Queridos mamá y papá:
Mientras escribo estas líneas se cumplen 6 meses de mi llegada al monasterio de Santa María de la Huerta. Ahora mismo es la segunda mitad de la hora octava, y los monjes tenemos tiempo libre hasta el atardecer. Es el único momento del día que tenemos enteramente para nosotros, el resto está enteramente ocupado por el trabajo y la oración que son las dos tareas fundamentales de todo monasterio, tal y como dice la frase que resume todas nuestras reglas: “ora et labora”. Desde el momento de mi llegada al monasterio, mi vida ha sufrido un cambio radical. Sin embargo, aunque al principio me pareció muy duro y me costó acostumbrarme, ha valido la pena, porque aquí, he encontrado a Dios.
Un día normal de mi vida aquí empieza antes del amanecer. Nos levantamos para una las Maitines, hora de lectura y meditación. Al principio, no podía hacer mucho, pero ahora que he aprendido a leer y a escribir (prueba de ello es esta misma carta), puedo participar enteramente en esta hora como los demás. Una vez finalizada la hora, al amanecer, empieza la primera oración del día, las Vigilias. Todas las oraciones son comunes y se celebran en el espacio del coro cerca del altar de la Iglesia, de estilo gótico, creo. Se reza, se lee la Biblia e incluso cantamos. Bueno, yo no mucho, todavía no domino los cantos gregorianos. Ya sabéis que no tengo precisamente una gran voz. De todos modos, aunque no pueda participar enteramente, es un espectáculo precioso. Las voces suenan en completa armonía, creando un sonido indescriptible. Me gustaría que tuvierais la oportunidad de oírlo alguna vez.
Después tenemos un rato para asearnos en las letrinas, antes de la segunda oración, los Laudes. Una vez hayamos terminado, ya podemos empezar a trabajar. Dada mi experiencia en vuestra granja, yo, junto con otros monjes, me ocupo del huerto. Lo hago con mucha satisfacción, sobre todo cuando veo que no nos falta comida en el plato gracias a mis esfuerzos. La agricultura es algo que siempre se me ha dado bien. Sin embargo, debo admitir que algún día me gustaría escribir. A pesar de mis grandes avances en el arte de la escritura, reservan esa tarea a los monjes más experimentados. Yo los he visto trabajar a veces, y es un trabajo muy lento y complicado. Copian manuscritos que nos prestan otros monasterios, tarea que puede demorarse mucho tiempo. Además de escribir, también copian las ilustraciones, algunas muy complicadas. Es un trabajo precioso, y alguna vez me gustaría probarlo. El abad me ha prometido que si sigo progresando, algún día podre trabajar en el Scriptorium. Muchas veces suelo usar este rato libre para practicar. La perseverancia es importante para conseguir cualquier objetivo.
En la hora Tercia, hacemos un alto en el trabajo para celebrar la misa. La misa tiene lugar en la Iglesia, bellamente decorada, y de grande dimensiones, ocupa gran parte del monasterio. Lo que más me llamó la atención cuando llegué fue el inmenso órgano, de tal complejidad que la idea de tocarlo se me antojaba imposible. Esta hora del día es muy especial para mi, y seguramente también para todos mis compañeros, ya que tenemos la ocasión de celebrar la comunión con Dios. Todavía sigo sintiendo una sensación increíble, a pesar del tiempo pasado desde el primer día. Sencillamente no encuentro las palabras para expresar la sensación de dicha que me embriaga.
Una vez finalizada la misa, todos volvemos a nuestros quehaceres, yo en el huerto, y unos cuantos afortunados, al Scriptorium. Continuamos trabajando hasta la hora Sexta cuando, tras una breve oración, vamos a comer. La comida tiene lugar en el refectorio, una gran sala que actúa como comedor, y que consta de varias mesas alargadas y de un pulpito donde cada día uno de nosotros lee un fragmento de la Biblia o de la Regla. Normalmente comemos verduras y hortalizas. La carne y el pescado las reservamos para domingos y festivos. La comida se realiza en completo silencio.
Cuando terminamos de comer, tiene lugar la oración de la hora Nona y la vuelta al trabajo (ora et labora). Trabajamos hasta que nos vuelven a convocar en la primera mitad de la octava hora, para la reunión diaria con el abad en la Sala Capitular para tratar los asuntos del convento. Leemos un capítulo de la Regla y el abad nos informa sobre las cuestiones del monasterio. Por último, cada uno hace confesaba sus pecados al abad y obtiene el perdón divino.
Tras finalizar la reunión, cada uno tiene tiempo libre hasta el atardecer. Este tiempo suele ser empleado para reflexionar, pasear, charlar, orar en solitario…Una vez llega el atardecer, tienen lugar las Vísperas, oración de acción de gracias. Cuando terminamos, (sobre las ocho) tiene lugar la cena, también en el refectorio.
Ya por último, antes de acostarnos, se celebran las Completas, última oración del día de carácter penitenciario. Dormimos en celdas comunes, solamente el abad cuenta con despacho y dormitorio propio.
Y así es como transcurre un día normal aquí, en el monasterio de Santa María de Huerta, en Soria. El monasterio se encuentra en el campo, a las afueras, para poder llevar una vida retirada. Fue construido en 1.179, por lo que es un monasterio más bien joven. Cuenta con un claustro gótico y otro herreriano, un refectorio, una Iglesia, una cocina con despensa, una sala capitular con una sacristía, y un scriptorium, además de las celdas. Mi rincón favorito, aparte de la Iglesia, por supuesto, es el refectorio, bellamente decorado gracias a la generosa donación de un noble del lugar.
Como habéis podido observar, mi vida ha sufrido una transformación muy grande. Al principio me costó acostumbrarme al silencio, habituado como estaba al ruido en la granja. Lo único que me resulta familiar es el trabajo en el huerto, al que vosotros estáis tan familiarizados como yo. Sin embargo, a pesar de que al principio fue muy difícil, ha valido la pena. Aquí, el trabajo y la oración me han llenado mucho, y la serenidad me ha traído una paz de espíritu que antes me parecía imposible. Aquí, me he sentido más unido que nunca con Dios, en definitiva, aquí, soy feliz. Por tanto, mi conclusión final, es que a pesar de lo mucho que haya que esforzarse y de las cosas a las que tengo que renunciar, si todo te acerca a Dios, vale la pena, y me esforzaría todo lo que hace falta y más.
Atentamente,
Vuestro hijo, que os quiere.
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