Blog del Profesorado de Religión Católica: Carta a San Pablo

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domingo, 17 de octubre de 2010

Carta a San Pablo


Málaga, 16 de octubre de 2010
Estimado San Pablo:
Hace mucho que no recibo noticias suyas, por lo que he decidido enviarle una carta para saber cómo está. Supongo que también se preguntará como estamos mi familia y yo, y déjeme decirle que de maravilla. Este año mi hermana hace la comunión y el año que viene yo haré mi confirmación, lo cual supongo que le alegrará.
La verdad es que no solo le escribo para saber cómo está, lo cual también me preocupa.
Mi profesor de Religión me ha pedido como trabajo, que le hable sobre su vida, pero he decidido preguntarle a usted mismo cómo vivió, tanto su vida personal como su fe.
 Así que le agradecería enormemente que, por  la amistad que nos une me habléis de usted mismo y me cuente de primera mano que pasó en su vida.
Quizás le dé apuro contármelo, pero supongo que entre amigos no le costará trabajo hablarme  de sus experiencias, de todo lo acontecido en su vida, de cómo sufrió la llamada de Dios y como fue capaz de llevar a cabo su misión de una forma tan memorable.
Me despido y espero que por favor me conteste lo antes posible, pues el trabajo es mi nota parcial y me gustaría sacar buena nota.



Se despide, su fiel amiga:


Noemí García Cortez

Roma, 17 de octubre de 2010
Estimada Noemí:
Estoy muy bien, gracias a Dios. Me alegra que tú y tu hermana vayáis viviendo vuestra fe. Te he dicho mil veces que dejes de hablarme de usted. Son ya muchos años los que somos amigos, así que deja de mostrarme tanto respeto, porque no me merezco más del que te mereces tú.
Te he escrito lo antes posible, espero que sea a tiempo para tu nota en clase de Religión. No me esperaba que fueses a preguntarme sobre mi vida. Lo cierto es que cuando decide dedicarme a la vida religiosa nunca pensé que ibais a hacer trabajos sobre mi o sobre mi vida.
En Tarso, costa sur de Turquía, aunque está alejada de Jerusalén y fuera de Palestina, hay judíos. En una de esas familias nací yo, a comienzos del siglo I. Me pusieron de nombre Saulo, aunque más tarde pasé a llamarme Pablo. Mi padre era rabino, por lo que estudie en Jerusalén, con un maestro de la ley judía muy conocido, no sé si lo conocerás. Creo recordar que se llamaba Gamaliel.
Mi familia era adinerada, y tenía una buena posición, por lo que adquirí la ciudadanía romana, la cual no todo el mundo la podía tener. Para los demás, aunque fuese judío, estaba muy bien visto que tuviese la ciudadanía, aunque a mí me daba un poco igual.
Por mi posición social y económica me convertí en un judío convencido de que Iahvé era mi Dios y que la ley judía debía ser mi ley, y que debía cumplirla a pies juntillas. Por todo esto me convertí en alguien que luego llegué a repudiar: un fariseo.
Desde esta mentalidad,  conocí a los seguidores de Jesús que proclamaban que él era el Mesías, el Salvador, el héroe que todos esperábamos. Yo me resignaba a creerle. No era el Salvador que venía en las escrituras, ese que pondría en orden el Reino de Dios.
Por todo lo que te he explicado anteriormente, no sé como fui capaz, pero lo hice. Me puse en contra de los seguidores de Jesús e incluso participé en el apedreamiento de San Esteban, el primer mártir cristiano. Luego me arrepentí mil veces, porque descubrí el verdadero mensaje de Dios y que todo aquello contra lo que luché se convirtió en mi vida. Mi vida cerca de Jesucristo y de Dios.
Cierto día, camino hacia Damasco, para apresar a cualquier cristiano que encontrase en mi camino, me caí del caballo, por un resplandor de luz que bajaba del cielo y me cegó. Entonces escuche una voz que decía así:
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
Yo, atónito, sin saber quién era, se lo pregunté. Y me contestó:
“Soy Jesús, aquel al que tu persigues”
Decidí preguntarle que quería de mí y me respondió:
“Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”
Los hombres que me acompañaban se quedaron atónitos. Y yo, no me lo podía creer, pero perdí la visión. Entonces mis acompañantes me llevaron a Damasco, donde permanecí tres días sin ver, sin comer y sin beber.
Hice varios viajes misionales, tres de ellos fueron los más importantes.
En el primero partí desde Antioquía y llegué a la isla de Chipre. Allí convertí a el procónsul romano Sergio Pablo, aunque me costó mucho, pues se rodeaba de dos magos hijos del diablo que no se lo permitían.
En el segundo, partí de nuevo de Antioquía y llegué al sur de Galacia.
En el tercer viaje misional, llegué a Éfeso donde escribí la primera carta a los Corintios, tras saber los conflictos sucedidos en Corinto.
 He escuchado muchas veces que gracias a mi, el evangelio llegó a lugares como Asia Menor, Grecia e incluso Roma, pero todo lo que sabía y lo que sé lo pongo a servicio de Dios, porque mi vida es Cristo.

Espero que todo esto te haya servido. Te saludo, atentamente:


San Pablo de Tarso

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