Hoy 22 de noviembre es el día de Santa Cecilia, virgen y mártir, y como reza el título de este artículo, patrona de la música.
La referencia histórica más antigua existente sobre la santa remonta al “Martyrologium Hieronymianum”, del s. IV, donde su nombre aparece mencionado dos veces: el 11 de agosto, fiesta del mártir Tiburcio, y el 16 de septiembre, fecha del entierro de ella misma en las catacumbas de Calixto. La fiesta del 22 de noviembre que aún hoy celebramos es la que marca la iglesia del s. IV dedicada a ella y sita en el Trastévere romano, la cual pudo ser levantada y donada a la iglesia por la propia santa.
Hacia mitad del s. V aparecen las “Actas del martirio de Santa Cecilia”, en las que se informa de que Cecilia, una virgen de una familia senatorial y cristiana desde su infancia, fue dada matrimonio por sus padres al noble pagano, Valeriano. Tras la celebración del matrimonio, Cecilia comunica a su nuevo marido que ella se halla desposada con un ángel, y como Valeriano pida ver al ángel, Cecilia le responde: “Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo lo verás”.
Valeriano obedece, es bautizado por el papa y entonces un ángel se aparece a la pareja y corona a los dos con rosas y azucenas. La conversión alcanza también al hermano de Valeriano, Tiburcio. Como ambos hermanos se dediquen a la distribución de ricas limosnas y al enterramiento de los mártires, el prefecto Turcio Almaquio los condena a muerte, consiguiendo como acto póstumo la conversión del mismísimo verdugo, Máximo, que sufrirá el martirio junto con ellos.
A continuación, es Cecilia la que es apresada y condenada a morir cocida en el baño de su propia casa. Como Cecilia saliera ilesa del tormento, el prefecto manda decapitarla. Tras caer tres veces la espada sobre el cuello la santa sin conseguir separarle la cabeza del tronco, el nuevo tormento finaliza. Dicen las “Actas” que por huir el verdugo despavorido ante el prodigio; Jacobo de la Vorágine, a quien nos referimos más adelante, que por existir una ley romana que impedía dar más de tres tajos a los condenados a ser decapitados. Como quiera que sea, la maltrecha santa aún vivirá tres días, los necesarios para dedicar sus bienes a las caridades y para disponerlo todo de modo que su casa se convirtiera a su muerte en lugar de culto para la Iglesia.
Una vez muerta, el Papa Urbano la entierra en la catacumba de Calixto, junto con los obispos de Roma. De hecho, el arqueólogo Giovanni Batista De Rossi hallará su sepulcro vacío entre el de los papas de las catacumbas de Calixto, y con ellos, unos frescos en los que la santa aparece ricamente vestida y junto al propio Papa Urbano. De ahí son trasladados sus restos a la catacumba de Pretextato, para salvarlos de los saqueos de Roma por los bárbaros.
La iglesia será reconstruida por Pascual I (817-824), quien deposita en ella junto a las reliquias de Valeriano Tiburcio y Máximo, así como los papas Urbano y Lucio, las de la santa.
Durante la restauración del templo hacia el año 1599, el Cardenal Sfondrato encuentra las reliquias bajo el altar. En las últimas excavaciones efectuadas por el Cardenal Rampolla se descubren restos de edificios romanos, y se construye una capilla subterránea que permite la vista de los receptáculos en los que reposan los huesos de los santos. En una capilla lateral se muestran los restos del baño en que, según las “Actas”, Cecilia fue llevada a la muerte. Y en el ábside se conserva todavía el mosaico hecho en tiempos del Papa Pascual, en el que Santa Cecilia aparece ricamente ataviada como protectora del Papa.
Como decimos al principio, una tradición vincula estrechamente a Santa Cecilia con la música, tradición basada sin duda en el pasaje de sus “Actas” que cuenta que ella misma tocó el órgano el día de su boda, y que “en su corazón cantaba sólo a Dios”. El famoso tratado hagiográfico medieval que es la “Leyenda Aurea” de Jacobo de la Vorágine, escrito hacia el año 1264, lo relata con estas palabras:
“Mientras los músicos ensayaban las canciones que durante la celebración de la boda pensaban cantar y tañer con sus instrumentos, también Cecilia dentro de su corazón cantaba silenciosas endechas en las que decía al Señor: ‘¡Haz Dios mío que mi cuerpo y mis afectos se conserven inmaculados!’”.
A partir del s. XIV, su iconografía comienza a incorporar un órgano. Los “Cuentos de Cantérbury” de Geoffrey Chaucer, de finales del s. XIV, hacen alusión a Cecilia de Roma con una breve mención a la música. Y cuando en 1584 se funda en Roma la Academia de la Música, es elegida patrona del instituto, momento a partir del cual, su veneración como patrona de la música se generaliza.
En 1683, la Sociedad Musical de Londres funda el festival anual del “Día de Santa Cecilia”, donde hasta el día de hoy siguen participando los más grandes compositores y poetas británicos. Precisamente para el primer festival, Henry Purcell (1659-1695) compondrá la oda “Laudate Ceciliam”, a la que seguirán el “Welcome to all the Pleasures”, “Raise, raise the voice” y “Hail, bright Cecilia!”, todas ellas dedicadas a la santa:
En 1736, Haendel (1685-1759) le dedica la “Oda para el Día de Santa Cecilia” apenas cuatro años antes de componer “El Mesías”. Charles Gounod (1818-1893) compone una “Messe Solennelle de Sainte Cécile”. Benjamin Britten (1913-1976), nacido por cierto el día de Santa Cecilia, le compone el “Himno al Día de Santa Cecilia”. El español Salvador Giner (1832-1911) le dedica asimismo un “Himno Plegaria a Santa Cecilia”.
Curiosamente, el día de Santa Cecilia nace el gran compositor español Joaquín Rodrigo (1901-1999), por cierto, ciego desde los tres años, como de los ciegos dicen algunos es también patrona Santa Cecilia, –en general se tiene por patrona de los ciegos a Santa Lucía de Siracusa-, cuyo nombre no significa de hecho otra cosa que precisamente “cieguecita”.
En honor a Santa Cecilia, un importante movimiento de renovación de la música sacra católica de finales del s. XIX recibe el nombre de “cecilianismo”.
Dicho todo lo cual, y como es fácil comprender, en honor a Santa Cecilia es hoy también el Día internacional de los músicos, que nos dan un motivo más para disfrutar de la vida y nos acercan el cielo a la tierra, razones sobradas para de todo corazón, felicitar desde aquí a cuantos de una manera u otra, dedican su vida o parte de ella a la música.
Fuente:
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=32348
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