Blog del Profesorado de Religión Católica: Falacias sobre el aborto (VII al XII)

Novedades en Religión y Escuela

martes, 18 de mayo de 2010

Falacias sobre el aborto (VII al XII)

Falacias sobre el aborto (VII)

Aborto y defensa de los débiles

El argumento de la defensa de los más débiles siempre ha sido santo y seña de ciertas ideologías y creencias. Pero por más extraño que parezca, y pese a que los no nacidos son los más débiles entre los débiles, cuando se plantea este debate en ciertos ambientes, de pronto, toda la indignación y resolución que el sentido de la justicia despertaban, se trastocan en sospechas de politización y posicionamiento con determinadas entidades de la derecha.



Para evitar ser asociados con las mismas y quedar así marcados con tan infame estigma, muchos abandonan a su suerte a los que en otras circunstancias defenderían. De manera que lo que les importa por encima de todo no son los débiles en sí mismos, sino su propia estimación. Como por definición al adversario no hay que reconocerle nada verdadero, aunque diga cosas tan sensatas como que dos y dos son cuatro, la defensa de los no nacidos no puede ser parte de esas causas que merece la pena luchar por ellas, porque es una causa que el enemigo ha hecho suya. Es decir, una causa cuanto menos dudosa, por no decir contaminada.

Recuerdo que hace varias décadas, cuando existía el comunismo en Europa oriental, algunos desde España sentimos que era nuestra obligación como cristianos ser de ayuda a nuestros hermanos que estaban siendo perseguidos por causa de su fe. De esta manera se hicieron muchos viajes a los países tras el Telón de Acero para llevarles Biblias (de contrabando), ayuda práctica y el consuelo y ánimo de saber que no estaban solos ni olvidados. Nos parecía que era algo elemental y un deber basado en los principios del amor cristiano. Sin embargo, hubo algunos evangélicos en España que entendieron aquella iniciativa de acuerdo a los parámetros políticos del momento. De ese modo, nos acusaron de estar haciéndole el juego a los Estados Unidos, hasta el punto de poner en duda si realmente los cristianos estaban sufriendo en Europa del Este a manos del comunismo.

Tal vez todas las informaciones que apuntaban en ese sentido nos las facilitaba el ´amigo americano´ que, ya se sabe, era el primer interesado en denigrar al sistema político imperante tras el Telón de Acero. Y así, para no verse asociados con tan detestable influencia, optaron por desentenderse del asunto y olvidarse de que había persecución en los países comunistas. Hoy resulta patético pensar que hubo quienes esgrimieron el argumento de la neutralidad política para no intervenir, neutralizando así las más elementales convicciones cristianas, a fin de salvaguardar su respetabilidad e imagen.

Qué chantaje puede llegar a ser toda esta sutil argumentación que razona de esta manera: ¡Ah! ¿Entonces tú estás de acuerdo con esto? Luego entonces es que estás del lado de esos. Qué poder de seducción tan enorme ejerce ese chantaje sobre nuestras conciencias, hasta el punto de dejarlas paralizadas. El miedo a que nos clasifiquen en categorías detestables es tan grande, que llegamos a preferir antes el silencio o la ambigüedad calculada que posicionarnos del lado de la justicia. Es el viejo temor al ¿qué dirán? que sigue ahí hegemónico.

Pensábamos que éramos independientes, que teníamos criterio propio, que no éramos como la masa borreguil, que sigue ciertos dictados sin saber a ciencia cierta por qué, y de pronto descubrimos que no somos diferentes. Que nos asusta ser considerados de cierta manera; que en ninguna manera nos resulta indiferente lo que piensen otros de nosotros. Es decir, que la cobardía no es solo patrimonio comprensible de quienes viven bajo férreas dictaduras, sino que viviendo en democracia es perfectamente posible callar para no complicarnos la vida. O para salvar nuestra conveniencia.

Y así, aunque la Biblia tiene mucho que decir sobre los débiles, es posible reinterpretar ese mensaje a la luz de nuestro interés personal, de manera que pasamos por alto cualquier cosa que suponga llegar a ciertas incómodas conclusiones.

