La expresión latina Vía Crucis o Viacrucis hace
referencia al camino a la cruz o de la cruz, el que recorrió Jesús
durante su Pasión, desde el Pretorio hasta el Calvario. También conocida
como “Estaciones de la Cruz”, se trata de una forma de
oración desde los acontecimientos ocurridos en ese camino, a los que se
añaden la muerte en la cruz, el descendimiento de la misma y la
sepultura, propuestos a la contemplación y meditación. Dicho camino se
representa con una serie de catorce imágenes correspondientes a esos
incidentes. Las estaciones tal como las conocemos hoy recogen datos de
los textos del teólogo holandés Christian Kruik van Adrichem o
Christianus Crucius Adrichomius (1533-1585) que presentan doce
estaciones que se corresponden a nuestras primeras doce. Actualmente se
añade una decimoquinta dedicada a su resurrección. Su número ha variado
en el tiempo, pero siempre ha sido un ejercicio espiritual de gran
arraigo en la piedad tradicional de la Iglesia. También se
llama viacrucis al recorrido por donde se realiza este ejercicio.
El
viacrucis se reza de pie, en algunos momentos de rodillas, y siempre
caminando, deteniéndose en cada imagen, que se denominan estaciones
porque los que hacen este ejercicio se estacionan o detienen unos
momentos en cada uno de las escenas, para meditar, cantar y orar, con
textos en general de penitencia y arrepentimiento. Y así, se va pasando
de estación en estación. Las estaciones generalmente se colocan a
intervalos en las paredes alrededor del templo. Algunos lugares de
oración suelen tener estaciones de la cruz en un terreno cercano, y en
los monasterios generalmente se encuentran en el claustro. Las imágenes
pueden ser pinturas o esculturas. Algunas representaciones son grandes
obras de arte, destacando las de la catedral de Amberes en Bélgica y las
del Santuario de Lourdes en Francia. También se puede realizar en
espacio abierto y en casa.
Su finalidad es unirnos a Jesús haciendo una peregrinación espiritual a esos momentos
tan señalados, y reflexionar sobre el contenido de aquellos
acontecimientos que nos hablan a la mente y al corazón. Recordamos con
amor y agradecimiento su entrega, procurando actitudes de
arrepentimiento, confianza, generosidad, gratitud e identificación con
él. El camino de la cruz de Jesús no fue simplemente su camino hacia el
suplicio, pues cada gesto o palabra suya, así como lo que hicieron
aquellos que tomaron parte, nos revela sobre Dios y sobre el hombre. Por
eso, no sólo recordamos el sufrimiento de Cristo, sino que descubrimos
el drama y el misterio tan complejo del dolor humano, las trágicas
repercusiones del pecado, la generosidad del amor, y la crueldad de la
muerte y su definitiva derrota. Además, el camino de Jesús hasta el
Calvario, invita a participar en su cruz, reconociendo a su luz, la
propia cruz, para cargar con ella cada día, imitándolo a él que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la derecha del trono de Dios» (Hb 12,2).
Las estaciones son las siguientes:
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Segunda estación: Jesús carga con la cruz.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz.
Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre, María.
Quinta estación: Jesús es ayudado a cargar la cruz por Simón el Cirineo.
Sexta estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Undécima estación: Jesús es crucificado.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Decimotercera estación: el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y acogido por María.
Decimocuarta estación: el cuerpo de Jesús es colocado en el sepulcro.
Decimoquinta estación: Jesús resucita de entre los muertos.
