Este grito –No tinc por (en catalán). No tengo miedo– ha resonado
en Barcelona en
la manifestación multitudinaria a raíz del terrible atentado
yihadista del pasado jueves
17 de agosto en Las Ramblas y posteriormente en el pueblo
tarraconense de Cambrils.
Pues no sé que decir. Porque yo sí tengo un poco de miedo.
Recuerdo que el año pa-
sado, 8 de octubre de 2016, escribí en este mismo lugar de Mi
Parroquia de Papel un
artículo que titulé: «El islam y quién nos quita el miedo».
Trataré de no repetirme. Pero cuanto allí dije sigue siendo
vigente para mí. Y hace
un año no estaba presente ningún atentado en nuestra tierra,
aunque sí en Europa.
Hay que partir de un principio. El islam no es solo una religión
como el cristianismo.
Es religión, estado, política, economía, todo, como bien dice
Samir Khalil, islamólogo
natural de Egipto, profesor durante muchos años en Líbano,
sacerdote jesuita, profesor
del Pontificio Instituto Oriental y del Pontificio Instituto de
Estudios Árabes e Islamis-
tas, ambos en Roma.
Sin llegar al terror del ISIS/Daesh, que practica el islamismo más
bárbaro e inhu-
mano, para el islam existe la exclusión de quien no es musulmán.
Samir Khalil y su fa-
milia cristiana lo sufrieron en Egipto, su pueblo natal. Y lo
explica:
–¿Cómo se sabe que una persona es cristiana? En el carnet de
identidad, en Egipto y
otros países, se escribe la religión. En todos los países árabes.
Así que, las discrimina-
ciones existirán siempre, porque el sistema musulmán no consigue
concebir una laici-
dad positiva, que es lo que nosotros pedimos. No el laicismo
anti-religioso, que existe
en algunos países occidentales, sino una laicidad positiva, como
la llama también el
papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio
Oriente. Es decir,
un laicismo en el cual no se haga distinción entre creyente y no
creyente, cristiano, mu-
sulmán o hebreo.
El P. Samir sigue, como el otro jesuita y ahora papa Francisco,
ese buenismo evangé-
lico de acogida, y piensa que en Europa se puede vivir juntos en
paz y tolerancia. Y dice:
–Es esto lo que tenemos que recrear hoy en día: ayudar a los
musulmanes a vivir
juntos como hermanos... A nosotros nos toca dar otro modelo de
coexistencia, de fra-
ternidad, y decir de dónde lo hemos aprendido: del Evangelio y de
Jesús. Si quieres ser
perfecto, ve y sigue a Jesús. Vive según el modelo del Evangelio.
Esta es nuestra misión.
Y añade:
–Se podrían cambiar muchas cosas si se dijese: Bien, Dios ha
enviado a los musul-
manes a Europa. Son ahora tal vez quince millones, casi. ¿Qué
hacemos para hacerles
conocer el Evangelio? Es decir, una superación del Islam y del ser
humano ordinario. El
Evangelio es el máximo. ¿Por qué no lo transmitimos? Antes,
nuestros padres atravesa-
ron los mares, afrontaron el martirio, fueron matados, etcétera...
para ganar a un mu-
sulmán para el Evangelio. Hoy no tengo necesidad de atravesar el
mar. Ellos vienen.
Entonces, intentar marginarles... esto es un crimen. No es
permisible. Se trata de aco-
gerlos, y decirles: ‘Te doy la cosa más hermosa que tengo, el
Evangelio’... Y si alguien
descubre que el Evangelio es de veras la cosa más hermosa, le invito
a ser cristiano.
Pero es una invitación, nada más.
Como creyente y como sacerdote he de creer en ello. Aunque la
razón y la historia
me inclinen a pensar en otra cosa. Sería como aquello que dice el
Evangelio del rico,
que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que
un rico en el cielo.
Pues lo mismo del musulmán. ¡Qué difícil es la conversión de un
musulmán! Y no ya
conversión al cristianismo y a los valores cristianos de
Occidente, ni siquiera a los valo-
res democráticos.
Musulmán significa aquel que se somete. Nace como súbdito, así se
siente, no sabe
lo que es ser ciudadano libre. El islam es Mahoma y no ha cambiado
nunca ni cambiará.
Un mundo islámico que no ha aportado a la humanidad ni un solo
invento o descubri-
miento científico en toda su historia. Recojo estos datos:
–Cada año se traducen más libros al español que el total de libros
que se han tradu-
cido al árabe en los últimos mil años. De las 1.800 universidades
del mundo islámico,
tan solo una sexta parte cuenta con un miembro del claustro que
haya publicado algo.
Y quieren dominar un mundo dividido por Mahoma en Dar al islam,
que es la tierra
del islam, y Dar al Harb, la tierra de la guerra, compuesta por el
resto del planeta, al
que hay que imponer la Ley Sharía, el cuerpo de derecho islámico,
un código detallado
de conducta, en el que se incluyen las normas relativas a los
modos del culto, los crite-
rios de la moral y de la vida, las cosas permitidas o prohibidas,
las reglas separadoras
entre el bien y el mal. Cuando la Sharía impere en todo el globo
terráqueo, llegará el fin
del mundo.
Dicho todo esto, y con perdón, digo como Albert Boadella, director
teatral catalán
exiliado en Madrid, que «el lema ‘no tenemos miedo’ es falso; sí
lo tenemos y mucho».
Miedo, y no tanto por mí, con una vida ya vivida, sino por esta
débil Europa que ha
renegado de su esencia cristiana.
Carlos
Ros
Sacerdote y escritor
Fuente: vía email
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