Jesús Asensi Vendrell
Maestro de Religión
La conversión progresista
Hoy en día, como si se tratara del final de otra guerra civil, los papeles se han invertido y ahora los perseguidos se han convertido en perseguidores, los que entraban en los armarios salen al son de trompetas, los que criticaban el proselitismo de la Iglesia predican desde el ambón que les brinda este Gobierno y determinados medios de comunicación afines a la causa progresista, y los que ganaron aquella maldita guerra resulta que la perdieron en verdad y quedará más que demostrado gracias a esa nueva Ley de Memoria Histórica.
Sí, con la llegada de Zapatero a la Moncloa se ha abierto la “caja de Pandora” y los sueños inconfesables de algunos mal llamados progresistas se están haciendo realidad. Tanto es así que hasta en las escuelas, y gracias a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, los niños son sabedores de todos sus traumas y deseos pasados, presentes y futuros. Tanto es así que, gracias a la reforma de la Ley del aborto, entrará en vigor la orden de impartir en los colegios e institutos un adoctrinamiento sexual acorde a sus fantasías más retrógradas y antinaturales.
Y por este motivo, por este afán propagandístico, queda en evidencia su falta de coherencia, su descarada hipocresía a la hora de pedir la retirada de todo símbolo cristiano y de la enseñanza de la Religión en el ámbito escolar. Porque pretenden sustituir unas normas morales objetivas y universales por otras, por las suyas, cargadas de una ideología donde subyace la amargura que lo invade todo y que impide alcanzar la verdadera felicidad a los que se dejan arrastrar por ella.
Llegó la hora de dejarlos en evidencia, de utilizar sus mismos argumentos con la verdad por delante, de dar la cara por la libertad aunque nos la rompan. Porque nos estamos jugando mucho: nuestra felicidad y la de los nuestros. Porque el día de mañana nos preguntarán qué hicimos nosotros para detener esa oleada sectaria que todo lo quiere entibiar. ¿No crees?
Vía: http://www.cope.es/15-04-10--conversion-progresista-22894-opinion
Recordemos a gente como la madre Teresa o Vicente Ferrer. La labor de Cáritas o Intermón. Recordemos a santos y mártires que viven su religión de forma coherente y aplican los principios de la Iglesia a sus vidas: personas rectas, honestas, honradas, colaboradoras, caritativas, generosas, solidarias... Y pensemos que los malos son los menos. Unos indeseables y unos delincuentes a los que hay que denunciar, pero no con gritos que acallen la labor de una mayoría indignada ante tanta injusticia y olvido.
Sí, con la llegada de Zapatero a la Moncloa se ha abierto la “caja de Pandora” y los sueños inconfesables de algunos mal llamados progresistas se están haciendo realidad. Tanto es así que hasta en las escuelas, y gracias a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, los niños son sabedores de todos sus traumas y deseos pasados, presentes y futuros. Tanto es así que, gracias a la reforma de la Ley del aborto, entrará en vigor la orden de impartir en los colegios e institutos un adoctrinamiento sexual acorde a sus fantasías más retrógradas y antinaturales.
Y por este motivo, por este afán propagandístico, queda en evidencia su falta de coherencia, su descarada hipocresía a la hora de pedir la retirada de todo símbolo cristiano y de la enseñanza de la Religión en el ámbito escolar. Porque pretenden sustituir unas normas morales objetivas y universales por otras, por las suyas, cargadas de una ideología donde subyace la amargura que lo invade todo y que impide alcanzar la verdadera felicidad a los que se dejan arrastrar por ella.
Llegó la hora de dejarlos en evidencia, de utilizar sus mismos argumentos con la verdad por delante, de dar la cara por la libertad aunque nos la rompan. Porque nos estamos jugando mucho: nuestra felicidad y la de los nuestros. Porque el día de mañana nos preguntarán qué hicimos nosotros para detener esa oleada sectaria que todo lo quiere entibiar. ¿No crees?
Vía: http://www.cope.es/15-04-10--conversion-progresista-22894-opinion
La labor de la Iglesia
Soy católica, por tradición y por convicción. Muchas son las razones que me siguen atando a mi Iglesia. Mucha la alegría, el optimismo y la ilusión que veo en sus miembros. Por no hablar de los sacrificios, la abnegación, la entrega y la caridad de que soy testigo. Y mucha la vergüenza que siento ante las aberraciones que se están destapando.
Como católica practicante y convencida, me siento en la necesidad de gritar ante la injusticia que se está cometiendo al generalizar el pecado (y el delito) de unos pocos, con la gran obra de otros muchos, que son mayoría. Parece haberse olvidado que no hay ONG más grande y antigua que la Iglesia católica. Su inmensa labor a favor de los desfavorecidos, de los enfermos, de los desarraigados, de los desahuciados parece no recordarse. Parece que nadie recuerde lo abierta que es esta religión, que acoge y ayuda a personas de cualquier raza y creencia. Ahora sólo se habla del pecado (e, insisto, del delito) de unos cuantos. La Iglesia es un grupo de personas, una familia, en la que hay miembros buenos y malos. En este momento, los protagonistas son los malos. Recordemos a gente como la madre Teresa o Vicente Ferrer. La labor de Cáritas o Intermón. Recordemos a santos y mártires que viven su religión de forma coherente y aplican los principios de la Iglesia a sus vidas: personas rectas, honestas, honradas, colaboradoras, caritativas, generosas, solidarias... Y pensemos que los malos son los menos. Unos indeseables y unos delincuentes a los que hay que denunciar, pero no con gritos que acallen la labor de una mayoría indignada ante tanta injusticia y olvido.
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