No
siempre ha sido así, y han ido cambiando con el tiempo. Así, en el
Medievo, no se mencionan la segunda ni la décima. Por otro lado, algunas
que hoy no aparecen, eran comunes entonces. Entre estas, Pilato
pronunciando Ecce Homo (he aquí el hombre). La mayoría de estas
estaciones han sido tomadas del Evangelio, otras las ha añadido el
pueblo cristiano basándose en la Tradición, o en los evangelios
apócrifos. Las estaciones descritas en los Evangelios son las
siguientes: Primera: en Mt 27,1-31; Mc 15,1-20; Lc 23,1-25; Jn 18,28-40 y
19,1-16. Segunda: en Jn 19,17. Quinta: en Mt 27,32; Mc 15,21 y Lc
23,26. Octava: en Lc 23,27-32. Décima: en Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34 y
Jn 19,23-24. Undécima: en Mt 27,25 ss; Mc 15,24 ss; Lc 23,33 ss y Jn
19,18ss. Duodécima: en Mt 27,50-51; Mc 15,37;Lc 23,46 y Jn 19,30-33.
Decimotercera: en Mt 27,57-59; Mc 15,42-45 y Lc 23,50-53. Decimocuarta:
en Mt 27,55-61; Mc 15, 42-47; Lc 23,50-55 y Jn 19,38-42.
Parece
que rezar las Estaciones de la Cruz tiene su origen en Jerusalén
durante los primeros tiempos del cristianismo cuando los creyentes
marcaron y veneraron aquellos lugares que se relacionaban con la pasión y
muerte de Jesús en Jerusalén. Según la tradición, su misma madre
visitaba a diario estos lugares de la Vía Dolorosa (que no se llamó así
hasta el siglo XVI). San Jerónimo (347 – 420) habla de multitud de
peregrinos de todos los países que visitaban los Santos Lugares. Otros
documentos de la época describen como los cristianos de Jerusalén
recuerdan la Pasión recorriendo el camino del Calvario, que además se
había convertido en la meta de muchos peregrinos desde la época del
emperador Constantino (Siglo IV). Pero no existe prueba de una forma
fija para esta devoción en los primeros siglos, ni de cual era su
recorrido y en qué dirección se hacía, ya que, según parece, hasta el
siglo XV muchos lo comenzaban en el Calvario, retrocediendo hasta el
Pretorio.
San
Francisco desarrolló la devoción a la humanidad de Jesús y en
particular a los misterios de Belén y del Calvario. Compuso un bíblico Oficio de la Pasión,
una especie de viacrucis que rezaba a diario, que no es como lo
conocemos hoy. Fue la Orden franciscana la que, fiel al espíritu de su
fundador, cuando el papa Clemente VI en 1342 les encargó custodiar los
Santos Lugares, propagó esta devoción, tarea en la que destacó
posteriormente San Leonardo de Porto Maurizio (1676 -1751). Fueron los
franciscanos quienes establecieron las catorce estaciones del Viacrucis
en sus iglesias de Tierra Santa, que debían ser presididas
obligatoriamente por un sacerdote franciscano. Esta costumbre se fue
extendiendo y fue practicada cada vez por un número mayor de personas
que visitaban los Santos Lugares.
Tras
las Cruzadas, ante la dificultad creciente de visitar la Tierra Santa
ya sea por la distancia y difíciles comunicaciones, ya sea por la
presencia de los musulmanes que dominaban esas tierras y perseguían a
los cristianos, se adoptó la costumbre de realizar en otros lugares,
algo muy similar a lo que se hacía en Jerusalén. Durante los siglos XV y
XVI la devoción por realizar el Viacrucis se extendió a otros
territorios cristianos, y de esta manera, los devotos que no tenían la
posibilidad de llegar hasta Jerusalén, podrían realizar el Viacrucis
representando la Tierra Santa en lugares más asequibles para peregrinar.
En varios lugares de Europa se construyeron representaciones de los
hitos de Jerusalén, y diferentes manuales para rezar en ellos se
difundieron por Europa.
