Hace tres años que me fui de casa para entregarme a una vida de oración llevado de la mano de Dios. Me pregunto como va todo por ahí, si a mi hermano habrá acabado los estudios o si a padre le irá bien en el trabajo. Vosotros también tendréis muchas preguntas, así que os responderé a las que creo que son evidentes:
Todos los días, sin excepción, me levanto al amanecer, sobre las siete. Entonces hago Vigilias y Laudes. Más tarde voy al huerto, donde me encargo de frutas y hortalizas, que más tarde nos servirán de alimentos o para intercambiar por otros productos. En cuanto acabo, me tomo un pequeño descanso y copio códices. Es el momento que más me gusta del día, ya que escribir es lo que más me gusta. Luego voy a leer y a rezar con los demás. Y entonces todos juntos nos vamos a comer. En cuanto acabamos, hacemos una pequeña reflexión, y entonces volvemos al trabajo. Algunos días ese trabajo es recoger la cosecha, otros, dedicarnos a la ganadería…depende del día.
Volvemos al monasterio y hacemos Vísperas y completos, nos tomamos un descanso y cenamos, tenemos otro rato de reflexión y nos vamos a dormir.
Como ya sabréis, es un monasterio pequeño y acogedor, que está apartado del pueblo en mitad del campo. Todos nos ayudamos mutuamente, y siempre pensamos en los demás. Especialmente el abad. Él me ha ayudado a mejorar mi fe y siempre he encontrado en él un apoyo. Sobre todo en mi llegada, ya que los primeros meses fueron muy duros para mí por haber dejado el hogar.
La mayor parte de mi tiempo libre lo paso en la biblioteca, en la sala capitular, en la sala de los monjes o en el patio.
Lo que no me gusta mucho es que no se puede comer carne de animales cuadrúpedos y echo de menos eso de casa, pero aquí, con esfuerzo y compromiso, no es un problema difícil superar.
Espero que tengáis tiempo para poder venir a visitarme y que tengáis presente que siempre estaré aquí para lo que queráis.
Un abrazo a todos, Diego.
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