Religión
El Papa Francisco inaugura el Jubileo ordinario de 2025 al comenzar la Misa del Gallo con «el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia»
Golpeó tres veces, la puerta se abrió, la atravesó en total silencio y sonaron las campanas del templo católico más importante del planeta. «En la Navidad del Señor, luz de luz, esperanza inextinguible, nos disponemos a entrar con fe por la Puerta Santa.Los pasos de nuestro camino son los pasos de toda la Iglesia, peregrina en el mundo y testigo de la paz». Con estas palabras que Francisco pronunció hoy a las siete de la tarde en el atrio de la basílica de San Pedro, el Papa inauguró el Jubileo ordinario de 2025, un año de gracia para la Iglesia católica queatraerá hasta Roma a más de 32 millones de peregrinos para atravesar un dintel que solo se abre cada 25 años o cuando un Papa decide convocar un sínodo extraordinario, como el de la misericordia en 2016. Un magno acontecimiento que ha transformado a la capital italiana y que pondrá a prueba su capacidad de acogida ante las multitudes que se prevén en los próximos doce meses. Solo ayer se congregaron cerca de 30.000 personas en la plaza de San Pedro y unas 6.000 en el interior de la Basílica.
La agenda papal tampoco se quedará atrás, puesto que se multiplicarán los actos público del Pontífice argentino, que hace apenas una semana cumplió 88 años y que cuenta con una frágil salud de hierro que le limita en su movilidad, pero, sobre todo, con una lucidez que manifiesta en cada una de sus intervenciones, sea en una audiencia general, en un bis a bis con un líder internacional o en una celebración de alto calibre como la que presidió ayer en el epicentro de la catolicidad.
Y es que, la apertura de la Puerta Santa fue solo el punto de partida de la Misa del Gallo, en la que se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret.
En su homilía, Francisco hiló precisamente el acontecimiento extraordinario que se recuerda en Nochebuena con la esperanza, que es el tema elegido para este Año Santo. «Hermana, hermano, en esta noche la «puerta santa» del corazón de Dios se abre para ti», compartió Jorge Mario Bergoglio que, en un tono intimista, expuso que «Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para nosotros, para todo hombre y mujer». «Y con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda», remarcó.
Proponiendo a su auditorio un particular viaje virtual a aquel Belén de Judá de la primera Navidad, el Papa explicó, «cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre». Con un empeño pedagógico, apuntó que «estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores».
Fue en este punto, cuando el Papa ahondó en el compromiso social que implica ser cristianos hoy, al subrayar que urge «recuperar la esperanza perdida», no solo para «renovarla dentro de nosotros», sino para «sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente». Es más, animó a los presentes en la basílica de San Pedro a «disponerse rápidamente, sin aminorar el paso, dejándose atraer por la buena noticia».
Lejos de ofrecer una mirada edulcorada sobre el concepto de esperanza y distanciándose del mero optimismo vital, el Sucesor de Pedro remarcó que «la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente». «Es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime», sentenció.
En su homilía, Francisco alertó de las tentaciones que pueden nublar este horizonte: «Nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza». Es más, echando mano de san Agustín, instó a los católicos a que «nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas».
Para el Papa, el creyente esperanzado «no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar», pero tampoco «admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo». Incluso denunció que «es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres».
A la par, presentó a los cristianos como «soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia». «Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida», añadiría en otro momento el Pontífice.
«Hermanos y hermanas, este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza», remarcó, sabedor de la importancia que tendrán estos doce meses que quedan por delante para los más de 1.200 millones de católicos. Sobre todo, porque aquellos que no puedan acudir a Roma, sí podrán ganarse las llamadas indulgencias plenarias en sus respectivas diócesis, con templos jubilares repartidos por todos los rincones del planeta, con las catedrales como punto de referencia. «Que llegue a ser Jubileo para nuestra madre tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que llegue a serlo para los países más pobres, abrumados por deudas injustas; que llegue a serlo para todos aquellos que son prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes», deseó el Papa.
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