Por ejemplo, que los no nacidos entran dentro de lleno en esa categoría y tal vez con más poderosas razones que ningún otro colectivo. Que pasajes como
Porque él librará al menesteroso que clamare,
Y al afligido que no tuviere quien le socorra.
Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso,
Y salvará la vida de los pobres.
De engaño y de violencia redimirá sus almas,
Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos.(1)

No sólo han de ser entendidos en términos socio-económicos, porque en realidad las palabras menesteroso, afligido y pobre no agotan su significado en ese aspecto, sino que incluyen la desprotección en cualquier sentido. Por ejemplo, la desprotección ante la agresión en el útero materno.

Es por eso que una democracia puede salir culpable, igual que una dictadura, si deja sin protección a los más indefensos entre los indefensos. Porque resulta paradójico, si no fuera porque es alarmante, que extendamos la protección de la ley a los peores delincuentes y se la neguemos a los indefensos.

Falacias sobre el aborto (VIII)
La simiente de la mujer y el aborto

La vinculación inequívoca que existe en el Antiguo Testamento entre bendición y procreación llega a su apogeo cuando percibimos que la promesa de redención está ligada a la procreación misma.



En efecto, el célebre pasaje que ha venido a denominarse el Protoevangelio (1), porque aparece en los albores de la humanidad, cuando ésta, representada por Adán y Eva, acaba de incurrir en el gran fracaso colectivo llamado la Caída, ya contiene el anuncio de que por medio de la simiente de la mujer vendrá la victoria sobre el enemigo, inductor de tal Caída. Aquí ya no estamos simplemente ante una bendición generalizada, como es la doméstica de tener descendencia, sino que nos hallamos ante una promesa de consecuencias trascendentales para el futuro de la raza humana. En medio de una perspectiva tenebrosa, por causa de la desobediencia humana, en ese pasaje hay un rayo de luz que anuncia la derrota final de las fuerzas malignas, derrota que vendrá a través de la simiente de la mujer. Luego estamos en el pináculo de la conexión procreación-bendición, porque Dios escoge deliberadamente el método de la procreación para forjar la redención.

En la Edad Media surgió el debate de si Dios podría haber efectuado la redención por otro medio que no fuera la encarnación del Hijo de Dios. Hubo algunos teólogos que pensaron que Dios, en su soberanía, podría haberlo hecho de distinta manera, pero hubo otros que pensaron que necesariamente tuvo que hacerlo a través de la encarnación.Santo Tomás de Aquino fue de los que pensaron que Dios podía haber forjado la salvación sin necesidad de que Jesucristo se encarnara; sin embargo, afirmó que la encarnación fue el medio más apropiado para los altos fines de la salvación y por tanto ése fue el método escogido. Dios no estaba obligado a hacerlo y ni siquiera estaba obligado a hacerlo de esa manera, pero una vez que decidió, en su gracia, salvar, también decidió salvar de ese modo. De ahí el maravilloso anuncio de Génesis 3:15.

Tal vez a nosotros nos parezca ocioso preguntarnos por qué Dios hizo las cosas así y si podía haberlas hecho de otro modo. Sea como sea, lo cierto, y magnífico, es que así fueron establecidas. Y por tanto, hay una vinculación entre procreación y redención. Ahora bien, si la redención es la mayor bendición, entonces resulta que para que pudiera producirse esa mayor bendición era necesaria la procreación, con lo cual ese acto se convierte en instrumento en las manos de Dios para cumplir sus propósitos más elevados.

La expresión ‘simiente de la mujer’, que está en singular, indica que un ser humano, y varón para más señas (2), será el ejecutor de esos propósitos. Es interesante constatar que se podría haber escrito ‘simiente del varón’ y con tal expresión hubiera también quedado claro que sería plenamente humano; además con la ventaja añadida de la referencia expresa a la intervención directa masculina. Si se acusa al Antiguo Testamento de ser un producto del machismo de aquellos tiempos, al relegar a la mujer a una posición secundaria frente a la posición privilegiada del varón, entonces hay que explicar por qué en este texto primordial y antiguo se habla del futuro redentor no como ‘simiente del varón’, que sería lo que uno esperaría en un contexto machista, sino como ‘simiente de la mujer’, dándole así a ésta el honor de ser el instrumento progenitor directo del redentor.