El
beato Álvaro de Córdoba a su regreso de Tierra Santa, el 14 de junio
de 1423 empezó la obra del nuevo convento dominico de Scala Coeli en la
sierra de Córdoba donde erigió, quizás, el primer viacrucis fuera de
Tierra Santa. Eligió la zona porque la topografía presentaba una gran
semejanza con Palestina, y él haría que se pareciese aún más. Construyó
una serie de pequeñas capillas en las que se pintaron las principales
escenas de la Pasión en forma de estaciones. En lo alto de una ladera
levantó una capilla que llamó “Cueva de Getsemaní”, al valle lo llamó
“Torrente Cedrón”. Desde el convento, que representaba a Jerusalén,
hasta un monte que dista tanto como el Calvario de Jerusalén, edificó
una serie de estaciones que terminaban en el Calvario donde puso tres
cruces. Se inicia el viacrucis en la capilla ante la imagen de un Cristo
crucificado.
Imágenes del Viacrucis del beato Álvaro en Scala Coeli.
Hay otros ejemplos en la misma época,
como el de santa Eustoquia Esmeralda Calafato, clarisa, que construyó
estaciones similares en su convento en Mesina. Sin embargo, la primera
vez que se conoce el uso de la palabra “estaciones” en el sentido actual
se encuentra en la narración del peregrino inglés Guillermo Wey sobre
sus visitas a la Tierra Santa en 1458 y en 1462, donde menciona catorce
estaciones, de las que sólo cinco corresponden a las de hoy día,
mientras que siete solo remotamente se refieren a la Pasión.
La erección y uso de las estaciones se generalizaron al final del siglo XVII, aunque su número
variaba. El papa Inocencio XI en 1686 concedió a los franciscanos el
derecho de erigirlas en sus iglesias y declaró que todas las
indulgencias anteriormente obtenidas por visitar los lugares de la
Pasión del Señor las podían en adelante ganar los franciscanos y otros
afiliados a la Orden haciendo las Estaciones de la Cruz en sus propias
iglesias según la forma acostumbrada. Inocencio XII confirmó este
privilegio en 1694, y Benedicto XIII en 1726 lo extendió a todos los
fieles. En 1731 Clemente XII lo extendió a todas las iglesias siempre
que las estaciones fueran erigidas por un padre franciscano con la
sanción del obispo local. Al mismo tiempo fijó definitivamente su
número.
Benedicto
XIV en 1742, exhortó a todos los sacerdotes a colocar en las iglesias
las estaciones representadas con una cruz. En 1773 Clemente XIV concedió
la misma indulgencia a los crucifijos bendecidos para el rezo de las
estaciones por enfermos, los que están en el mar, en prisión u otros
impedidos de hacer las estaciones en la iglesia, con la condición es que
sostengan el crucifijo en sus manos mientras lo rezan. Estos crucifijos
especiales no podían venderse, prestarse ni regalarse sin perder las
indulgencias, ya que son propios para personas en situaciones
especiales.
En 1857 se eliminó la restricción de que solo los franciscanos podían erigir y guiar el
viacrucis, y los obispos recibieron facultades para erigir ellos mismos
dentro de sus diócesis las estaciones donde no hubiese franciscanos. En
1862 se quitó esta última restricción y los obispos obtuvieron permiso
para erigir las estaciones ya sea personalmente o por delegación siempre
que fuese dentro de su diócesis. En el año 1837, la Sagrada
Congregación para las Indulgencias precisó que aunque no había
obligación, es más apropiado que las estaciones comiencen en el lado en
que se proclama el Evangelio. Pero esto puede variar según la estructura
de la iglesia y la posición de las imágenes en las estaciones. La
procesión debe seguir a Cristo mejor que encontrarse de frente con él.
El
Viernes Santo de 1991, Juan Pablo II presentó un nuevo viacrucis con 15
estaciones basadas todas ellas en el Nuevo Testamento, y que comienza
con la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní. Fue un intento de
acercar ecuménicamente a todas las confesiones cristianas, y aunque se
usa alternativamente al tradicional, en ningún caso lo ha
sustituido. Juan Pablo II incorporó al recorrido tradicional una última
estación, la número quince, a fin de agregar el momento de la
resurrección de Jesucristo en consideración a que si Cristo no resucitó,
vana sería nuestra Fe (1 Cor 15, 14).
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