Blog del Profesorado de Religión Católica: Julen: una vida corta pero preciosa

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sábado, 26 de enero de 2019

Julen: una vida corta pero preciosa

Hoy nos encontramos con uno de tantos absurdos que tiene la vida: la muerte de un niño. Resulta difícil aunar la  infancia con la muerte, el inicio de una vida que apenas había comenzado con este fin brusco que estamos contemplando. Si dentro de la persona hay siempre un interrogante ante la muerte que nos derrota, aun cuando aparece como final y término digamos ‘normal’ de una vida, cuando golpea a la  infancia, siempre tan prometedora, la muerte nos destroza, y casi que nos escandaliza. Seguramente que todos  nos habremos preguntado en estos momentos: ¿Por qué esta muerte tan prematura? ¿Por qué esta vida sin realizarse, sin llegar a su plenitud? No se concibe que una vida tan hermosa como es la de un niño dure apenas unos pocos años. Confieso que yo tampoco encuentro el porqué, no se concibe que este brote de vida haya sido cortado antes de abrirse.

Me atrevo a creer que capto los sentimientos de muchos, quiero expresarlos, y reconozco que, por mucho que me lo propusiera, no podría vivir plenamente, como Viky y Jose viven este gran dolor, y desde luego que nada ni nadie nos prohíbe lamentarnos por esto que nos está pasando. La misma palabra de Dios está llena de sentimientos de sorpresa, dolor e impotencia, producidos por el contratiempo y las adversidades, o, como es nuestro caso, por la sorpresa de la muerte que nos amarga y envenena. Sí, hoy, como en otras circunstancias de nuestra vida, tenemos la impresión de que todo se nos hunde, que todo se esfuma; y entonces nuestra vida llega a perder hasta la perspectiva de felicidad y bienestar.

¡Nos agrada tanto palpar la grandeza de la persona humana! ¡Nos agrada tanto recrearnos en las inmensas posibilidades que tiene la persona humana de crecer y progresar, de hacer crecer y hacer progresar! ¡Es tan palpable que la persona humana ha sido hecha para amar y para asomarse a los demás y que sólo amando y acogiendo siente que su vida es más viva! Todo esto es tan claro, que cuando por una circunstancia cualquiera todo queda truncado, cae tan de lleno sobre nosotros el peso de la contradicción que nos cuesta rehacernos y serenarnos. Las ilusiones y los proyectos quedan cortados y arrasados por el golpe irreversible de la muerte. Sí, comparto estas angustias, todos los “por qué” que nos vienen al pensamiento y el peso que nos oprime; y sería ciertamente mucho más angustioso que con este inmenso sentimiento de ahogo, de sorpresa tristemente emocionada, y de peso agobiante, no encontráramos ninguna respuesta. 

La reacción más espontánea en estos momentos es tal vez la de la protesta. Parece que sólo nos queda el dolor inmenso y la rabia impotente ante una terrible injusticia sin culpable; el interrogante adquiere un aire de rebelión viva y punzante, pero ¿rebelarse contra qué o contra quién?

Pero si no tenemos respuesta hablando humanamente, a los cristianos, a los que tenemos fe en Jesucristo, nuestra fe nos dice que podemos hacer algo más. A nosotros no solo nos queda la rabia y la impotencia, nos queda la esperanza, esperanza que no es ilusión; la esperanza que los creyentes tenemos puesta en Jesucristo ilumina siempre nuestro camino, aunque  no quita el dolor ni el desconcierto. El mismo Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro, y se mueve a compasión por la viuda que llora a su hijo. Seguimos sin verlo todo claro, y preguntándonos el porqué de muchas cosas, pero seguimos creyendo aunque no lo comprendamos todo. Bajo este prisma de la fe, sí que os puedo decir una cosa bien segura: Dios nos ama, y aunque no entendemos el porqué de esta muerte en el inicio de la vida, la  fe nos invita a hacer algo más: recurrir a la oración y a la enseñanza de la Palabra.