Por tanto, no estamos ante un texto literario que es el producto de una mentalidad y una época, sino ante un texto inspirado que anuncia, rompiendo los esquemas mentales, culturales y sociales, el medio más inmediato por el cual viene el redentor: la procreación a través de la mujer. Por supuesto que aquí está latente lo que en el Nuevo Testamento va a ser patente; esto es, que el redentor será concebido por mujer sin concurso de varón. La Biblia, siempre con su énfasis en la consideración de las genealogías por vía masculina, no tiene ningún problema en resaltar que el último eslabón, y por lo tanto fundamental, antes del nacimiento del redentor es una mujer y no un hombre.

De manera que Génesis 3:15 pone las cosas en su sitio. Frente a las pretensiones machistas de protagonismo absoluto del varón en detrimento de la mujer, es la mujer quien tendrá el privilegio de ser madre del redentor, sin que haya paternidad por medio. Por lo tanto, basta que el redentor tenga madre para que sea humano. ¿Dónde queda el orgullo por lo imprescindible de la participación varonil? Es humillado, al ser pasado por alto.

Y frente a las pretensiones feministas de negarle representación global al varón, la redención (de hombres y mujeres) será efectuada no por una mujer, sino por un varón, en cuya representatividad ya está contenida la mujer. Por lo tanto, el intento de separar los dos sexos y enfrentarlos queda así condenado, porque un solo sexo, el masculino, incluye a ambos.

Pero Génesis 3:15 también establece que si la redención, la bendición por excelencia, viene por medio de la procreación ¿qué otra cosa puede significar el aborto sino su negación misma? En otras palabras, si el origen de la procreación está en Dios, que la ha escogido para ser medio de su gracia común (multiplicación de la raza) y de su gracia salvadora (redención de la raza) ¿qué origen tendrá el aborto, que no es sino antagonismo a esa gracia común y salvadora? La respuesta es lógica y el lector avisado ya habrá llegado a ella.

(1) Génesis 3:15
(2) El artículo determinado en hebreo está en masculino, de manera que habría que traducir literalmente el pasaje ‘…y entre tu simiente y la simiente suya; él te herirá en la cabeza…’

 
Falacias sobre el aborto (IX)
 
Antiguo Testamento y los no nacidos


De los escasos textos que en el Antiguo Testamento citan directamente la palabra aborto se pueden señalar dos: Éxodo 23:26 y Oseas 9:14. Ambos pasajes son contrapuestos y al mismo tiempo complementarios, porque nos presentan las dos caras de una misma moneda, desprendiéndose de ellos la enseñanza de que la procreación que se consuma con el nacimiento es una bendición de Dios (‘…no habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra…), mientras que la frustración de esa consumación es invocada como una sentencia terrible sobre un pueblo rebelde (‘Dales, oh Señor, lo que les has de dar; dales matriz que aborte y pechos enjutos’).




Hay que dar aquí una palabra de precaución, para no sacar la peligrosa y falsa conclusión de que todos los abortos naturales son consecuencia de la ira de Dios contra los padres. Éxodo y Oseas están hablando no de abortos producidos por causas naturales, sino de abortos producidos por causas judiciales, unas causas que están bien expuestas en esos libros.

El pasaje de Éxodo enseña que el control sobre el proceso de concepción y desarrollo que tiene lugar en el útero materno está bajo la supervisión de Dios, no del azar ni tampoco de la creencia supersticiosa en los dioses que adoraban algunos pueblos. Es decir, el Dios de Israel es soberano y ejerce su dominio sobre todos los aspectos de la vida, incluido también el de su fase inicial.

El pasaje de Oseas no puede ser más explícito al respecto, porque la referencia a la matriz y a los pechos alude a los dos órganos femeninos vitales para el proceso de concepción, desarrollo y alimentación de la nueva criatura. La imprecación es que la matriz no pueda dar a luz, pero en el caso de que pueda, que los pechos no puedan ser fuente de alimento, porque están secos. ¿Por qué el profeta lanza esta espantosa proclama contra Israel?

