Tomás Leache
En la edición del 15 de septiembre, EL PERIÓDICO publicaba una carta de José Melero en la que se informaba de la introducción en Catalunya de la materia de Religión islámica para el presente curso escolar. En la misma, el autor realizaba una serie de afirmaciones que merecen, a mi juicio, algunas reflexiones.
Melero considera contrarios a la "aconfesionalidad constitucional del Estado" tanto esta iniciativa como el matenimiento de la asignatura de Religión católica. Pero la Constitución no habla de "aconfesionalidad", sino que afirma que "ninguna confesión tendrá carácter estatal" (art. 16). Y así es. En España, en Catalunya o en cualquier pueblo de tradición católica, nunca ha tenido la Religión carácter estatal, ya que los reyes o gobernantes no han detentado al mismo tiempo la autoridad religiosa. No es el caso de Inglaterra, por ejemplo, donde la reina es al mismo tiempo cabeza de la Iglesia anglicana.
Esta distinción entre política y religión no implica, en cambio, que las instituciones públicas sean ajenas o contrarias a la Religión. Porque la Religión es constitutiva de la persona, la cultura y la sociedad. Cuando se pretende imponer desde los poderes públicos el laicismo a las familias, se vulnera el derecho fundamental a la libertad religiosa y se excede la legítima autonomía de esos poderes.
Además, fomentar la ignorancia en este terreno y recluir la Religión al ámbito subjetivo de la vivencia, como parece postular el autor, negándole todo tratamiento académico y científico-racional, facilita las derivas fanáticas. Pensemos, por ejemplo, en el preocupante fenómeno de la radicalización. Para prevenirlo, es fundamental una formación religiosa auténtica que ponga negro sobre blanco y distinga lo que es Religión de lo que es manipulación ideológica de la misma.
En fin, es vital para nuestra sociedad conocer que la razón y la religión no se excluyen sino que se complementan mutuamente. La enseñanza debería tenerlo en cuenta.
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