Queridos papá y mamá:
Os escribo esta carta informándoos con todo detalle de las cosas que hacemos, como son los monasterios, lo que nos pasa si no hacemos las cosas como es debido y todo lo que os pueda dar información sobre mí día a día.
Los monasterios eran enormes y tenían muchas dependencias: la iglesia, el comedor o refectorio, la sala capitular en la que se reunían todos los monjes, la hospedería en la que dormían los peregrinos, el claustro o patio en el que los monjes paseaban y meditaban, la biblioteca, los huertos... En algunos monasterios todos los monjes dormían juntos en una gran habitación, pero en otros cada uno tenía su propia celda.
La vida en el monasterio estaba regida por una regla, es decir, por un conjunto de normas, que afectaban a las tareas que podían hacer, a los horarios en los que debían realizar cada actividad y a su forma de vida: por ejemplo, algunas órdenes prohibían hablar; otras eran de clausura, esto es, los monjes no podían salir al exterior ni ser vistos por nadie que no perteneciera a la orden.
Cada orden tenía su propia regla. En los monasterios los monjes se dedicaban principalmente a la oración y la meditación. Pero también realizaban trabajos manuales. Unos trabajaban en el huerto, ayudados por numerosos siervos. Otros copiaban manuscritos en la biblioteca del monasterio y los decoraban con hermosas miniaturas. Sin la labor de estos monjes, gran parte de los escritos de los antiguos griegos y romanos, y de los intelectuales de la Edad Media se habrían perdido para siempre.
La Edad Media es la época del esplendor de la vida monástica en Occidente, debida a la expansión de los monjes benedictinos. El fundador de la Orden benedictina fue San Benito de Nursia (480-547). Con 49 años fundó el célebre monasterio de Montecassino, donde moriría a los 67 años de edad. Benito (en latín, Benedictus) escribió la Regla Benedictina, cuya difusión por toda Europa, le valió el título de padre del monaquismo occidental. Durante los tiempos agitados de la Edad Media los monjes benedictinos contribuyeron a fomentar la cultura del pueblo: roturar terrenos, perfeccionar sistemas agrícolas, enseñar oficios, cultivar las bellas artes, transmitir los escritos clásicos de la antigüedad, copiando manuscritos en el scriptorium de sus conventos, enseñando la música y el canto en la “schola” y transmitiendo la sabiduría a los estudiantes. Ellos mantuvieron vivo el ideal de persona cultivada en medio de una sociedad violenta e inculta. Considerado como figura cumbre por esta cooperación en la civilización europea, la Iglesia nombró a San Benito Patrono de Europa. Su fiesta se celebra el 11 de julio. La Regla benedictina fue redactada en latín popular por San Benito; es muy breve, pero más completa y flexible que las reglas anteriores. Es una obra maestra de discreción y de equilibrio, que creó una escuela de formación humana y religiosa de la que han salido centenares de miles de monjes, 23 papas y 5.000 obispos. El monasterio, separado del mundo por la clausura, forma una familia de la que el abad es padre y donde todo es común. La regla obliga también a la lectura y al trabajo manual: “oro et labora”: reza y trabaja. Los monasterios benedictinos debían ser autónomos frente a sus necesidades, produciendo los artículos que consumían mediante la agricultura, ganadería y viticultura. Construidos en el campo, los monasterios se convirtieron en centros de evangelización, granjas altamente productivas y únicos centros culturales de la época. Cuando llegaron los tiempos de crisis, durante el siglo X, los monasterios fueron el refugio de salvación de la vida feudal. La enseñanza fue una de las tareas más importantes desempeñada por los monjes benedictinos: en los monasterios se estudiaba y conservaba la historia y la literatura antiguas, se redactaban crónicas y se copiaban textos. Las bibliotecas de los monasterios recogieron los pocos manuscritos que quedaban de la cultura griega y romana, los cuales fueron copia dos detallada y minuciosamente por los monjes en los scriptoria (plural de scriptorium).