Oseas vivió en un tiempo en el que la nación estaba inmersa en una profunda degradación moral y espiritual, producto de la influencia cananea que cual levadura de maldad había corrompido el alma de la nación. Una de las palabras clave de su libro es fornicación, que en la lengua hebrea es la misma palabra que prostitución (lo mismo ocurre en griego). Nada menos que dieciocho veces aparece la palabra o sus derivados en ese corto libro, lo cual significa que en términos comparativos es el libro de la Biblia en el que más veces se encuentra, siendo solo superado por el libro de Ezequiel, aunque en este libro esa palabra casi está reducida a los capítulos 16 y 23, donde se describe la triste historia de las infidelidades de Jerusalén.

La prostitución se había apoderado de todos los estamentos de la nación y es sobre ese trasfondo sobre el que está entretejida la historia del sorprendente matrimonio que Dios le manda a Oseas que contraiga con una prostituta, para que comprenda lo que a Dios le supone haber contraído matrimonio espiritual con una nación que se ha vuelto una ramera.

Los ritos de fertilidad estaban esparcidos por doquier, especialmente en las cumbres de las colinas y al cobijo protector de árboles frondosos, como las encinas, para tapar en lo posible los vergonzosos actos que allí se llevaban a cabo. Las prostitutas sagradas tenían comercio sexual con quienes venían a esos santuarios a dar culto, de ahí el doble significado del término fornicación en Oseas: uno literal y físico y otro espiritual y moral.

De tales ritos de fertilidad la arqueología nos ha dejado abundantes muestras. Las figuras de arcilla de las diosas desnudas o de sus sacerdotisas, con sus atributos femeninos destacados y hasta exagerados, simbolizan tanto lo desmesurado de una sexualidad desordenada en una sociedad envilecida, como la creencia de que esas diosas eran quienes controlaban y garantizaban los ciclos reproductivos de la procreación. Así como en la mitología cananea dioses y diosas tenían comercio sexual unos con otros y procreaban, sus adoradores los emulaban en esos santuarios, invocando su protección sobre sus cosechas, ganados y familias.

Este era el estado de cosas extendido en Israel en el tiempo de Oseas (siglo VIII a. C.). Hicieron de la procreación un fin en sí mismo, usando medios perversos. No es extraño que Oseas invoque a Dios para que Israel sea humillado, de modo que se dé cuenta de que los ídolos nada pueden y tome conciencia de su pecado. Las consecuencias de su depravación se harán notar precisamente en aquellas esferas en las que ellos esperaban la intervención de las diosas y dioses de la fertilidad, como las cosechas: ‘La era y el lagar no los mantendrán y les fallará el mosto.’ (1), pero especialmente en lo referente a la procreación de hijos, pues ‘La gloria de Efraín volará cual ave, de modo que no habrá nacimientos, ni embarazos, ni concepciones.’ (2)

Así, de manera precisa, se especifican las tres fases vitales en los nueves meses de gestación: fecundación, embarazo y parto; fases que quedarán truncadas a causa de la apostasía de la nación. Y en el caso de que los nacidos salgan adelante la amenaza sigue su curso, porque ‘Y si llegaren a grandes sus hijos, los quitaré de entre los hombres…´ (3). El juicio de Dios sobre la nación se vuelve a reiterar una vez más en el ámbito doméstico, de manera que no hay tregua ni respiro: ‘…aunque engendren, yo mataré lo deseable de su vientre.’ (4). Es la dura lección para un pueblo trasgresor que atribuía a Baal y Asera la facultad de la procreación.

Ante este panorama ¿cómo puede alguien afirmar que la Biblia no tiene mucho que decir sobre el aborto, cuando vemos que en sus páginas es la expresión de algo catastrófico? Si esto es así ¿cómo no va a ser culpable una sociedad que lo practica y justifica deliberada y sistemáticamente?.
 
Falacias sobre el aborto (X) 
 
Éxodo y su famoso texto sobre el aborto

El único pasaje en la Biblia en el que de manera directa se menciona un aborto producido por intervención humana violenta lo tenemos en Éxodo 21:22-25.



