Es sin duda ninguna, el sacramento más
importante de nuestra religión. Pero si Jesús volviera hoy y asistiera a
nuestras misas, sentiría la misma indignación que experimentó al ver los
trapicheos que se traían los sacerdotes en el templo. Y es que seguimos
olvidados de lo esencial, que es hacer presente en nosotros todo lo que
significó Jesús con su vida de total entrega a los demás.
La mejor manera de expresar lo que quiero
decir, es contaros el relato que he oído (en un vídeo, por supuesto) a Tony de
Mello. El hombre más avispado de una tribu descubrió la manera de hacer fuego.
Enseñó a todos, la manera de utilizar el fuego y, el pueblo entero, dio un paso
de gigante en su evolución. No contento con eso, cogió los bártulos y se fue a
la tribu más cercana para que pudieran ellos aprovechar también las ventajas
del invento. Les enseñó el proceso y todos quedaron maravillados al ver
aparecer el fuego ante sus ojos. Se marchó muy contento por haber ayudado a
aquellos hombres. Mucho tiempo después volvió a ver lo que habían avanzado con
la utilización del fuego. Cuando les preguntó, ellos muy orgullosos le sacaron
del poblado a un lugar maravilloso. Allí había construido un altar donde habían
guardado en una urna de oro y piedras preciosas, los instrumentos de hacer
fuego. Todos los días iban a adorar aquellos útiles que tenían el poder de
reproducir el fuego. Pero no había fuego por ninguna parte. El invento
no les había servido para nada...
Para el que quiera entender, sobran los
comentarios. Para el que no quiera entender, ningún comentario añadiría nada.
Asistimos a misa porque está mandado y para no cometer un pecado mortal. Sin
darnos cuenta que el verdadero pecado es asistir a misa sin que eso cambie en
nada nuestra actitud vital.
Muchas veces me han protestado ante esta
acusación: Yo no vengo a misa porque está mandado, vengo porque me apetece. Aún
así es posible que te apetezca asistir a la magia de una celebración donde se
realiza un "milagro" tan sorprendente que tranquiliza tu conciencia y
te da ciertas seguridades.
Ya sabemos que, como sacramento, la
eucaristía es un signo, no magia. Sabemos también que la eucaristía la celebra
la comunidad reunida, aunque esto no está tan claro. La inmensa mayoría de los
cristianos sigue pensando que la misa la celebra el sacerdote. Este despiste
generalizado es consecuencia de creer que el sacerdote tiene poderes especiales
para realizar un milagro. Mientras no superemos esta manera de entender la
celebración y el sacerdocio estaremos incapacitados para entender el verdadero
significado del sacramento. Jesús dijo: donde dos o más estés reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Nunca dijo: donde haya un sacerdote
con poder para consagrar, en el pan me haré presente yo. Es la comunidad
reunida la que recuerda a Jesús y le hace presente.
Es muy importante que tomemos conciencia
clara de que el signo no es el pan, a secas, sino el pan partido y repartido,
preparado para ser comido. El hecho de partir el pan forma parte de la esencia
del signo. Jesús se hace presente en ese gesto, no en la materia del pan. Si
comprendiéramos bien esto, se evitarían todos los malentendidos sobre la
presencia real de Jesús en la eucaristía. El pan consagrado hace siempre
referencia a una fracción del pan, es decir, a una celebración eucarística. Sin
esa referencia no tiene entidad ninguna.
Lo mismo en la copa. El signo no es el
vino, sino el vino bebido, es decir, compartido. Para los judíos la
sangre era la vida, (no signo de la vida, como para nosotros, sino la misma
vida). La copa derramada es la vida de Jesús puesta al servicio de todos, su
vida se da para que todos participen de ella.
La realidad significada no es Jesús sino
Jesús como don, es decir, es el AMOR que es Dios, manifestado en Jesús.
Empecemos por aclarar que la palabra hebrea
que traducen los textos al griego por "soma", no significa exactamente
cuerpo. En la antropología judía del tiempo de Jesús, el ser humano era un todo
único, pero podían distinguirse distintos aspectos de ese todo: hombre carne,
hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. Hombre cuerpo no hace referencia a
la carne, sino a la persona como sujeto de relaciones.
