Monasterio de Yuso, La Rioja 28 de enero de 1227
A mi querida y añorada familia:
Espero que a la llegada de la presente, todos os encontréis bien de salud.
Por estos parajes, sigue todo sin ninguna novedad. Yo siéntome bien y feliz. “Tempus fugit”, ¡Qué gran verdad! Llevo ya cinco meses aquí, todavía cuéstame adaptarme a la rutina diaria. Quiero contaros cómo es un día cualquiera en el monasterio, así os podréis hacer una leve idea de aquello en lo que ocupo mi tiempo:
Antes del amanecer, cuando el sol todavía no ha salido me he de levantar. Una vez que levantóme, a continuación, tenemos un rato de oración, llamadas Vigilias, que es la primera oración del día, en la que rezamos con los hermosos cantos gregorianos, en el coro y donde doy le gracias a Dios porque dejóme poder vivir un día más.
Más tarde vamos a las letrinas, donde nos aseamos para comenzar el día con buen pie.
Y una hora más tarde, comienza, de nuevo, otro momento para hablar con Dios, los Laudes. Luego, empieza realmente el día, pues tenemos un buen rato para trabajar en el huerto, y, más tarde ir a la biblioteca o scriptorium, donde hacemos copias de libros que nos prestan otros monasterios, ya que tenemos el privilegio de ser de los pocos que conocemos el lenguaje escrito. Quedóme impresionado por la cantidad de libros, pergaminos y escritos que tenemos en la biblioteca y que gustaríame poder leer algún día para adquirir cultura y preparación en distintas ramas del saber y otros menesteres. Con mucha paciencia, un ya anciano monje enseñóme a ilustrar los textos escritos con bellos códices hechos con tintas extraídas de las plumas, de vivos colores, de las aves.
Después, se oficia una misa, una nueva oportunidad para estar con Dios, darle gracias por todo lo que me ha dado y os tengo siempre presentes en mis oraciones, acordándome de todos vosotros.
Y ahora, llega uno de mis momentos preferidos, la comida en el refectorio; aunque el menú es un poco monótono ya que casi todos los días almorzamos las mismas viandas: verduras y hortalizas aderezadas con un poco de manteca o tocino, un poco de pan y un cuartillo de vino. Durante la comida alguno de nosotros se sube al púlpito y lee algunas de la regla de San Benito o la Biblia.
La carne y el pescado están reservados únicamente para los domingos y días festivos, lo que hace que lo valoremos más y recordemos con más empatía a aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, y para eso, comprometióme haciendo los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Como podéis imaginar, aquí no dormimos ninguna siesta, la cual, echo mucho de menos pues, para mí, era un paréntesis dentro de mi vida diaria.
A las tres de la tarde, más o menos, nos reunimos todos para orar y nos encomendamos a Dios para seguir con los trabajos que cada uno tenemos designados.
Después nos reunimos en la Sala Capitular, dónde el abad nos informaba sobre cuestiones cotidianas, hacemos confesiones públicas de los pecados y castigan a los monjes que hubieses cometido alguna falta (faltar a algún rezo, hablar durante la comida, discutir con un hermano…).Esta parte es una de las más duras del día, porque es el momento de reconocer ante Dios y los hermanos nuestras debilidades y faltas cometidas a lo largo de la jornada.
Tenemos un tiempo libre, en el que podemos charlar con los demás monjes, tener nuestro tiempo de reflexión o pasear por el claustro, dónde tenemos la oportunidad de gozar de la “naturaleza” con los árboles y arbustos del patio. Llamóme la atención la belleza de la arquitectura y la escultura de los arcos de este lugar, especialmente la de los capiteles de las columnas que forman la arcada del claustro. Dícese que le llaman arte románico y que se ha extendido por toda Europa gracias a los viajeros y peregrinos. Parecióme inteligente la decisión de los monjes de esculpir en los capiteles episodios de la Biblia o los Evangelios, ya que, la mayoría del pueblo no sabe leer ni escribir y éstos tienen una función didáctica porque son como libros abiertos con el fin de enseñar.
A las siete, volvemos a la Iglesia para oficiar las Vísperas y, una hora después, nos dirigimos al refectorio para cenar. Y por último, antes de dormir, celebramos Las Completas donde pedimos resguardo a Dios para que nos proteja de los peligros de la noche.
Poco a poco nos dejan orar en lengua romance pues el latín sólo lo conocen los más doctos. Mi oración es: “Cono aiutorio de nuestro dueño, dueno Cristo, dueno salvatore qual dueño ge tena honore e qual duenno tienen tela mandatione, cono patre cono spiritu sancto enos sieculos de los sieculos.”
En los textos está escrito en latín: “Adjubante domino nostro JESU Cristo cui est honor et imperium cum Patre et Spiritu Sancto in saecula saeculorum. Amen.” *
*(Por la intercesión de nuestro Señor Jesucristo Salvador, de quien es el honor y el poder junto con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén)
Como habéis podido apreciar, la oración común está presente a lo largo de toda la jornada pero no parecióme suficiente. Yo he hecho, de la frase de mis mayores “ORA ET LABORA”, mi modus vivendi. Necesito llenarme de Dios y empaparme de su Espíritu Santo y así llenóme de su Amor para conseguir cada día un paso hacia la santidad, a la que debe aspirar todo aquél que se considere un auténtico cristiano. También me gusta leer y reconfortarme con la Palabra del Todopoderoso. Pero nunca olvidóme de lo que me enseñó mi ayo:”mens sana in corpore sano”.
Tras esto, nos retiramos a nuestro dormitorio, el cual es común para todos: es una gran habitación en la que hay muchas camas y descansamos allí todos los hermanos, menos el abad, que tiene su propio dormitorio individual. Enseñáronme en el monasterio, todos los días, antes de conciliar el sueño, hacer un examen de conciencia para reflexionar sobre el día vivido, analizar las faltas cometidas para aprender de ellas y no volverlas a cometer, poniendo en práctica el propósito de la enmienda.
Espero que la lectura de estas líneas os sirva para haceros un idea de la situación en la que encuentróme y podáis comprender aquella mi repentina decisión de tomar los hábitos y dedicar por entera mi vida a Dios. Rezando siempre por vuesas mercedes y con mi deseo de que Dios les bendiga, quédome a la espera de vuestra misiva.
Un abrazo de vuestro hijo
Marcelino
P.D: Olvidóseme deciros que ha llegado hace poco un nuevo hermano por el que siento una gran admiración y respeto y muy docto en el uso de la palabra, su nombre es…. Fray Gonzalo de Berceo.
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