En la traducción Reina-Valera de 1960 se lee así: ‘Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.’

Desgraciadamente la traducción de este texto no está muy lograda y hasta es confusa, porque al introducir el término abortar y a continuación la expresión ‘pero sin haber muerte’ no se sabe muy bien a quién se refiere dicha expresión, si a la mujer embarazada o a la criatura que lleva.

Es más, si por abortar entendemos la muerte de una criatura que aún no ha nacido, entonces la conclusión a la que llegamos es evidente: la expresión ‘pero sin haber muerte’ se refiere a la madre, pues no puede haber aborto de una criatura y al mismo tiempo decirse de ella ‘pero sin haber muerte’. Por lo tanto, la conclusión sería que el resultado de una pelea que acaba en daños para una mujer embarazada es punible según sea el daño que sufra ella; si muere a consecuencias de la misma entonces el agresor es culpable de asesinato y lo pagará con su vida, pero si no muere el castigo será proporcional al daño realizado, según establecía la ley del talión. De ahí que según esta manera de entender el pasaje la muerte de la criatura no tiene consecuencias penales, ya que tal muerte se podría considerar lo que en el lenguaje bélico moderno se denominan ‘daños colaterales’, es decir, desgracias inevitables aleatorias.

La deducción es evidente y los partidarios y justificadores del aborto se agarran como a un clavo ardiendo a este pasaje, entendido de esta manera, para decir: ¿Lo ves?, la Biblia, en el único pasaje que trata de un aborto hecho con violencia, no castiga la muerte de la criatura, luego eso quiere decir que no considera al no nacido persona.

El problema es que Casiodoro de Reina no estuvo muy acertado al emplear la palabra abortar en su traducción de ese pasaje y otras traducciones, como la Biblia de las Américas, persisten en el error. Porque la palabra hebrea para abortar es shakal, la cual aparece en Éxodo 23:26 u Oseas 9:14, pero no aparece en el pasaje de Éxodo 21:22, donde la palabra vertida como abortar no es shakal sino yatsa, que significa salir.

Es decir, si tuviéramos que traducir el pasaje de acuerdo a este criterio sería así: ‘Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y la criatura saliere, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.’

Los judíos sefarditas que realizaron una traducción muy literal del Antiguo Testamento en 1553, la famosa Biblia de Ferrara, tuvieron en cuenta en su traducción de ese pasaje el importante matiz de esa palabra que da un giro al entendimiento del mismo.

Su traducción, hay que recordar que es castellano de los sefarditas del siglo XVI, dice así: ‘Y quando barajaren varones y hirieren muger preñada y salieren sus criaturas y no fuere muerte, apenar sera apenado como pusiere sobre el marido de la muger y dara por juezes. Y si muerte fuere y daras alma por alma, ojo por ojo diente por diente…’

Como curiosidad, la literalidad de esta traducción al original hebreo es tan grande que han traducido no ‘criatura’ en singular sino ‘criaturas’, en plural, porque así lo impone el texto hebreo, aunque la Septuaginta y el texto samaritano lo ponen en singular. Pero lo más importante de todo es que la palabra yatsa que Casiodoro de Reina traducirá en 1569 como abortar, los judíos de Ferrara la tradujeron como salir, que es realmente su significado.

Ya los traductores de la Septuaginta habían vertido muchos siglos antes la palabra del mismo modo. Ahora bien, eso cambia totalmente la perspectiva del texto, porque significa que la mujer embarazada, a causa de la pelea, ha recibido un golpe por el que da a luz prematuramente a la criatura, lo cual es un riesgo en el que está en juego no solo la vida de la madre, sino también la de la criatura misma. Si ‘hubiere muerte’ (ya sea de la madre, de la criatura o de ambos) como consecuencia, el agresor lo pagará con la suya propia, pero si los daños (para la madre, para la criatura o para ambos) no conllevan muerte, entonces el castigo será proporcional a dichos daños.

La conclusión de todo esto es evidente: Éxodo 21:22-25 hace del no nacido un sujeto de garantías jurídicas protegido por la ley, lo mismo que un nacido. Por lo tanto, a los que buscan en ese pasaje un arma para defender el aborto les sale el tiro por la culata, porque el significado es exactamente el opuesto al que ellos pretendían.
 