El "soma" griego tiene
varios significados pero al traducirlo al latín por "corpus", terminó
por imponerse el significado material de cuerpo físico y esto distorsionó el
mensaje original. Jesús no dijo: Esto en mi cuerpo (físico) sino esto soy yo,
esto es mi persona que se ha entregado a los demás. Esta perspectiva nos abre a
una nueva comprensión del sacramento.
La eucaristía resume
la actitud vital de Jesús, que consistió en manifestar lo que es Dios. Como
buen hijo hace presente al padre allí donde está él. Esa realidad
significada, por ser espiritual, no está sometida al tiempo ni al espacio.
Está siempre ahí, ni se trae ni se lleva, ni se pone ni se quita, ni se crea ni
se destruye. Hacemos el signo, no para crearla, sino para descubrir su
presencia, y poder así vivir conscientemente nuestra más impresionante
profundidad de ser. Salir de la dinámica del milagrito y de la magia, no es tan
fácil; exige un esfuerzo mental que muchos no están dispuestos a hacer.
Los primeros
cristianos tomaron del griego, por lo menos, seis palabras para indicar distintas
realidades que nosotros metemos en el mismo saco de la palabra
"amor":
Agape: sería Dios mismo como puro don de sí, pero sin darse, sino atrayendo
hacia sí. Lo que llamamos su "amor" al hombre.
Caritas, síntesis del Eros informado por el Ágape. Sería el Amor
cristiano.
Filia: amor amistad. Satisface deseos, apegos, ideales.
Eros: amor puramente humano. Placer en la cercanía.
Libido: placer sensible que sigue al Eros. Impulso sexual.
Nomos: relación con el otro a través del estricto cumplimiento de la ley.
El "amor"
del que habla el evangelio, referido a Dios, sería el "ágape";
Referido al hombre sería la "caritas".
El amor humano es la
relación entre dos personas; y mientras más profunda y estrecha es esa
relación, más amor existe entre las dos. Ese amor no anula a las personas, sino
que las potencia como tales; de tal modo que es más humana la que es capaz de
amar más. Este amor no se puede dar en Dios, porque no hay nada fuera de Él con
lo que pueda relacionarse como algo distinto a Él.
El "ágape"
no es relación al modo humano, sino la misma realidad de Dios que funde sin
confundir, que une e identifica en sí a todos los seres. Dios no es un ser que
ama, sino el amor. Un ejemplo podría aclarar estas ideas, un poco difíciles de
asimilar. Imaginemos que llamamos amor al calor. Dios no es un ser caliente, ni
siquiera imaginado a millones de grados. Dios es el calor que funde todo lo que
encuentra haciendo de lo diverso una sola realidad. Toda la creación es una en
Dios.
En los evangelios,
Jesús no hace hincapié en que ama mucho a su Abba, Padre; sino:
"Yo y el Padre somos uno", y "el que me ve a mí, ve a mi
Padre". Esa misma es la experiencia de todos los místicos de todas las
religiones. S. Juan de la Cruz lo expresa muy bien: "¡Oh noche que
guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con
amada, amada en el amado transformada!"
Dios no puede hacerse
presente en un lugar acotado, sencillamente porque no puede dejar de estar en
todo lugar. Tampoco puede estar más presente aquí que allí. Nosotros, como
seres humanos que somos, no tenemos más remedio que percibirlo en un lugar. Mas
aún, tenemos que acotarlo en un lugar para poder tomar conciencia de su
realidad.
Cuando Jesús propone
el mandamiento nuevo, Jesús está hablando de las consecuencias que debería
tener en nuestra vida, el amor (ágape) del Padre. El fin último de la celebración
de una eucaristía, es hacer presente con los signos, este ágape que nos
fundiría con Dios y nos abriría a los demás, hasta sentirlos fundidos en Dios
también. El hombre tiene el privilegio de poder tomar conciencia de este hecho
y vivirlo. El que lo descubre y lo vive no es que esté más fundido en Dios que
el que no lo percibe. Simplemente descubre su verdadero ser y disfruta
siéndolo.
Francisco Aranda Otero