¿De dónde extrajeron los cristianos del siglo II sus conclusiones para condenar el aborto, si fuera verdad lo que afirma Máximo García Ruiz de que ´…a excepción de un solo pasaje, podríamos decir que circunstancial en el libro de Éxodo, no encontramos en la Biblia más referencias que pudieran ofrecernos una aproximación a este tema.´? ¿Cómo puede ser que aquellos cristianos tuvieran tan meridianamente clara una cuestión que iba a contra corriente del pensamiento y práctica del paganismo dominante de su tiempo, si además no tenían apoyo bíblico que la sustentara?.
¿Elaboraron su postura anti-abortista a partir de la nada, ya que la Biblia, supuestamente, nada tiene que decir al respecto? Pero esta hipótesis abre nuevos interrogantes insolubles. Por ejemplo, si no había base bíblica y por tanto nada que permitiera construir una teología definida sobre el no nacido, es previsible que hubiera habido una variedad de posturas sobre esa cuestión, al ser el aborto una cuestión abierta. Sin embargo, lejos de hallar opiniones en un sentido y en otro, vemos unanimidad de criterio en todos los escritores cristianos del siglo II: El aborto es moralmente condenable. Además, si nada hay claro en la Biblia al respecto ¿Les merecía la pena a aquellos cristianos complicarse la vida todavía más, enfrentándose a la sociedad pagana con un asunto que chocaba frontalmente con la práctica establecida? Son interrogantes que solamente pueden tener una respuesta coherente: Aquellos cristianos ´no se sacaron nada de la manga´, ni tampoco eran masoquistas que querían sufrir por sufrir, sino que simplemente llegaron a su concluyente rechazo del aborto porque así lo dedujeron de la enseñanza de la Biblia.
Pero antes de entrar en el terreno bíblico, sigamos nuestro repaso a través de lo que los autores cristianos de los primeros siglos pensaron sobre tan importante asunto.
A finales del siglo II, año 197, Tertuliano (c. 155 - c. 220) escribió un tratado titulado El testimonio del alma, en el que intenta dar una demostración razonada de la existencia de Dios, a partir de la naturaleza del alma humana. En un momento dado afirma lo siguiente:
´El proceso entero de sembrar, formar y completar al embrión humano en el vientre está sin duda regulado por algún poder, que ministra acorde a la voluntad de Dios, cualquiera que sea el método empleado. Incluso la superstición de Roma, atendiendo cuidadosamente a esos puntos, imaginó a la diosa Alemona que nutre al feto en el vientre, así como (las diosas) Nona y Decima, llamadas según los más críticos meses de la gestación y Partula, que controla y dirige el parto y Lucina, que trae al niño al nacimiento y a la luz del día. Nosotros, por nuestra parte, creemos que los ángeles ofician de parte de Dios. El embrión, por consiguiente, tanto más se convierte en ser humano en el útero cuanto su forma es completada. La ley de Moisés (Éxodo 21:22), de hecho, castiga con la pena del talión al hombre que cause aborto, en vista de que ya existe el rudimento de un ser humano, al que se imputa la condición de vida y muerte, pues ya es susceptible de ambas cuestiones, aunque, por vivir todavía en la madre, en su mayor parte comparte su propio estado con la madre´.(1)
Este pasaje es muy importante para entender el concepto que este escritor tenía en mente sobre lo que hay en el vientre materno. Que se trata de un ser humano desde el principio, hasta la misma superstición pagana involuntariamente lo afirmaba, al asignarle una diosa cuidadora diferente en cada etapa de la gestación. Pero desde el punto de vista cristiano, Tertuliano afirma que la cualidad humana ya está ahí desde el comienzo, supervisada por Dios, en fase de desarrollo. Esa cualidad humana está sostenida por el texto de Éxodo 22:21, en el que la pena del talión se aplica a quien cometa aborto. Es decir, según el entendimiento que Tertuliano tenía de ese pasaje bíblico el no nacido es sujeto de garantías jurídicas, lo mismo que el nacido.