Falacias sobre el aborto (XI)

Mi embrión vieron tus ojos

Hay dos vías de acercamiento a una cuestión tan capital como es la vida que está en ciernes en el seno materno. Una es considerando la gravedad de aniquilar esa vida deliberadamente y la otra es considerando la importancia inestimable que tiene.



En el primer acercamiento contemplamos el horror de una destrucción, en el segundo la maravilla de una preservación. Ambos acercamientos son complementarios y uno surge del otro, pues si su destrucción nos provoca horror es porque su preservación nos causa asombro y viceversa.

Ese asombro es el que está expresado en el salmo 139, un salmo que es un canto al conocimiento completo, profundo y perfecto que Dios posee. Ese conocimiento se extiende a todas las cosas, pero en este caso concreto se concentra en la persona que escribió el salmo, y por extensión puede aplicarse a ti y a mí, de manera que podríamos dividirlo en tres partes:
- Dios me conoce personalmente (1-6).
- Dios me conoce personalmente, no importa donde yo vaya en el espacio (7-12).
- Dios me conoce personalmente, no importa cuanto yo retroceda en el tiempo (13-18).

Antes de nada es preciso decir que el conocimiento al que en este salmo se alude no es uno pasivo o meramente intelectual, como cuando se tiene cierta información sobre algo o alguien, pero ahí termina el proceso. Se trata de un conocimiento en el que están implicados los demás atributos de Dios, como son su afecto amoroso, su cuidado delicado y su voluntad determinante. Eso es lo que hace la diferencia entre un conocimiento frío y distante y otro cálido y cercano.

En la primera sección se ponen las líneas maestras de lo que luego ha de venir y así podemos vislumbrar en esa parte que Dios me conoce personalmente, como se desprende del pronombre ‘me’ y de los posesivos ‘mi’ y ‘mis’, que una y otra vez se repiten. No es un conocimiento genérico o global, sino individual. Esto es muy importante, porque significa que a pesar de la inmensidad del universo y de que apenas soy una fracción insignificante en comparación con el todo, sin embargo, Dios me conoce. No soy un número ni una cosa, no soy menospreciable a sus ojos; al contrario, el conocimiento que tiene de mí es directo: ‘tú me has examinado’, es decir, no necesita de agentes mediadores que le pongan al corriente de cómo soy o lo que hago; es detallado: ‘has conocido mi sentarme y mi levantarme’, de manera que nada en mi conducta se le escapa; es instantáneo: ‘has entendido desde lejos’, no es gradual o progresivo y no precisa acercarse al objeto para conocerlo; es profundo: ‘mis pensamientos’, de forma que no solo conoce mi conducta externa sino también mis motivaciones internas; es exhaustivo: ‘todos mis caminos te son conocidos’, por lo que nada hay en mí que le es difícil o le sea un secreto; es anticipado: ‘aún no está la palabra en mi lengua y… tú la sabes toda’, no se trata de un conocimiento a posteriori sino a priori.

No es extraño que esa primera sección termine con un reconocimiento de admiración y confesión de la propia incapacidad para captar esa clase de conocimiento. Es decir, la consideración del conocimiento de Dios nos hace conscientes de cuán limitado y pobre es el nuestro.

La segunda sección es una aplicación de la primera, por la que es imposible eludir ese conocimiento intentando escapar a algún punto remoto donde Dios no lo ejerza. El cielo, el Seol, el extremo del mar o las tinieblas no son lugares que hacen diferencia en cuanto a aumento o disminución de dicho conocimiento. Da igual que estemos en uno o en otro lugar, la deducción es evidente: ‘Lo mismo te son las tinieblas que la luz’.

Pero es en la tercera sección donde se retrocede en el tiempo hasta las primeras fases de la vida personal, hasta los instantes primeros de la existencia. Cuando todavía nadie, ni siquiera mi madre, era consciente de mi existencia, tú, dice el autor, ya sabías que yo estaba ahí. No solamente lo sabías, sino también estabas interviniendo en mi gestación y proceso.

