuscritos su característica elegancia.
El material de los libros era muy caro. Tanto las finas hojas de pergamino, elaboradas con pieles de oveja o de cabra, como las de papel vitela, hecho con piel de ternera, requerían una compleja preparación. Los mejores manuscritos tenían una medida regular que confería a la página armonía y equilibrio. El libro que se iba a copiar, llamado original, se colocaba abierto sobre un atril junto al escritorio del amanuense. Una de las principales habilidades del copista era la de encajar el texto en la línea y los bloques de texto en la página. Y preparaba su pluma. Aunque para entonces ya existían las plumas de metal, el tipo más utilizado era el cálamo, hecho con el cañón de la pluma de un ave, como el ganso. La tinta se almacenaba en un cuerno hueco. La tinta negra se fabricaba con negro de humo, agallas de roble o corteza de árbol, mientras que la tinta roja, también llamada «plomo rojo» se elaboraba con plomo tostado o sulfuro de mercurio y se empleaba sobre todo para dibujar las iniciales, las primeras líneas o los títulos de algunos textos.
Hemos descubierto, a través de un artículo encontrado, que posiblememte pudieron existir, aunque silenciadas, mujeres copistas monjas en esta época; hallazgos arqueológicos así lo apuntan. Os dejamos enlace.
El material de los libros era muy caro. Tanto las finas hojas de pergamino, elaboradas con pieles de oveja o de cabra, como las de papel vitela, hecho con piel de ternera, requerían una compleja preparación. Los mejores manuscritos tenían una medida regular que confería a la página armonía y equilibrio. El libro que se iba a copiar, llamado original, se colocaba abierto sobre un atril junto al escritorio del amanuense. Una de las principales habilidades del copista era la de encajar el texto en la línea y los bloques de texto en la página. Y preparaba su pluma. Aunque para entonces ya existían las plumas de metal, el tipo más utilizado era el cálamo, hecho con el cañón de la pluma de un ave, como el ganso. La tinta se almacenaba en un cuerno hueco. La tinta negra se fabricaba con negro de humo, agallas de roble o corteza de árbol, mientras que la tinta roja, también llamada «plomo rojo» se elaboraba con plomo tostado o sulfuro de mercurio y se empleaba sobre todo para dibujar las iniciales, las primeras líneas o los títulos de algunos textos.
Hemos descubierto, a través de un artículo encontrado, que posiblememte pudieron existir, aunque silenciadas, mujeres copistas monjas en esta época; hallazgos arqueológicos así lo apuntan. Os dejamos enlace.
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