Sin embargo, la vida monacal conoció sus crisis y sus períodos de decadencia: la riqueza de los monasterios y su dependencia de la nobleza provocaron un deseo de renovación en los monjes más sensibles. Durante los siglos X y XI se produjo un impulso reformista de la vida monacal ante la permanente presión de los señores feudales que pretendían dominar los conventos situados en sus territorios. Es el movimiento cluniacense que partió de la abadía de Cluny (Francia), fundada el año 910 por el duque de Aquitania, Guillermo el Piadoso. Durante dos siglos el monasterio de Cluny fue el centro de la orden benedictina y extendió su reforma a más de 200 monasterios y llegó a contar con más de 50.000 monjes dispersados por toda Europa, desde España hasta Escocia y Polonia, inspirando las más bellas obras del arte románico.
La segunda reforma benedictina (Reforma cisterciense) tiene su origen a finales del siglo XI, con San Roberto de Molesmes, que funda en Citeaux un monasterio reformado donde los “monjes blancos” ponen el acento en el trabajo y la sencillez de vida. Otro monasterio, Clairvaux, tendrá como abad a San Bernardo de Claraval (1090-1153), cuya personalidad marca toda la obra cisterciense. San Bernardo critica una iglesia que cubre de oro sus monumentos y deja andar desnudos a sus hijos. El ascetismo espiritual y monástico tiene, de esta forma, una repercusión fundamental sobre la arquitectura, influyendo en la aparición de un nuevo estilo: el arte gótico .Otros movimientos monásticos convergen con los benedictinos en esta época: agustinos, jerónimos, cartujos... a los que se añaden más tarde los frailes “mendicantes” (llamados así porque vivían de las limosnas): franciscanos y dominicos. Pero, a finales del Renacimiento, la marcará el comienzo de la lenta decadencia de los monjes: la Edad Media ha terminado.
• Monje. Viene del griego monachos, que quiere decir “solitario”.
• Monasterio. Es la residencia de los monjes.
• Eremita o ermitaño. Viene de eremos, “desierto”, y designa al que vive apartado de los demás hombres.
• Anacoreta. De anachorein, “retirarse, irse al monte”; designa al que ha dejado el mundo, como los eremitas.
• Cenobita. Prodece de koinos bios, “vida en común”, y se refiere a los monjes que llevan una vida organizada junto a otros, en comunidad.
• Abba o Abad. Significa “padre” y se utiliza para denominar al superior o responsable de un monasterio o “abadía”.
• Oración canónica. (También llamada “Liturgia de las horas” y “Oficio divino”). Los monjes distribuyen los momentos de oración -su principal ocupación- según las horas del día, de manera fija y regular:
— Maitines. Por la noche: oración de lectura y meditación.
— Laudes. Al amanecer: oración de alabanza por el nuevo día.
— Vísperas. Al atardecer: oración solemne de acción de gracias.
— Completas. Al retirarse a dormir: oración penitencial al final del día.
Además, entre laúdes y vísperas se sitúan otros cuatro tiempos de oración más breve: Prima, Tercia, Sexta y Nona (una, tres, seis y nueve horas después de salir el sol, respectivamente). Todas las oraciones de un monasterio medieval se realizaban en latín y cantadas a una sola voz, sin acompañamiento (Canto Gregoriano).
Es sabido que hay cuatro clases de monjes. La primera es la de los cenobitas, esto es, la de aquellos que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad. La segunda clase es la de los anacoretas o ermitaños, quienes, no en el fervor novicio de la vida religiosa, sino después de una larga probación en el monasterio. Aprendieron a pelear contra el diablo, enseñados por la ayuda de muchos. Bien adiestrados en las filas de sus hermanos para la lucha solitaria del desierto, se sienten ya seguros sin el consuelo de otros, y son capaces de luchar con sólo su mano y su brazo, y con el auxilio de Dios, contra los vicios de la carne y de los pensamientos. La tercera, es una pésima clase de monjes: la del sarabaíta. Éstos no han sido probados como oro en el crisol por regla alguna en el magisterio de la experiencia, sino que, blandos como plomo, guardan en sus obras fidelidad al mundo, y mienten a Dios con su tonsura. Viven de dos en dos o de tres en tres, o también solos, sin pastor, reunidos, no en los apriscos del Señor sino en los suyos propios. Su ley es la satisfacción de sus gustos: llaman santo a lo que se les ocurre o eligen, y consideran ilícito lo que no les gusta. La cuarta clase de monjes es la de los giróvagos, que se pasan la vida viviendo en diferentes provincias, hospedándose tres o cuatro días en distintos monasterios. Siempre vagabundos, nunca permanecen estables. Son esclavos de sus deseos y de los placeres de la gula, y peores en todo que los sarabaíta. De la misérrima vida de todos éstos, es mejor callar que hablar. . Dejándolos, pues, de lado, vamos a organizar, con la ayuda del Señor, el fortísimo linaje de los cenobita.