La Palabra nos dice que los discípulos de Jesús tampoco podían entender cómo él, que hacía el bien, que era un hombre bueno, que predicaba el amor y la justicia, que hablaba de un mundo nuevo, tuviese que morir en la cruz como un asesino.  Jesús se hizo el encontradizo con los discípulos de Emaús y les hizo entender sus porqués. Pidamos a Jesús que, como a aquellos discípulos, nos enseñe a saber ver que Dios, de la muerte puede sacar vida, porque nosotros así lo creemos aunque no lo sepamos explicar. Confiamos que, como los discípulos cuando se sentaron a la mesa y reconocieron a Jesús, y su tristeza se convirtió en alegría, se nos hará la luz y entenderemos que Dios es la Vida y es más fuerte que la muerte. Que nuestra oración sea la de aquellos discípulos: “Señor, quédate con nosotros, que estamos mal y todo nos parece noche. Acompáñanos en el camino de la vida. Sé nuestro compañero de camino; cuando todo parece que ha terminado, danos esperanza, háblanos de tu vida y de tu luz”.

Oramos para que Dios nos dé esperanza en medio de nuestro dolor.  Julen no necesita ciertamente de nuestra oración, porque sabemos que Dios lo ha acogido ya en sus brazos, como Jesús acogía a los niños que se acercaban a él. Pero sus padres y familiares, y no sólo ellos, también todos nosotros, necesitamos esta oración. Oremos, pues, por ellos y por todos nosotros, y pidamos al Señor que él mismo sea nuestra  fuerza en esta hora difícil. Nosotros no entendemos, pero confiamos que Dios puede sacar vida de la muerte. No entendemos, pero hay alguien, Jesús, que nos puede ayudar a entenderlo. No encontramos explicación, pero hay alguien que nos promete un mundo nuevo, que nos habla de Vida. Dios nos ofrece lo que en el fondo todos anhelamos y deseamos.

Los que creemos en Jesucristo tenemos en él una puerta abierta a la esperanza. Si por una parte Jesús compartió con nosotros esta vida con sus sufrimientos, contradicciones y limitaciones, por otra, lo creemos vencedor de la muerte y de toda oscuridad. A Jesús podemos acercarnos en los momentos duros y pesados para encontrar en él su palabra portadora de consuelo: “si os encontráis cansados y agobiados, venid a mí”. Aferrados a Jesús nos atrevemos a decir que la muerte no es la última palabra. Sí, nuestra fe en Jesús nos hace capaces de hablar de Vida cuando más envueltos nos encontramos por la muerte.

Tenemos derecho a lamentarnos, pero debemos buscar la esperanza, porque seguro que la esperanza no está lejos de nosotros. Seguro que la luz nos está cerca, a punto para iluminarnos en la oscuridad. ¿No tendremos a mano alguna posibilidad de volver a encontrar la esperanza perdida?  

Mantengámonos constantes en la amistad y en la ayuda mutua. Que nuestro gesto amistoso y solidario no sea sólo de un día. Tanto la amistad, como la comunidad cristiana, ayudan a caminar. No estamos solos, y los que sentimos el peso de esta muerte nos encontramos hoy acompañados por un grupo de amigos y con la comunidad cristiana; con su palabra y con su silencio, porque en estos casos cuesta expresar con palabras lo que se siente interiormente. Con su presencia, en resumidas cuentas, intentamos confortarnos en estos momentos. La vida tiene que seguir, y, cuando el dolor hiere, es bueno sentirse especialmente acompañado. ¿Y cómo no sentir todo el calor de la entrega de los que han trabajado en el rescate, el del cariño de tantas personas de buena voluntad que han estado en el día a día? Sí que se ha obrado un milagro, el de la solidaridad.

  Rafael Vivancos, párroco de san Juan de la Cruz de El Palo

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