Cuando nos adentramos en el siglo III encontramos a un escritor cristiano llamado Minucio Félix († 250), que en su tratado titulado Octavio se erige en apologista de la fe cristiana frente al paganismo. Pues bien, cuando responde a la falsa acusación de que los cristianos beben sangre de niños que han asesinado, saca a colación la práctica pagana del aborto, con estas palabras:
´Hay mujeres que, al beber preparados médicos, aniquilan la fuente del futuro hombre en su mismo interior, cometiendo así parricidio antes de que nazca. Y esas cosas, ciertamente, proceden de la enseñanza de vuestros dioses.´(2) Nótese el calificativo que Minucio emplea para tal práctica, parricidio, y el origen que le atribuye, la propia religión pagana. En el mismo párrafo Minucio sigue afirmando:
´Para nosotros no es lícito ver ni oír hablar de homicidio, y hasta tal punto nos retraemos de sangre humana que no usamos ni siquiera la sangre de animales comestibles en nuestra mesa.´
La conclusión es fácil: Si los cristianos se abstenían en sus comidas hasta de sangre de animales ¿cómo pensar que iban a derramar sangre humana, sea del nacido o del no nacido?
Hipólito de Roma († c. 235) es otro autor que tiene algo que decir sobre la cuestión del aborto. Su rivalidad con Calixto, también obispo de Roma en el mismo tiempo, a causa de la degradación moral consentida que, desde su punto de vista, ya estaba minando a la comunidad cristiana en esa ciudad, le lleva a hacer la siguiente denuncia:
´De lo cual resultó que mujeres reputadas como buenas cristianas empezaron a recurrir a drogas para producir la esterilidad y a ceñirse el cuerpo a fin de expulsar el fruto de la concepción. No querían tener un hijo de un esclavo o de un hombre de clase despreciable, a causa de su familia o del exceso de sus riquezas. ¡Ved, pues, en qué impiedad ha caído ese hombre desaforado, aconsejando a la vez el adulterio y el homicidio!´(3)
¿Qué sentido tendría que Hipólito recurriera al argumento del aborto para demostrar la corrupción de costumbres, que ya había alcanzado a un sector de la iglesia de Roma, si el aborto no fuera algo abominable? ¿Para qué echar mano de una evidencia que no tiene consistencia en sí misma, si el aborto era algo indiferente? La mejor manera de presentar acusaciones contra su rival era mostrando graves ejemplos de connivencia con lo malo, como el que aduce sobre las prácticas abortivas de ciertas mujeres cristianas. Es muy posible que Calixto no fuera culpable de lo que Hipólito le acusa, esto es, de aconsejar el adulterio y el homicidio (aborto), sino que simplemente estuviera dispuesto a recibir a quienes, habiendo cometido tales actos, se arrepentían de los mismos.
Sea como sea, se desprende que tanto para la facción rigorista (Hipólito), como para la laxista (Calixto), el aborto era un mal, radicando la diferencia entre ambos obispos en el trato que se debía dar a las cristianas arrepentidas de cometer tal acto: disciplinándolas (Hipólito) o recibiéndolas sin más (Calixto). Es interesante que sea éste el primer texto cristiano antiguo en el que se menciona al aborto siendo practicado por algunas cristianas, pero lejos de recomendarlo o dejarlo a su arbitrio, lo condena como ejemplo de grave corrupción moral…
1) Tertuliano, El testimonio del alma, 37
2) Minucio Félix, Octavio, 30
3) Hipólito, Refutación de todas las herejías, 9:8
Wenceslao Calvo
Falacias sobre el aborto
Falacias sobre el aborto II
Falacias sobre el aborto III - IV
Pero antes de entrar en el terreno bíblico, sigamos nuestro repaso a través de lo que los autores cristianos de los primeros siglos pensaron sobre tan importante asunto.
A finales del siglo II, año 197, Tertuliano (c. 155 - c. 220) escribió un tratado titulado El testimonio del alma, en el que intenta dar una demostración razonada de la existencia de Dios, a partir de la naturaleza del alma humana. En un momento dado afirma lo siguiente:
´El proceso entero de sembrar, formar y completar al embrión humano en el vientre está sin duda regulado por algún poder, que ministra acorde a la voluntad de Dios, cualquiera que sea el método empleado. Incluso la superstición de Roma, atendiendo cuidadosamente a esos puntos, imaginó a la diosa Alemona que nutre al feto en el vientre, así como (las diosas) Nona y Decima, llamadas según los más críticos meses de la gestación y Partula, que controla y dirige el parto y Lucina, que trae al niño al nacimiento y a la luz del día. Nosotros, por nuestra parte, creemos que los ángeles ofician de parte de Dios. El embrión, por consiguiente, tanto más se convierte en ser humano en el útero cuanto su forma es completada. La ley de Moisés (Éxodo 21:22), de hecho, castiga con la pena del talión al hombre que cause aborto, en vista de que ya existe el rudimento de un ser humano, al que se imputa la condición de vida y muerte, pues ya es susceptible de ambas cuestiones, aunque, por vivir todavía en la madre, en su mayor parte comparte su propio estado con la madre´.(1)
Este pasaje es muy importante para entender el concepto que este escritor tenía en mente sobre lo que hay en el vientre materno. Que se trata de un ser humano desde el principio, hasta la misma superstición pagana involuntariamente lo afirmaba, al asignarle una diosa cuidadora diferente en cada etapa de la gestación. Pero desde el punto de vista cristiano, Tertuliano afirma que la cualidad humana ya está ahí desde el comienzo, supervisada por Dios, en fase de desarrollo. Esa cualidad humana está sostenida por el texto de Éxodo 22:21, en el que la pena del talión se aplica a quien cometa aborto. Es decir, según el entendimiento que Tertuliano tenía de ese pasaje bíblico el no nacido es sujeto de garantías jurídicas, lo mismo que el nacido.
