Con frecuencia, la piedad mariana ha caído
en el sentimentalismo e incluso la cursilería, provocando más rechazo que
admiración. Eso se ha apoyado en lecturas literalistas de los escasos textos
que nos han llegado en torno a la figura de María.
Sin embargo, cuando vamos más allá de la
literalidad, el texto nos aparece como una joya de sabiduría permanente, que
nos muestra, tanto lo ocurrido entonces, como lo que nos sigue sucediendo hoy.
Porque las palabras son deudoras del “idioma” (también cultural) en el que
surgen; la sabiduría, sin embargo, es siempre atemporal.
Más allá de la anécdota, el texto conocido
como “de la visitación” habla de una mujer “preñada” de Dios, de lo que hace
vivir así, y de los efectos que eso produce.
Una persona que se sabe “preñada” de Dios
es siempre feliz (“dichosa tú”), con esa felicidad de fondo que puede convivir
con problemas, dificultades, fracasos e infinidad de interrogantes.
Porque la felicidad de la que se trata no es
“algo”, un objeto que podamos atrapar y apropiarlo en beneficio del ego. De
hecho, cuando ponemos la felicidad en objetos, necesariamente acabaremos
frustrados y decepcionados porque no existe ningún “objeto” capaz de saciar
nuestra sed.
La felicidad, lejos de ser “algo” añadido,
es otro nombre de nuestra identidad. Siempre está a nuestro alcance, porque
siempre lo somos. Nuestra desgracia y la fuente de todo nuestro sufrimiento
consiste en que lo ignoramos y nos vivimos a distancia de ella.
Decir que la felicidad constituye nuestra
identidad más profunda, significa reconocer que la encontramos en nuestro
interior. No depende de factores externos, ni está a merced de los vaivenes
superficiales.
Es indudable que las personas podemos tener
tantos condicionamientos (sobre todo, los más inconscientes) que se nos haga
muy difícil conectar con nuestra verdad profunda y mantenernos anclados en
ella. Las heridas despertadas tienden a reducirnos a ellas, desconectando de
quienes somos y viendo las cosas desde el dolor o la carencia. Las carencias se
manifiestan como ansiedad. Los miedos pueden atenazar el estómago y nublar la
visión. Pero eso no significa que hayamos dejado de ser felicidad, sino
sencillamente que todavía no somos capaces de permanecer en ella.
María es feliz –dice el relato- porque está
“preñada” de Dios. Se trata de una imagen magníficamente bella, y que es válida
para todos nosotros. Somos seres “preñados” de Dios: nuestro núcleo más íntimo
y constituyente es el Misterio último de lo Real, al que las religiones han
llamado “Dios”. Si eso es lo que somos, ¿cómo no sentirnos plenos? Y si somos
plenos, ¿qué nos falta para ser felices? “Pobre ser humano deseando siempre
tenerlo todo, sin darse cuenta que nunca le ha faltado nada”.
¿Cómo descubrir lo que somos? El texto dice
que en María fue posible gracias a que creyó: “dichosa tú, que has creído”.
Creer no significa, en primer lugar, algún tipo de asentimiento mental –la fe
se habría reducido a una creencia, es decir a un objeto-, sino que remite a una
actitud de confianza básica y a una capacidad de visión.
En cualquier circunstancia en que nos
encontremos, podemos probar a acallar la mente, con todos sus mensajes
inquietos o alocados, y abrirnos al Silencio que aparece. Es probable que
podamos hacer pie en una Confianza tan gratuita como evidente, y que sintamos
que estamos siendo permanentemente sostenidos por Eso que, aunque innombrable,
constituye, al mismo tiempo, nuestra identidad más profunda. Cuando eso se da,
la confianza nos habrá conducido a la visión. Y emergerá la dicha de fondo.
Finalmente, el texto pone de relieve el
“efecto” que produce la presencia de una persona “preñada” de Dios: hasta el
feto salta de alegría en el útero de Isabel.
La persona que vive conectada a su
verdadera identidad, no solo descansa en una Dicha de fondo por la que se sabe
sostenida y constituida, sino que despierta y provoca Gozo a su alrededor.
Quizás no sepamos explicar a qué se debe, pero en presencia de personas que se
viven así, algo “salta de alegría” en nuestro interior, hasta hacernos estallar
en Bendición: “bendita tú…”.
Paco Aranda
Fuente: Vía mail.
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