“ESCONDIDO
PARA EL MUNDO”
La nueva
presencia de Benedicto XVI
En un encuentro entrañable del Papa
Benedicto XVI con el clero de su diócesis, sacerdotes y seminaristas, el obispo
de Roma se despedía de ellos con estas hermosas palabras: “Aunque me retiro ahora, en la oración estoy siempre cercano a todos
vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros estaréis cercanos a mí,
aunque permaneceré escondido para el mundo”.
A todos nos ha conmocionado la renuncia del
Papa al ejercicio del ministerio de Pedro. Incluso, hemos podido emitir juicios
fáciles y comparativos con el trayecto final de su inmediato antecesor, el
venerado Juan Pablo II, que murió prácticamente ante los ojos de todos,
afirmando que a pesar de su grave enfermedad y deterioro final no quiso
“bajarse de la cruz”. Quizás él también se planteó la renuncia. Y su
conciencia, “ese sagrario donde Dios nos habla”, le invitó a continuar. Pero
¿podemos decir, como se ha dicho por algunos medios de comunicación, que Joseph
Ratzinger se haya bajado de la cruz? Creo que no. Es mejor decir que la ha
abrazado, más si cabe, de forma diferente: encierra gran valentía el
reconocimiento de la propia limitación, saber que no todo depende de nosotros y
que la Iglesia
depende de la mano del Único Pastor. La decisión de Benedicto XVI es una
llamada, “en el sagrario íntimo de la
conciencia y con plena libertad”, al realismo, que invita a asumir la
propia condición, y a buscar, en consecuencia, no el propio bien, sino el bien
de la Iglesia. La
decisión del Papa es una clara lección de sana humanidad para ostentar el cargo
como servicio. Con su renuncia, Benedicto XVI ha mostrado una encomiable
grandeza de ánimo y un gran amor a la Iglesia. No es tiempo de comparaciones sino de
agradecimientos: dar gracias a Dios por los dos últimos Papas, tan distintos
pero a la vez tan complementarios. No se puede comprender del todo a Juan Pablo
II sin su fiel colaborador Joseph Ratzinger; ni comprender a Benedicto XVI sin
la gran herencia postconciliar que le dejo su antecesor y que él ha gestionado
con sabiduría, abriendo horizontes nuevos: sus enseñanzas son cartas de ruta
para navegar el nuevo milenio.
El pontificado de Benedicto XVI -un “humilde trabajador en la viña del Señor”,
como se autodefinió en el balcón central de la basílica de San Pedro el día de
su elección papal- recibido por muchos con escepticismo y reticencias, ha sido
luminoso y fecundo desde el punto de vista doctrinal. El sólido pensamiento
filosófico y teológico de Joseph Ratzinger constituye la base de un rico
magisterio que queda como su mejor legado. Buen conocedor de la filosofía y
teología contemporáneas, publicó en 1968, año mítico de rupturas y convulsiones
en el mundo y en la Iglesia,
un libro, "Introducción al
cristianismo", que es clave para conocer su síntesis intelectual. El
profesor Ratzinger subrayaba el núcleo más íntimo de la fe cristiana: la
experiencia de que Dios, revelado en Cristo, es amor, un amor incondicional que
llama al hombre a una amistad desde la que la vida humana tiene sentido y
alcanza plenitud. Frente a la disyuntiva que postulaba la modernidad: razón o
fe, tradición o renovación; el teólogo Ratzinger siempre ha defendido una
conjunción integradora: fe y razón, tradición y renovación. Y lo ha sabido
hacer desde la amabilidad de un trabajo teológico que no ha rehuido la
confrontación y el diálogo fecundo con otros ámbitos del saber humano. Es una
anécdota que su primera cita, en su primera encíclica, sea de un filósofo
paisano, Nietzsche, vocero de la muerte del Dios.
Benedicto XVI se ha mostrado como un
hombre capaz de dialogar con todo el mundo (ateos, agnósticos, hombres de
ciencia y saber, responsables de la política y la economía, jóvenes y adultos).
Como afirmó en la homilía de apertura de su pontificado, su empeño no ha sido
otro sino mostrar que “Dios no es enemigo
del hombre; que no quita nada de lo que hace verdaderamente hermosa la
existencia humana, y que, antes al contrario, cuando eclipsamos a Dios con
otros falsos ídolos, la vida humana pierde valor”. ¿No es este, quizás, el
drama de la fe cansada de Europa?
Si tuviese que escoger un párrafo de su
rico magisterio, que sintetizara su fuerza pedagógica y la profunda sencillez
de sus enseñanzas, acudiría a este: «No
se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos
ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”,
sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro»
(Deus caritas est, 1). Este párrafo de su primera encíclica, es recogido en su
último mensaje de Cuaresma -una maravillosa página sobre la vida teologal-
comentando el versículo de San Juan: «Hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). Este
texto emblemático de Benedicto XVI marca una vena orientadora para la reflexión
teológica y para la práctica pastoral de la Iglesia que busca cartas de ruta para evangelizar
el mundo poliédrico que navega, en plena tormenta, en el océano virtual del
siglo XXI.
Benedicto XVI ha decidido dejar paso a
otro obispo de Roma que, con más fuerzas y dinamismo, pueda llevar adelante el
ministerio petrino. Pero no se va. No se baja de la Cruz sino que la abraza “en lo escondido”, sacando así a luz una
de sus identidades más desconocidas: su honda vena mística. Ahora, el discípulo
de San Agustín y San Buenaventura, el experto en Santo Tomás y perito navegador
por los Padres de la Iglesia,
desembarca en “otra orilla”, de la
mano de la mejor mística. Ahora es San Juan de la Cruz quien le dice:
bienvenido a la “interior bodega” donde
se goza “de la noche sosegada, de la
música callada, de la soledad sonora, de la cena que recrea y enamora, en
diálogo íntimo y secreto con el Amado”.
No es ausencia, es otra forma de
presencia. Desde esta clave entendemos mejor sus palabras de despedida: “Aunque me retiro ahora, en la oración
estoy siempre cercano a todos vosotros y estoy seguro de que también todos
vosotros estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido para el mundo”.
El Papa ha renunciado al Pontificado para seguir sirviendo a la Iglesia, como ha hecho
toda su vida, ahora desde la oración y el silencio. Hagamos eco en nuestro
corazón a sus palabras de despedida a los sacerdotes y seminaristas de su
diócesis: "Esperemos que el Señor
nos ayude. Yo, retirado en mi oración, estaré siempre con vosotros, y juntos
vayamos adelante con el Señor, en la certidumbre de que vence el Señor.
Gracias". Gracias a ti, Papa Benedicto.
Alfonso Crespo Hidalgo.
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