No soy producto de una casualidad, ni de un azar ciego; soy el resultado directo de tu providencia. Las palabras ‘formar’ y ‘hacer’, aplicadas a Dios, indican elocuentemente que para él no cuento simplemente a partir de un momento determinado del desarrollo, sino desde el mismo origen. El autor establece una continuidad de identidad entre lo que soy ahora y lo que era entonces, cuando afirma: ‘Tú me hiciste en el vientre de mi madre’. Ese pronombre personal ‘me’ indica que el que emergía a la existencia es el mismo que ahora escribe. No hay un salto cualitativo por el que antes era algo diferente a lo que es ahora. Antes no era un qué y ahora es un quién, sino que antes y ahora se trataba y se trata de un quién. El sujeto en el vientre es el mismo sujeto fuera del vientre.

Y continúa afirmando que a pesar de su pequeñez en esos primeros estadios de la vida, no ha pasado desapercibido para Dios, ni ha sido ignorado por él. Al contrario, ‘mi embrión vieron tus ojos’. Es interesante que la palabra traducida como ‘embrión’ es golem. Es uno de los hápax que hay en el Antiguo Testamento (Mehanem ben Saruq contó ciento diecinueve). Un hápax es una palabra que aparece una sola vez en todo el texto bíblico, de manera que no tiene paralelo, por lo que su comprensión puede originar dificultades. Por eso hay traducciones que vierten la palabra como ‘embrión’ y otras como ‘cuerpo’, aunque para ‘cuerpo’ la lengua hebrea tiene otras maneras de referirse al mismo. Sea como sea, lo cierto es que estamos ante una etapa inicial de la existencia humana reducida físicamente a la mínima expresión, pero aun así objeto de la providencia de Dios y también de su presciencia, al aludirse al libro en el que Dios tiene registrado por anticipado todo lo que luego será.

Ese conocimiento que antes suscitaba el asombro del autor del salmo, ahora le provoca consolación y confianza (¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!), sabiendo que su vida estuvo, está y estará en las manos de Dios. La conclusión es evidente: El salmo 139 no deja lugar a dudas sobre la estimación que Dios tiene de cada uno de nosotros desde el mismo instante de nuestra concepción.

Falacias sobre el aborto (XII)
Desde el vientre

Uno de los debates que ha habido entre teólogos ha girado en torno al modo y momento en que el alma se une al cuerpo humano. Las dos grandes soluciones propuestas han sido el traducianismo y el creacionismo.



La primera enseña que el alma se transmite por vía de generación, de manera que no hay diferencia en la transmisión del cuerpo y la del alma, pues ambos surgen simultáneamente y son los padres quienes los transmiten a los hijos. La segunda enseña que cada alma es una creación directa de Dios, mientras que el cuerpo es producto de los padres. En este caso varían las respuestas sobre el momento preciso en que el alma se une al cuerpo.

Como ha habido grandes hombres que han estado a favor de una tendencia u otra, por ejemplo Lutero era traducianista mientras que Calvino era creacionista, y hasta los ha habido que no sabían a qué carta quedarse, como San Agustín de Hipona, no seré yo quien intente tener la clave de tan intrincada cuestión.

Pero independientemente de cuál sea el método por el que nos inclinemos, lo que sí podemos encontrar en la enseñanza bíblica son razones para entender que, tanto desde el punto de vista teológico como desde el antropológico, la Biblia nos presenta al ser en el vientre materno, desde las mismas fases iniciales de su existencia, como humano, a causa de la identidad de naturaleza entre lo que se concibe y lo que nace y por tanto objeto de la estimación especial de Dios.

Aparte del famoso pasaje del salmo 139:13-16, que deja constancia de ambas cosas, hay otros lugares que nos las muestran clara y reiteradamente.