Cuando nos adentramos en el siglo III encontramos a un escritor cristiano llamado Minucio Félix († 250), que en su tratado titulado Octavio se erige en apologista de la fe cristiana frente al paganismo. Pues bien, cuando responde a la falsa acusación de que los cristianos beben sangre de niños que han asesinado, saca a colación la práctica pagana del aborto, con estas palabras:
´Hay mujeres que, al beber preparados médicos, aniquilan la fuente del futuro hombre en su mismo interior, cometiendo así parricidio antes de que nazca. Y esas cosas, ciertamente, proceden de la enseñanza de vuestros dioses.´(2) Nótese el calificativo que Minucio emplea para tal práctica, parricidio, y el origen que le atribuye, la propia religión pagana. En el mismo párrafo Minucio sigue afirmando:
´Para nosotros no es lícito ver ni oír hablar de homicidio, y hasta tal punto nos retraemos de sangre humana que no usamos ni siquiera la sangre de animales comestibles en nuestra mesa.´
La conclusión es fácil: Si los cristianos se abstenían en sus comidas hasta de sangre de animales ¿cómo pensar que iban a derramar sangre humana, sea del nacido o del no nacido?
Hipólito de Roma († c. 235) es otro autor que tiene algo que decir sobre la cuestión del aborto. Su rivalidad con Calixto, también obispo de Roma en el mismo tiempo, a causa de la degradación moral consentida que, desde su punto de vista, ya estaba minando a la comunidad cristiana en esa ciudad, le lleva a hacer la siguiente denuncia:
´De lo cual resultó que mujeres reputadas como buenas cristianas empezaron a recurrir a drogas para producir la esterilidad y a ceñirse el cuerpo a fin de expulsar el fruto de la concepción. No querían tener un hijo de un esclavo o de un hombre de clase despreciable, a causa de su familia o del exceso de sus riquezas. ¡Ved, pues, en qué impiedad ha caído ese hombre desaforado, aconsejando a la vez el adulterio y el homicidio!´(3)
¿Qué sentido tendría que Hipólito recurriera al argumento del aborto para demostrar la corrupción de costumbres, que ya había alcanzado a un sector de la iglesia de Roma, si el aborto no fuera algo abominable? ¿Para qué echar mano de una evidencia que no tiene consistencia en sí misma, si el aborto era algo indiferente? La mejor manera de presentar acusaciones contra su rival era mostrando graves ejemplos de connivencia con lo malo, como el que aduce sobre las prácticas abortivas de ciertas mujeres cristianas. Es muy posible que Calixto no fuera culpable de lo que Hipólito le acusa, esto es, de aconsejar el adulterio y el homicidio (aborto), sino que simplemente estuviera dispuesto a recibir a quienes, habiendo cometido tales actos, se arrepentían de los mismos.
Sea como sea, se desprende que tanto para la facción rigorista (Hipólito), como para la laxista (Calixto), el aborto era un mal, radicando la diferencia entre ambos obispos en el trato que se debía dar a las cristianas arrepentidas de cometer tal acto: disciplinándolas (Hipólito) o recibiéndolas sin más (Calixto). Es interesante que sea éste el primer texto cristiano antiguo en el que se menciona al aborto siendo practicado por algunas cristianas, pero lejos de recomendarlo o dejarlo a su arbitrio, lo condena como ejemplo de grave corrupción moral…
1) Tertuliano, El testimonio del alma, 37
2) Minucio Félix, Octavio, 30
3) Hipólito, Refutación de todas las herejías, 9:8
Wenceslao Calvo
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