KOLDO ALDAI AGIRRETXE, koldo@portaldorado.com
ARTAZA (NAVARRA).
ARTAZA (NAVARRA).
ECLESALIA,
20/10/14.- Paseamos estos días por unos bosques generosos. ¿Cuántos
dones servidos a la vera de los caminos de otoño? El mimbre rebosa de
nueces y los botes de cristal de higos en mermelada. El horno desnuda la
piel de unas castañas recién cogidas, manjares de la Tierra tras los
cuerpos una y otra vez inclinados. Sin embargo a la Madre no le podemos
pedir más de lo que nos dan sus árboles y ramas cargadas, sus recias
matas, sus suelos ahora tamizados de ocres y de oros… La Tierra y sus
Reinos tienen sus ritmos, sus ciclos, sus límites. Nuestra ambición a
menudo echa a correr, se desboca, se vuelve ilimitada y podemos llegar a
pensar que los recursos de la Madre también lo son. Nada más
equivocado.
La Madre Tierra tiene ya 7.000 millones
de comensales a su mesa. Lo que tomamos de más es lo que a otros llega
de menos. La austeridad es nuestra medida en un mundo en el que
demasiados hermanos no se sientan tres veces al día ante el plato. El
plástico engaña, las tarjetas de plástico aún más todavía. Se nos
antojan sin fondo, de forma que podemos hacerlas pasar por la máquina
cobradora cuantas veces nos apetezca. Ese es el problema de nuestro
mundo. Nos hemos encerrado en una burbuja artificial y hemos perdido la
noción de la realidad. El campesino no pisa la tierra, el panadero no
amasa la masa, el niño no sabe de donde viene el tomate, ni la leche, ni
siquiera los huevos… Los 86 directivos de Bankia parecieran no conocer
tampoco que la tarjeta que tan alegremente gastaban, tenía un fondo y
que además ese fondo se había llenado con el esfuerzo y el trabajo de
los ahorradores.
Recuperar el sentido original de economía
como preocupación por la casa colectiva, “oikos”, por el bien común,
para que finalice el macabro baile de las tarjetas “black”, para que se
frene el gasto sin medida en pos de una felicidad individual que siempre
se sitúa más allá de nuestras posibilidades. Recuperar la economía como
contribución de cada quien al bienestar global. Las tarjetas vienen
tras el esfuerzo ya manual, ya intelectual. Una vez que hemos servido y
rendido a la comunidad, a la “casa” común, deberemos sacar en razón de
nuestras necesidades verdaderas. El sentido de la economía se adultera,
desde el momento que tratamos de beneficiarnos personalmente en
detrimento de la colectividad necesitada.
A menudo se desenfundan las tarjetas
ignorantes del sacrificio que ha costado cargarlas. A veces ese esfuerzo
ni siquiera es propio. Los directivos de Bankia y Caja Madrid no
invirtieron esfuerzo en cargar con 15 millones de euros las polémicas
tarjetas. Nunca debieron habérselas enfundado, menos gastado, menos aún
ir con ellas a restaurantes de lujo… Las tarjetas, como la tierra, son
para quienes la trabajan, para quienes amasan el pan, cultivan la
tierra, hunden el pico o exprimen sus neuronas… El sudor nos traiga la
memoria de que la mesa y el vino eran tras el denuedo y el ahínco, nos
devuelva el recuerdo del trabajo para el sustento, la conciencia de
cuando el dinero tenía que ver con la azada o la pala, cuanto menos con
el despertador tronando de buena mañana…
Escribir y no faltar, argumentar y no
herir. ¿Cómo conocer que el máximo directivo, Miguel Blesa, se gastó con
esas tarjetas 9.000 euros en un safari y 10.000 en vino y al mismo
tiempo seguir respirando en paz? ¿Cómo encarar el tema de las tarjetas y
mantener la serenidad y la calma? Las tarjetas no eran siquiera para el
verano, si es caso para un verano más de todos. Ya no más plásticos
colmados con ardor y empeño del otro. Ya no más restaurantes de lujo
donde dilapidar el esfuerzo de los ahorradores, de los pequeños
inversores en preferentes, sino pan, pizarras y techo para la entera
ciudadanía, para que nadie pase angustia, ni privación. Hemos hecho un
mundo de plástico, artificial, una economía engañosa y ahora toca volver
a la de la realidad, toca volver al mundo del esfuerzo mancomunado y
solidario, a la empresa común en la que todos arrimamos.
Despleguemos más esfuerzo a favor del
bien común, desenfundemos menos tarjetas a favor del beneficio propio.
En realidad las tarjetas tampoco eran para el otoño. No he dado con
ningún cajero automático en la profundidad del bosque, pero los pies se
han ido tropezando con cantidad de nueces, castañas, higos… que me han
salido al camino. Llenemos la alacena común, el almacén colectivo.
Guardemos el plástico para los apuros, para cuando llegue el invierno y a
golpe de tarjeta debamos alegrar aquel hogar ajeno, aquella casa sin
fuego. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).
Fuente: http://eclesalia.wordpress.com/
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