Un profesor en un instituto de Valladolid, tras la vuelta a las clases. Foto: Heras
Hemos de impulsar proyectos educativos que abracen todas las
dimensiones de la persona. Necesitamos una ley educativa que piense en
las personas, que sea fruto del consenso y que tenga horizontes de
futuro
En este tiempo de COVID-19 han pasado muchas cosas que nos han
afectado profundamente. Y hoy el mundo atraviesa varias crisis de
naturaleza muy diversa. Por la situación previa a la pandemia, por la
propia pandemia y por lo que esta ha provocado se acumulan problemas
sanitarios, demográficos, económicos, financieros, laborales, políticos,
ambientales, migratorios, educativos... que afectan de forma especial a
los más vulnerables.
En este contexto, los cristianos apelamos al bien común, un camino en
el que cada uno ponemos lo mejor de nosotros mismos, en el que las
tareas y las responsabilidades se dividen y comparten. Tenemos la
certeza de que Cristo redimió al ser humano y quiere recomponer en cada
uno de nosotros su misma capacidad de relación con los otros. Nos regala
esa caridad que brota de su Corazón y que siempre genera una búsqueda
de justicia, que es un canto de fraternidad y de solidaridad y un
estímulo permanente para construir la cultura del encuentro. En todas
las partes de la tierra hay muestras de cómo los cristianos aportan ese
amor del Señor que fragua las relaciones e intensifica la creatividad.
En España, en este tiempo de grandes cambios y grandes retos, se está
tramitando también una nueva ley de educación. A mi modo de ver, una
ley educativa es la manifestación de lo que deseamos para el futuro de
un pueblo. La educación es clave para el presente y el futuro de una
nación. Una ley educativa expresa cómo se desea configurar un nuevo modo
de entender a la persona y sus relaciones, cómo se quiere construir la
convivencia, la escala de valores que deseamos que la sustente y que
nunca es aséptica, pero que debe respetar lo que es constitutivo del ser
personal y de su historia colectiva. ¿Qué hacer en estas circunstancias
que vivimos para humanizar la educación, es decir, para construir un
sistema educativo que fragüe la cultura del encuentro, del diálogo, de
la esperanza, de la inclusión, de la cooperación?
Desde el punto de vista de un cristiano, hemos de caer en la cuenta
de que el ser humano tiene momentos diversos en su vida y en su historia
colectiva. Hay momentos oscuros en los que puede encerrarse en sí mismo
y perder la perspectiva. Hay otros momentos de muerte, por decirlo de
una manera clara, en los que se intenta anular al otro porque piensa
diferente, porque sus proyectos son distintos y el mío deseo que sea el
que triunfe... Anular en educación es no reconocer las dimensiones que
el ser humano tiene, que a algunos les hacen situarse en la vida como
creyentes, y coartar los deseos de humanizarse y de humanizar. Nadie
puede hoy poner en duda que la fe cristiana humaniza. Otros momentos son
de luz. Hay claridad, hondura y perspectivas; miramos al otro en lo que
es; nos abrimos a todo y a todos, no hay miedo ni prejuicios a nada.
En este sentido, ¡qué bueno es mirar a la Iglesia entrando en todas
las culturas y viendo que no rechaza nada que sea verdadero y santo!
Ella debe anunciar a Cristo como signo de amor universal y fuente de
toda gracia. Y así se establece en todas las partes de la tierra,
llevando una manera de entender la vida y de ver al prójimo, que en
algunos momentos se rechaza, pero al final se llega a la conclusión de
que el proyecto de persona que ofrece es un bien para la sociedad. En
épocas nuevas, la Iglesia siempre ha tenido el atrevimiento y la osadía
que le da Jesucristo para presentarse en medio del mundo diciendo a los
hombres: os ofrezco un nombre nuevo, hijos y hermanos. Da sentido a
nuestras vidas para ser y hacer, nos cambia el corazón y, donde antes
entraban unos pocos, ahora entran todos.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI, en esta nueva época la
cuestión social es una cuestión antropológica (cfr. Benedicto XVI, Caritas in veritate,
75). Es importante mostrar itinerarios formativos que den salidas a los
desafíos actuales. Una nueva ley educativa debe dar salidas a estos
desafíos. Y este desafío hoy es la cuestión antropológica, el ser humano
como tal. De ahí la importancia de los sistemas educativos y todos los
planes de educación. La cuestión educativa es de capital importancia
para entrar en esta nueva época, debe servir a la persona y no servirse
de la persona. Los objetivos más altos de la humanidad se alcanzan dando
todas las posibilidades al ser humano para que descubra él por sí mismo
quién es. Son necesarios sistemas educativos abiertos y no cerrados.
Sistemas que sitúen a la persona humana en un lugar central, en diálogo y
encuentro, buscando siempre el bien común y no cerrando ninguna de las
dimensiones esenciales que tiene. Tenemos que dar alma a este mundo.
Rechazamos visiones del hombre trasnochadas y basadas en el
materialismo, el idealismo, el individualismo y colectivismo. Son
visiones en decadencia, que intentan ejercer aún una influencia y que
entienden la educación como un proceso por el que adiestramos a la
persona para la vida pública, donde corrientes diversas compiten para
ver cómo lo hacen mejor. Esto lleva a construir sistemas educativos
cerrados, en los que predomina quien tiene más fuerza. Los resultados
son evidentes: aparece la cultura del consumo, la ideología del
conflicto, el pensamiento relativista…
Un sistema educativo debe poner a la persona en un lugar central y
respetar a la familia, entendiendo que es la primera sociedad natural y
poniéndose a su lado desde una concepción correcta de la subsidiariedad.
No pueden predominar otros intereses, ni económicos, ni políticos, ni
ideológicos... Hemos de situar a la persona en el marco de relaciones
que en todo ser humano existen. No hagamos solamente servicios
formativos. Hemos de impulsar a vivir, a estudiar y a actuar en razón
del humanismo solidario; ofreciendo lugares de encuentro, de
confrontación, y creando proyectos educativos válidos que abracen todas
las dimensiones de la persona. Necesitamos una ley educativa que piense
en las personas, que sea fruto del consenso y que tenga horizontes de
futuro.
Con gran afecto, os bendice,
Arzobispo de Madrid
Fuente: https://alfayomega.es/207415/carta-semanal-del-cardenal-arzobispo-de-madrid-cita-con-la-educacion-y-con-dios-para-humanizar-este-mundo
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