El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. Esta es la que conviene a aquellos que nada estiman tanto como a Cristo. Ya sea en razón del santo servicio que han profesado, o por el temor del infierno, o por la gloria de la vida eterna, en cuanto el superior les manda algo, sin admitir dilación alguna, lo realizan como si Dios se lo mandara El Señor dice de éstos: "En cuanto me oyó, me obedeció". Y dice también a los que enseñan: "El que a ustedes oye, a mí me oye". Estos tales, dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. Es que el amor los incita a avanzar hacia la vida eterna. Por eso toman el camino estrecho del que habla el Señor cuando dice: "Angosto es el camino que conduce a la vida". Y así, no viven a su capricho ni obedecen a sus propios deseos y gustos, sino que andan bajo el juicio e imperio de otro, viven en los monasterios, y desean que los gobierne un abad. Sin duda estos tales practican aquella sentencia del Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió".
Pero esta misma obediencia será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde. Él efectivamente dijo: "El que a ustedes oye, a mí me oye". Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque "Dios ama al que da con alegría". Pero si el discípulo obedece con disgusto y murmura, no solamente con la boca sino también con el corazón, aunque cumpla lo mandado, su obediencia no será ya agradable a Dios que ve el corazón del que murmura. Obrando así no consigue gracia alguna, sino que incurre en la pena de los murmuradores, si no satisface y se enmienda.
Al hermano culpable de una falta más grave exclúyanlo a la vez de la mesa y del oratorio. Ninguno de los hermanos se acerque a él para hacerle compañía o para conversar. Esté solo en el trabajo que le manden hacer, y persevere en llanto de penitencia meditando aquella terrible sentencia del Apóstol que dice: "Este hombre ha sido entregado a la muerte de la carne, para que su espíritu se salve en el día del Señor”Tome a solas su alimento, en la medida y hora que el abad juzgue convenirle. Nadie lo bendiga al pasar, ni se bendiga el alimento que se le da.
Al hermano que, a pesar de ser corregido frecuentemente por una falta, y aun excomulgado, no se enmienda, aplíquesele una corrección más severa, esto es, castígueselo con azotes. Pero si ni aun así se corrige, o tal vez, lo que ojalá no suceda, se llena de soberbia y pretende defender su conducta, el abad obre como un sabio médico: si ya aplicó los fomentos y los ungüentos de las exhortaciones, los medicamentos de las divinas Escrituras y, por último, el cauterio de la excomunión y las heridas de los azotes, y ve que no puede nada con su industria, aplique también lo que es más eficaz, esto es, su oración y la de todos los hermanos por aquel, para que el Señor, que todo lo puede, sane al hermano enfermo.
Mas si no sana ni con este medio, use ya entonces el abad del hierro de la amputación, como dice el Apóstol: "Arranquen al malo de entre ustedes".Y en otro lugar: "El infiel, si se va que se vaya", no sea que una oveja enferma contagie todo el rebaño.
Esto es todo, espero que ambos sepáis el trabajo que realizamos los monjes y donde y como vivimos. Sin nada mas que comunicaros, un saludo;
Vuestro hijo.
CREDITOS:
Realizado por: Beatriz Suárez Mateos y Lidia Rivas Jódar.
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(http://didacticatic.educacontic.es/didacticatic/ficheros/niveleducativo/esobachillerato/ccsociales/esobach_ccss_m8/es/ver/propuestas/2_Nivel_Basico_2/2_Contenido/6_contenido_5.html)
y Wikipedia.
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