Por ejemplo, una expresión recurrente en la Biblia es la que asocia concepción y nacimiento, en frases parecidas a la siguiente: ‘concebirás y darás a luz un hijo’ (1). Con lenguaje llano se expresa el hecho biológico de los dos grandes momentos por los que una nueva criatura viene a este mundo: el de su concepción y el de su nacimiento. Ahora bien, la misma sencillez del lenguaje nos lleva a la sencilla conclusión de que así como hay una continuidad biológica entre ambos momentos debe haber una continuidad de identidad y naturaleza entre lo que se concibe y lo que se da a luz. Si se da a luz un hijo es porque se ha concebido un hijo y si se da a luz un ser humano es porque se ha concebido un ser humano. Parece una verdad de Perogrullo, pues cae por su propio peso, pero sin embargo esto es precisamente lo que niegan los apologistas del aborto.

Es decir, frente a la perspicuidad (claridad) de los hechos y la lógica, los apologistas del aborto quieren que creamos que lo que se concibe y lo que se da a luz son entes cualitativamente diferentes, produciéndose un salto en algún momento específico en los nueve meses de gestación, por el que un mero ser vivo se convierte en un ser humano. Nadie de ellos sabe con certeza cuándo tal salto acontece y por lo tanto no nos lo pueden explicar con perspicuidad, sino que sus razonamientos son confusos y contradictorios, pero ése es su pobre subterfugio para abrir la puerta al aborto indiscriminado. Es decir, que aunque es más difícil creer lo que ellos propugnan que lo que la lógica enseña, se sacrifica la lógica en aras de un prejuicio (juicio por anticipado) interesado, a fin de sostener una creencia imposible. La lógica es abrumadora, pero como contradice sus propósitos la niegan, fabricándose a continuación la siguiente teoría del absurdo: que un qué se convierte, en algún momento dado de la gestación, en un quién.

La expresión ‘desde el vientre’ es otra reiterativa en la Biblia. En principio parece sinónima a ‘desde el nacimiento’, sin embargo cuando la examinamos más de cerca llegamos a la conclusión de que se trata de una frase que alude a la primera fase de la existencia, anterior al nacimiento.

Se podrían dividir en dos categorías las ocasiones en las que aparece la mencionada frase: aquéllas que muestran la providencia cuidadora de Dios hacia el que está en el vientre (2) y aquéllas que muestran la elección incondicional de Dios sobre el que está en el vientre (3). Pero en ambos casos Dios no espera a que se produzca el nacimiento, para a renglón seguido otorgar sus promesas al sujeto de las mismas, sino que las concede ya desde el momento en el que se produce la concepción.

Es decir, que podemos decir que en términos jurídicos Dios reconoce personalidad al ser que está en el vientre, ya que lo hace sujeto titular de determinadas bendiciones. Si lo que se concibe no fuera lo mismo que lo que nace, sería ridículo que la Biblia subrayara la anterioridad al nacimiento de los propósitos divinos.

El paralelismo que se aprecia en los dos párrafos del salmo 22:10: ‘Sobre ti fui echado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.’ muestra que la relación personal de Dios con el autor del salmo no comenzó después de su nacimiento, sino antes del mismo. ¿Se relacionaría Dios con una cosa, suponiendo que eso fuera el no nacido? Hay dos pronombres personales, uno implícito (yo) y otro explícito (tú) en ese pasaje, de manera que hay una relación personal entre ese tú (Dios) y ese yo (David). Una relación que va más allá, retrocediendo en el tiempo, de lo que David mismo podía recordar. 

(1) Génesis 16:11; Jueces 13:3,5,7; Isaías 7:14; Lucas 1:31. Igualmente la asociación concebir-dar a luz se repite en el relato del nacimiento de los hijos de Jacob (Génesis 29:32, 33,34, 35; 30:7,17,19,23).
(2) Salmo 22:10; Salmo 71:6; Isaías 46:3.
(3) Jueces 16:17; Isaías 44:2,24; 49:1,5; Lucas 1:15; Gálatas 1:15.

1 comentario:

  1. pienso que la unica manera de contrarestar los efectos de la falta de amor en la humanidad y los crimenes tan horribles en contra de la vida es haciendo que nuestra Iglesia, la Iglesia de Cristo de testimoinio del amor de Dios... un gran teologo de nuestra epoca decia que "la única recompensa es el amor mismo. Las buenas obras han de ser eco del amor. De lo contrario, carecen de valor... Urs Von Balthasar"

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