MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com
MADRID.
MADRID.
ECLESALIA, 28/04/17.- Hay
vidas que conociendo a quien la vive y reconociendo que la vocación, la
misión, la entrega y el amor son la constante de cada instante de su
vida, que se vive al margen porque se situó, hace ya muchos años, en los
márgenes que viven los que no parece que importe a nadie que vivan o no
vivan. Hay vidas y vidas.
He
recibido el correo electrónico de un buen amigo que desde uno de los
márgenes o periferias del mundo (viene de la República Centroafricana) y
lo he leído con rapidez primero, y poco a poco después. Cada letra ha
sido tecleada a la carrera, sin saber muy bien si podría enviarlo o no.
Me retiro,
en silencio, para que la palabra de mi amigo pueda sonar en muchos
corazones, al menos para acercarnos a su vida y los que parecen ser
invisibles, como tantos otros, en el mapa del mundo, en la
responsabilidad de las naciones y en los corazones de quienes todo esto
nos pilla lejos, o ya no tan lejos aunque no lo queramos ver.
Escribe mi amigo (*1):
“He leído tu mail con retraso porque he estado fuera de cobertura durante toda la Semana Santa y unos días más. El
domingo de Ramos estuve en la Catedral de Bangassou y el martes tuvimos
la misa crismal con una parte de mis curas. El miércoles ya te digo que
me fui a una zona de alto riesgo, con muchos rebeldes armados rondando y
la gente muy asustada. Fui
a pasar la Semana Santa con ellos para pacificar el ambiente y que los
rebeldes nos dejaran recomenzar la escuela, que no dispararan para no
amedrentar a los niños y normalizar la vida de la misión y del pueblo. A
la siguiente no pude pasar porque la pista estaba muy peligrosa y todos
me decían de no tentar al diablo que nadie había pasado en varias
semanas. Muchos musulmanes han muerto en estas semanas, asesinados
por gente violenta. El Jueves Santo quise lavar los pies a un musulmán,
un poco como para lavar esa sangre inocente derramada. Me he traído un
niño de 10 años a quien le han matado a la familia. Lo tengo donde las
monjas hasta que encontremos restos de su clan itinerante que andará
huyendo por la selva.
El
Viernes Santo me fui a una comunidad en plena selva. Había un grupo de
viudas a las que les habían matado a los maridos delante de ellas unos
días antes, amarradas las manos con una cuerda a la espalda, les
volaron la cabeza simplemente por no tener dinero que dar a estos
paramilitares sin escrúpulos. Ellas
habían huido cinco kilómetros hasta llegar a donde yo estaba y no
paraban de llorar. Pero es que desde la primera lectura de ese Viernes
Santo empezó a llover y diluvió hasta el final de la oración de la
Pasión. Yo no podía abrir boca porque el ruido de la lluvia sobre las
planchas de zinc me lo impedía. Dios amordazó nuestras bocas llorando a
cántaros desde el cielo contra la barbarie que esos criminales habían
cometido en ese pueblo de 50 habitantes.
El
Sábado Santo estuve negociando con otros rebeldes menos armados, que
dan caza a los primeros, para que dejaran a las Franciscanas y a los dos
curas de recomenzar la escuela. Aceptaron. Mañana iré a otra zona de la
diócesis donde otro grupo de rebeldes han ocupado la escuela y violan a
las mujeres del pueblo a su antojo. Me quedaré allí hasta el domingo,
no sé si podré enviarte este mail mañana antes de irme.
He pedido a la fuerza de la ONU, la Minusca, que me acompañe, pero me dicen que no han recibido órdenes de sus mandos. La ONU no encuentra países con soldados disponibles que quieran venir a Centroáfrica.
Vivo
todo esto desde la serenidad sabiendo que Dios llora en las guerras y
nos acompaña con su presencia invisible. La semana que viene tendremos
una peregrinación de tres días que termina con una ordenación
sacerdotal. Viviremos otra vez en zona de alto riesgo pero abrigados
bajo el manto de la Virgen María.
Acabo de leer tu libro “Misión Compartida (*2) entre negociaciones con rebeldes. Me
ha gustado mucho cómo escribes. No me acordaba del “Pacto de las
catacumbas” y me parece un gesto profético de Helder Cámara y los suyos.
Usas expresiones que yo uso también como “reciclar la violencia” o “dar
o darse” (…) Echo de menos que no hables de los curas de parroquia. Los
míos viven como columnas de bronce en zonas muy complicadas. Hay uno
que llevo sin verlo dos meses y sigue allí con su pueblo en unión de
desasosiegos e incertidumbres, de matanzas y esperanzas. En fin un
trinomio muy interesante laicos, monjes y pobres. Mis pobres son míseros
y zarandeados por la vida, son familias enteras al borde de la
exterminación y me impresiona siempre cómo nunca pierden la esperanza.
La lucha del vivir día a día, a contracorriente pero sin perder la
esperanza… Mil abrazos y feliz tiempo de Pascua.
Unidos
en la oración. Yo me aíslo en una colina y rezo. Hago como la rana, que
pasa desde la agitación de la superficie a la tranquilidad de la
profundidad con solo dar un salto y allí carga las pilas para poder
volver a la superficie, a su bregar cotidiano, aunque sea en zona de
alto riesgo, en la boca del lobo y corriendo sobre el filo de una
cuchilla. Hasta la próxima, Juanjo Aguirre”
¿Cómo
puedes leer, rezar, recoger, acompañar, negociar, reclamar, recordar,
mandar recuerdos, abrazos en medio de toda ese sufrimiento y violencia?
Sí, ya sé, como la rana y sin perder la esperanza.
Que tus
palabras llenas de profunda experiencia ayuden a transformar corazones
por este lado del mundo. Gracias y hasta la próxima, siempre (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos,
indicando su procedencia).
(*1) Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, República Centroafricana
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